Todos los países, especialmente los que están pasando por crisis financieras, como es el caso de Brasil en 2015, tienen una obsesión persistente: tenemos que crecer, tenemos que asegurar el crecimiento del PIB que resulta de la suma de todas las riquezas producidas por el país. Es un crecimiento fundamentalmente económico en la producción de bienes materiales. Cobra una alta tasa de iniquidad social (desempleo y reducción de los salarios) y una perversa devastación ambiental (agotamiento de los ecosistemas).
En realidad deberíamos hablar primero de desarrollo que comporta elementos materiales imprescindibles, pero principalmente dimensiones subjetivas y humanísticas como la expansión de la libertad, de la creatividad y de la formas de moldear la propia vida. Desgraciadamente somos todos rehenes de ese súcubo que es el crecimiento. Hace bastante tiempo que el equilibrio entre crecimiento y preservación de la naturaleza se rompió a favor del crecimiento. El consumo ya supera en un 40% la capacidad de reposición de los bienes y servicios del planeta. Y está perdiendo su sostenibilidad.
Hoy sabemos que la Tierra es un sistema vivo autorregulador en el cual se entrelazan todos los factores (teoría de Gaia) para mantener su integridad. Pero está fallando en su autorregulación. De ahí el cambio climático, los eventos extremos (vendavales, tornados, desregulación de los climas) y el calentamiento global que nos puede sorprender con graves catástrofes.
La Tierra está intentando buscar un equilibrio nuevo subiendo su temperatura entre 1,4 y 5,8 grados centígrados. Comenzaría entonces la era de las grandes devastaciones (el antropoceno) con la subida del nivel de los océanos, afectando a más de la mitad de la humanidad que vive en sus costas. Millares de organismos vivos no tendrían tiempo suficiente para adaptarse o mitigar los efectos perjudiciales y desaparecerían. Gran parte de la propia humanidad, hasta el 80% según algunos, podría no poder subsistir más sobre un planeta profundamente alterado en su base físico-química.
Con acierto afirma el ambientalista Washington Novaes: «ahora no se trata ya de cuidar el medio ambiente sino de no sobrepasar los límites que podrán poner en peligro la vida». Hay científicos que sostienen que nos estamos acercando al punto de no retorno. Es posible disminuir la velocidad de la crisis pero no detenerla.
Esta cuestión es preocupante. En sus discursos oficiales, los jefes de estado, los empresarios y, lo que es peor, los principales economistas, casi nunca abordan los límites del planeta y los problemas que eso puede traer a nuestra civilización. No queremos que nuestros hijos y nietos mirando hacia atrás nos maldigan a nosotros y a toda nuestra generación porque sabíamos de las amenazas y poco o nada hicimos para escapar de la tragedia.
El error de todos habrá sido seguir al pie de la letra el extraño consejo de Lord Keynes para salir de la gran depresión de los años treinta:
«Durante por lo menos cien años debemos simular delante de nosotros mismos y ante cada uno que lo bello es sucio y lo sucio es bello, porque lo sucio es útil y lo bello no lo es. La avaricia, la usura, la desconfianza deben ser nuestros dioses porque ellos son los que nos podrán guiar hacia la salida del túnel de la necesidad económica rumbo a la claridad del día… Después vendrá el retorno a algunos de los principios más seguros y ciertos de la religión y de la virtud tradicional: que la avaricia es un vicio, que la usura es un crimen y que el amor al dinero es detestable» (Economic Possibilities of our Grand-Children). Así piensan los principales responsables de la crisis de 2008 que nunca fueron castigados.
Es urgente redefinir nuevos fines y los medios adecuados a ellos que ya no pueden ser simplemente producir devastando la naturaleza y consumir ilimitadamente. Nadie tiene la salida a esta crisis de civilización. Pero sospechamos que ella debe orientarse por la sabiduría de la naturaleza misma: respetar sus ritmos, su capacidad de soporte, dar centralidad no al crecimiento sino a la sustentación. Si nuestros modos de producción respetasen los ciclos naturales seguramente tendríamos lo suficiente para todos y preservaríamos la naturaleza de la cual somos parte.
Cubrimos las heridas de la Tierra con esparadrapos. Remiendos no son remedios. Prácticamente nos restringimos a esos remiendos con la ilusión de que estamos dando una respuesta a las urgencias que significan vida o muerte.
