La adopción por la administración Dilma Roussef de un ajuste fiscal y económico de claro sesgo neoliberal que lo alinea con los intereses de las grandes corporaciones multinacionales, con los rentistas nacionales, los fondos de pensiones, los bancos privados y otros entes financieros, instaura una inflexión peligrosa para el futuro político de nuestro país.
La alternativa que se imponía, teniendo defensores en ambos lados, era: o continuamos con el deseo de reinventar Brasil, con un proyecto sobre bases nuevas, sustentado por nuestra cultura, nuestras riquezas naturales (extremadamente importantes después de la constatación de los límites de los bienes naturales no renovables y del desequilibrio del sistema-Tierra), proyecto este defendido brillantemente por el científico político Luiz Gonzaga de Souza Lima, en un libro que hasta ahora no ha gozado del aprecio y la atención debidas: La refundación de Brasil: hacia una sociedad biocentrada (RiMa, São Carlos, SP 2011), o nos sometemos a la lógica imperial que nos quiere como asociados y subalternos, en una especie de recolonización, obligándonos a ser solamente abastecedores de productos in natura (materias primas, granos, minerales, agua virtual etc) que ellos no tienen y necesitan urgentemente.
El primero realizaría el gran sueño de los que piensan un Brasil verdaderamente independiente, desde Joaquim Nabuco hasta Darcy Ribeiro y Luiz Gonzaga de Souza Lima, y la mayoría de los movimientos sociales de cuño libertario. Estos siempre proyectaron una nación autónoma y soberana y abierta al mundo entero. El segundo se rinde resignadamente al más fuerte, aceptando la lógica hegeliana del señor y del siervo, y confiere inmensas ventajas a las clases tradicionalmente acomodadas que han dado la espalda a las grandes mayorías entregadas a su propia miseria y pobreza: indígenas exterminados, negros esclavizados y colonizados durante cuatro siglos.
Hasta ahora ha predominado esta segunda alternativa. Con la victoria democrática de los que venían de abajo, del PT y sus aliados, se podría esperar que se retomase el sueño de otro Brasil con las transformaciones que llevaría implícitas: la reforma política, tributaria, agraria, urbana y ambientalista. Pero nada de eso ha sucedido.
Ha habido, es verdad y hay que reconocerlo, una política de redistribución de renta, aumento de los salarios, políticas sociales que han beneficiado directamente a 36 millones de personas que estaban al margen. Pero un proyecto de desarrollo hecho en la base del consumo y no de la producción tenía que alcanzar sus límites y, finalmente, agotarse. Fue lo que lamentablemente ha ocurrido. Se ha perdido una oportunidad histórica única, o por falta de visión estratégica de largo plazo, o por la urgencia de dar lo mínimo a los millones de excluidos. En todo caso, la historia, que no es lineal ni suele repetirse, no dio el salto necesario hacia lo nuevo y lo inaudito viable.
Ahora estamos empantanados en una mega-crisis que algunos piensan que es la mayor de nuestra historia (Cid Benjamin), perplejos y con soluciones que difícilmente garantizan un futuro bueno para la mayoría de los brasileros. Nubes oscuras cubren nuestro horizonte. ¿Será que estaremos nuevamente obligados a repetir lo que no funcionó en el pasado y que ahora parece no funcionar ni aun en los países que gestaron el actual sistema de producción, de distribución, de consumo y de relación depredadora de la naturaleza? El paradigma de la modernidad ha agotado su capacidad de presentar alternativas.
Hay un temor bastante generalizado a que estemos forzados a seguir el extraño consejo dado por el tan alabado Lord Keynes para salir de la gran depresión de los años treinta del siglo pasado:
«Durante por lo menos cien años debemos simular delante de nosotros mismos y ante cada uno que lo bello es sucio y lo sucio es bello, porque lo sucio es útil y lo bello no lo es. La avaricia, la usura, la desconfianza deben ser nuestros dioses porque ellos son los que nos podrán guiar hacia la salida del túnel de la necesidad económica rumbo a la claridad del día… Después vendrá el retorno a algunos de los principios más seguros y ciertos de la religión y de la virtud tradicional: que la avaricia es un vicio, que la usura es un crimen y que el amor al dinero es detestable» (Economic Possibilities of our Grand-Children).
Algo parecido piensan los responsables de la crisis de 2008, pues sigue propalando que greed is good, que «la avaricia es buena». ¿Para quién? No para los millones de hambrientos, desempleados y marginados o hasta excluidos del actual sistema productivista, consumista, individualista y cínico, pero ventajoso para un puñado de multimillonarios que controlan gran parte de los flujos financieros del mundo.
Creo que cabe la frase de Martin Heidegger publicada post-mortem con referencia al destino de nuestra civilización que olvidó el Ser (el fundamento último que sustenta todas las cosas) y se perdió en los entes (el sentido inmediato y consumible): «Solamente un Dios podrá salvarnos» (nur ein Gott kann uns noch retten).
El Dios de la tradición judeo-cristiana es un Dios salvador y liberador de los oprimidos, un “soberano amante de la vida” (Sab 11,26). Creemos y esperamos que no permitirá que esta vez la vida sucumba.
Leonardo Boff es Teólogo