Manifestación ante el Parlamento Europeo para exigir una solución solidaria para los inmigrantes africanos. Foto cortesía de GUE/NGL para ElPaís.cr
Antes de ingresar en el cómodo hemiciclo del Parlamento Europeo, el 29 de abril último, los eurodiputados tuvieron que pisar un listón con los nombres de los miles de náufragos muertos en el mar Mediterráneo. La cifra es escalofriante. Alrededor de 20.000 en 15 años, con un pico en 2011 y 2014, años en que más de 1500 personas fallecieron tratando de llegar a Europa. “Para los gobiernos es mas fácil construir muros, crear chivos expiatorios e inventarse enemigos imaginarios, como los extranjeros, en lugar de ocuparse de los verdaderos enemigos de la democracia, como los multimillonarios evasores de impuestos que socavan los sistemas de protección social”, dice Vanesa Viera Giraldo, del colectivo por Otra Política Migratoria. El Parlamento estima que la evasión fiscal se eleva en Europa a un billón de euros.
Desafortunadamente la cuestión migratoria se ha convertido en Europa en uno de los ejes del discurso político. Ahora no solo los partidos populistas echan mano de vocablos que estigmatizan al extranjero y simplifican la realidad. Al echar un vistazo a los periódicos y a los discursos políticos sobre el drama del Mediterráneo, lo que se destaca es la tendencia a enfocarse en las imágenes espectaculares y testimonios desgarradores de los náufragos o en los reportajes sobre la acción criminal de las mafias de traficantes de seres humanos que aprovechan la desesperación de los desplazados africanos. Pero, las causas estructurales de esta tragedia se evocan de manera superficial y muy excepcionalmente.
Para no ir muy lejos, una de las causas del éxodo actual se encuentra en los acuerdos de cooperación económica y financiera que Europa ha firmado con los países africanos. Por un lado, estos acuerdos conocidos como APE, permiten a los europeos gozar de precios por debajo de los del mercado mundial de materias primas y reglamentar la venta de productos europeos a África sin pagar aranceles. Por otro lado, dichos acuerdos abren la competencia en materia agrícola, permitiendo que la agroindustria europea aplaste sin miramientos a la agricultura tradicional. Hoy, el flujo migratorio es la consecuencia directa de las hambrunas provocadas por estos contratos leoninos que quiebran las economías locales. A parte de la pobreza, otra de las causas de la emigración es la guerra. Solo para el año 2014, el Observatorio de situaciones de desplazamiento interno (IDMC) contabilizó 38 millones de refugiados internos; entre los cuales, el 60 % se encuentra en cinco países: Irak, Sudan, Siria, República independiente del Congo y Nigeria. Aquí también hay responsabilidad, en parte, de Europa y de los EEUU. La descolonización no ha terminado. Europa sigue manteniendo sus zonas de influencia, aunque hoy en día tenga que compartirlas con China y Estados Unidos. Los dirigentes africanos que tratan de salir del neo colonialismo son asesinados. El caso de Tomas Sankara es emblemático. Por su parte, Europa ha favorecido la instalación de élites corruptas y dóciles hacia las antiguas metrópolis.
Es vergonzoso que por ahora la respuesta europea al drama de los naufragios en el mar Mediterráneo haya sido únicamente de orden represivo. En 2005, los Estados de la Unión Europea crearon una agencia europea para la gestión de la cooperación operacional en las fronteras exteriores, Frontex. Dicha agencia se ha convertido en un instrumento casi de guerra. Al darle un énfasis exagerado al componente militar, una parte de los naufragios se pueden atribuir al acoso de las patrullas de Frontex.
El drama actual del Mediterráneo no solo plantea un reto a África, sino que sirve de termómetro para medir la vocación humanista de Europa. No se trata solamente de Solidaridad. Se trata sobre todo de justicia, de aplicar los tratados internacionales, e quizás de definir cuál es el contenido concreto que los europeos dan hoy por hoy a los derechos humanos.
Desde siempre, el Mediterráneo ha servido de frontera y de espacio de intercambio entre África y Europa. Miguel de Cervantes, pasó cinco años cautivo en Argel y en las galeras del mar Mediterráneo. El Quijote se puede leer como una gran pregunta en torno a lo que significan las fronteras creadas por la política o las religiones. En aquel entonces Europa estaba sitiada por los árabes, y al mismo tiempo que buscaba romper el cerco, sus pensadores buscaban también una definición política de la persona humana. De esa coyuntura, saldrán dos respuestas. La humanista y la del cierre. La respuesta humanista es la Europa de De Las Casas, Cervantes, Montaigne, Voltaire. La segunda es la Europa de la ley de la pureza de sangre, de la expulsión de moros y judíos, del genocidio de los aborígenes de América, de la esclavitud, del nazismo.
La tragedia del Mediterráneo plantea también hoy un reto mayor a Europa y al mundo. ¿Podrán los hombres y mujeres del siglo XXI realizar el sueño de un espacio sin fronteras del emperador Adriano? Aquel proyecto de construir un mundo “en donde el más humilde viajero pueda errar de un país a otro, de un continente a otro, sin trámites administrativos humillantes, sin correr peligros de muerte, e ir por todas partes con un mínimo de legalidad y cultura”?
El siglo XX comenzó hace 100 años, en 1914, con un suicidio colectivo en Europa. Luego, a escasas tres décadas el nacionalismo volvió a provocar 70 millones de muertos. Hoy, si Europa no logra responder con valor y arrojo a la tragedia humanitaria que vive el continente africano, si es incapaz de reinventar un nuevo humanismo, lo que nos anuncia el gran cementerio marino que se está formando en el mar Mediterráneo no será una vez más el desangre del continente africano sino quizás el preámbulo de un nuevo naufragio del continente Europeo.
(*) Enrique Uribe Carreño, catedrático en Estrasburgo, colaborador de El PAIS.CR