(*) Leonardo Boff es Teólogo
El crecimiento ilimitado es la fantasía erótica de los economistas economicistas, esos que idolatran al capital y su “dios”, el mercado. Como consecuencia de esta visión, el producto interno bruto (PIB), que supuestamente mide la riqueza de las naciones, pues este concepto de riqueza es totalmente un convencionalismo a conveniencia de unos pocos, se ha convertido en el macro-indicador más poderoso y obsesivo de nuestros tiempos. Sin tomar conciencia de ello, el crecimiento económico oculta su pobreza, y es que la fórmula, producción + venta de mercancías= ganancias, dentro de la matriz crecimiento ilimitado conlleva necesariamente, a una explotación CRECIENTE Y DE ACELAERACIÓN EXPONENCIAL de materia que encontramos en forma de naturaleza y la convertimos en recursos naturales al transformarla en insumos para la producción de mercancías que luego se consumen (venden). Este ciclo creciente ya llegó a traspasar los límites reproductivos del planeta en un 60%, provocando un creciente y acelerado proceso de desequilibración del gran sistema ecológico planetario terrestre. .Crecimiento económico es el ,principio rector del capital y su base, el mercado.
La paradoja de Jevons (o efecto rebote), http://lalogicadelcaracol.blogspot.com.es/2008/09/la-paradoja-de-jevons-o-efecto-rebote.html. ((Hoy voy a aprovechar mi blog para explicaros un concepto que, aunque ampliamente manejado por los que abogamos por producir, consumir, distribuir y desechar de un modo más limitado y consciente, es habitualmente ignorado por aquellos adalides de ese oxímoron dulcemente adjetivado que es el desarrollo sostenible. No niego la mayor: la ciencia ha avanzado una barbaridad en los últimos tiempos, hasta el punto de crearse una dicotomía reduccionista y empobrecedora entre quienes creen a pies juntillas en los progresos y descubrimientos de esta y quienes profesan su fé en algún demiurgo creador, se llame éste como se llame (Allah, Buda, Dios…). Creacionistas vs Darwinistas. Recientemente ha cobrado protagonismo una vez más con el tan cacareado acelerador de partículas, que ha provocado tantas adhesiones como detracciones. Sea como fuere, la ciencia, la tecnología, ha realizado avances cuantitativos que nos han procurado ventajas notorias en nuestro día a día, que nos han facilitado la vida. Así, por ejemplo, el ascendor permite a quien se encuentra impedido para caminar, acceder a lugares que serían impensables si obviáramos su existencia o internet nos posibilita el acceso a un universo valiosísimo e inabarcable de información con un sólo «click» de ratón. Sin embargo, el economista William Stanley Jevons observó empíricamente como un descubrimiento fundamental para el actual modelo de desarrollo como la máquina de vapor de James Watt mejoraba cualitativamente la eficiencia con respecto a los modelos primigenios de esta (esto es, que cada máquina empleaba menos carbón para producir una unidad de energía) y, pese a ello, el consumo neto del recurso aumentaba puesto que la cantidad de máquinas fabricadas se incrementaba paulatinamente, lo que le condujo a afirmar que, «a medida que el perfeccionamiento tecnológico aumenta la eficiencia con la que se usa un recurso, lo más probable es que aumente el consumo de dicho recurso». Es decir que aunque ahora dispongamos de bombillas de bajo consumo, «eco»vehículos, «stand by» en los televisores o realicemos operaciones con dinero virtual sin movilizar aparentemente los recursos; el consumo neto de estos aumenta puesto que descargamos nuestra responsabilidad en los gadjets y su innata capacidad para consumir menos energía y recursos. Es decir si, pongamos por caso, un utilitario consume menos petróleo, este hecho nos permite ahorrar en combustible, lo cual repercute en que a la larga nos podamos hacer con aquella motocicleta que tanto anhelábamos, con lo que ahora el gasto es doble: necesitamos alimentar al ciclomotor y al vehículo inicial y para ello cabe emplear bastante más combustible del que hacíamos uso en un principio. A esta contradicción de consumo se le llama la «paradoja de Jevons» o «efecto rebote» y desmonta ese ansia de los desarrollistas (o desarrollo-sostenibilistas) por enarbolar la desmaterialización (la producción sin consumo de materiales) como solución preferente a los conflictos económico-ambientales)).