lunes 2, diciembre 2024
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El Gobierno PAC-Solís: ¿un Gobermedia? (I)

Columna “Pensamiento Crítico”

Introducción

Nadie duda de que en este país se ha debilitado muchísimo – quizás más de la cuenta y lo recomendable para una democracia – la importancia de la política frente a la economía y los mercados, a los cuales a debe sujetarse el devenir nacional sin que la clase política quiere tratar de intervenirlos como lo hacía antes de mediados de la década de 1980. A partir de la primera administración de los Arias, igual destino comenzaron a correr los partidos políticos y sus dirigencias, cuya insignificancia e irrelevancia se han acentuado si cesar cuando se trata de definir el rumbo de la políticas públicas.

El factor de cambio decisivo fue la imposición, desde afuera y desde arriba de la cúspide del poder, del proyecto neoliberal que conllevó la disminución del papel del Estado en la economía y el que se le pusiera al servicio de intereses privados y agentes del mercado, por lo que la sociedad social civil fue advertida de que esperara poco a cada de él. Se supuso que la esfera político-partidista debía conformarse con elegir gobernantes cada cuatro años, sabiendo que daría lo mismo cuáles ocuparan la silla presidencial y ministerial en Zapote y las curules de Cuesta de Moras.

Se dio así a entender con meridiana claridad que el retraimiento del Estado y sus intervenciones en la sociedad civil, era un proceso de retiro irreversible, definitivo y para siempre. Hasta ahí había llegado la exitosa historia del Estado Benefactor y Dirigista fundado en los años de 1940-50, el llamado “Estado Social y Democrático de Derecho”.
Implicaciones de la pérdida de centralidad de la esfera político-partidista

Al mismo tiempo que se imponían los nuevos signos de los tiempos, los partidos tradicionales fueron perdiendo la jerarquía que tuvieron antes como ejes centrales del sistema político. El subsistema de los partidos dejó de ser un “sistema de partido dominante” presidido por el Partido Liberación Nacional (PLN) para convertirse en un enclenque “sistema bipartidista”, donde ese partido vio reducido su radio de poder e influencia dentro y fuera del aparato estatal, el cual debió compartir con un aguerrido Partido Unidad Social Cristiana (PUSC) donde se agruparon y fortalecieron las viejas y nuevas fuerzas del antiliberacionismo.

A la vez, ambas agrupaciones dejaron de lado sus respectivas ideologías, socialdemócrata uno, y social cristiana el otro, para abrazar ambos el credo neoliberal y apegarse a las políticas y dictados de los organismos financieros internacionales y a las rígidas y duras normativas del “Consenso de Washington” en boga; un proceso que fue acompañado por una pérdida creciente de la soberanía y autonomía nacionales, así como fueron desapareciendo uno tras otro los atributos del modelo del Estado-Nación.

El colapso del Estado-Nación costarricense

Despegó de ese modo el eclipse del modelo nacional de desarrollo, reforzado por la firma de una serie interminable de tratados de libre comercio que redujeron los márgenes de maniobra internos a un punto y medida como nunca lo habían estado antes en la historia del país. Los citados organismos pasaron al frente de la definición de la política económica, de sus métodos y alcances. Sus aliados locales, instalados estratégicamente en los más altos puestos de los gobiernos bipartidistas, se ufanaron de jugar el papel de élites subordinadas y neocoloniales, que proclamaban en coro que no había alternativa realista alguna a ese al lamentable camino de la desnacionalización de Costa Rica.

Muchos de esos aliados y agentes de los organismos internacionales se ubicaron en una serie de “poderes fácticos” que apareció en la escena local para terminar de restarle funciones a los partidos y hacer que respondieran más directamente a las presiones de la empresa privada, en campos donde no se esperaba que ésta tuviera mayor ascendiente, como en la salud, la educación y la seguridad públicas. Esos grupos trabajaron en estrecho asocio con las cámaras y grupos de presión de la clase patronal que aparecía como gran aliada del capital transnacional corporativo. Y sin bien las instituciones del Estado no se vendieron (a excepción de las empresas de CODESA, una corporación nacional de desarrollo) sí se ensayaron otras fórmulas de privatización, que no vamos a enumerar ni analizar ahora, incluyendo el poner a varias empresas estatales a trabajar en condiciones de competencia de mercado para que no chocaran con las del sector empresarial privado.

Especial relevancia adquirieron los medios privados de la comunicación masiva (los mass media) que incluso pasaron a colocarse por encima de los partidos políticos, conforme se multiplicó la dependencia de éstos en lo que comenzó a perfilarse, ya en los años de 1990 y mucho más en este siglo, como una “mediatización de la política” y un ascenso incontenible del vídeopoder; y que a la postre resultó además en una politicización de esos medios y de los directorios que los dirigen en medio de una completa falta de trasparencia. Hoy en día, las campañas electorales son eventos fundamentalmente mediáticos; y podemos afirmar que los partidos de han vuelto verdaderos “partidos mediáticos” dirigidos por un puñado de dirigentes cuya principal habilidad consiste en saber cómo pistoletear con o frente a ellos.

Las luchas y la competencia entre las dirigencias actuales se libran en los medios, o no se libran, pues allí es donde se hace la política, o no se hace. Atrás quedó la época cuando ésta se hacía a base de definiciones ideológicas y programáticas; y con el apoyo de cuadros nacionales y locales de dirigentes que eran formados y entrenados para que participaran en las campañas como protagonistas de primera línea. Como lo hemos destacado en otras columnas anteriores, apareció el modelo de los partidos oportunistas “atrápalotodo” junto al de los de tipo “cártel”.

Ya en este siglo, lo que tenemos en el escenario nacional es lo que el escritor y premio Nobel de literatura Mario Vargas Llosa ha llamado “una sociedad y una política del espectáculo” debido precisamente a esa centralidad adoptada por los medios, en forma de monopolios. Los dueños, directores, profesionales y expertos en comunicación y periodismo a ellos subordinados, han pasado igualmente al primer plano de la política, a la par de los mecenas financieros de los partidos que operan entre bambalinas y que los han transformado en un gran negocio privado. Hasta el presente no ha habido forma de regular y menos de responsabilizar a esa élite mediática por su sobredimensionada injerencia en la política y en la vida del Estado.

Política mediática y surgimiento de la Gobermedia

Los políticos y sus partidos vienen, pues, tratando desde hace por lo menos un par de décadas de llenar el vacío que en esos partidos provocó el proyecto neoliberal y el ascenso de los grupos fácticos, a modo de un efecto colateral. Y la forma de enfrentar la irrelevancia de su gobernanza ha sido el recurrir a los monopolios mediáticos de la clase empresarial dominante en busca a auxilio compensatorio. Incluso, para sobrevivir, la clase política ha buscado la manera de desarrollar liderazgos altamente personalizado dependientes en alta medida de la metamorfosis sufrida por los políticos que los ha hecho reaparecer en escena convertidos en actores y estrellas mediáticas, semejantes a las de la industria del entretenimiento y la farándula. Ya no hay para ellos gobernanza que no pase por tener al frente cámaras, micrófonos, pantallas y similares que son parte del elenco del vídeopoder y de un nuevo estilo de hacer política ajustado al juego de imágenes, poses y discursos vacíos, una especie de teatro semicarnavalesco sin contenidos sustanciales de carácter ideológico o programático.

De hecho, los poderes del Estado, tan deteriorados en su proyección hacia la sociedad civil, buscaron fortalecerse por la vía mediática, aunque sin poder recuperar su antiguo papel como órganos de un sistema de Estado gestionado por verdaderos partidos. Aunque la Partidocracia no llegó a desaparecer sí ha tenido que ceder poderes ante un emergente y poderoso estamento de encuestadores, investigadores de mercado, comunicólogos y publicistas que asumieron la tarea de diseñar las formas y los contenidos efectistas de los mensajes político-electorales que deben manejar los políticos. Se comenzó con las campañas, pero los guiones a su cargo se trasladaron al centro del manejo de la política pública, una vez que la Partidocracia tiene que asumir sus tareas de gobierno y administración en el Estado.

Nacimiento de la Gobermedia

Tal es el momento clave en que ciframos la aparición del modelo de los “Gobermedia”, a saber, de gobiernos que se tornan mediáticamente dependientes a cargo de jerarcas que en sus puestos se proyectan como figuras mediáticas, si es que desean tener visibilidad e influencia sobre la opinión pública desde sus despachos; en los cuales es ya costumbre contar con una legión de comunicadores, voceros y periodistas como mano derecha.

En consecuencia de todo lo anterior, el “qué” y el “cómo” de la acción de gobierno se mediatizó, siguiendo un patrón semejante al observado en la gestión electoral del “mercado de los votos”. A este fenómeno es lo que vamos a denominar el Gobermedia o gobernanza basada en el manejo experto de los medios y en clave virtual y cosmética, y no en contenidos sustanciales de política pública de peso. Esta clave se traduce en respuestas inmediatas y posicionamientos de oportunidad ante los requerimientos de la agenda de gobierno y sus cambios. Lo que se llama liderazgo gubernamental se ha vuelto un ejercicio teatral en las alturas de los poderes del Estado para el cual se requieren hábiles maniobras en escenarios montados por o con los medios masivos (en particular la televisión), llevadas adelante con la ayuda directa de expertos en comunicación, sin los cuales no pueden aspirar a sobrevivir los managers del Gobermedia.

A efectos de no extendernos más de la cuenta en esta primera columna, dejaremos para la próxima el tratamiento de algunos aspectos adicionales del modelo del Gobermedia, lo mismo que la respuesta al interrogante de hasta qué punto el actual Gobierno PAC-Solís, que comenzó con otras pretensiones, se va acomodando en ese modelo; y en caso de ser así cuáles consecuencias podemos esperar de ello.

(*) José Luis Vega Carballo es Catedrático de Sociología Política de la UCR.

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