Karl Popper señaló en una oportunidad que sólo los estúpidos mienten. Aparte de que por supuesto la mentira es inmoral, los que mienten creen que son más listos que los demás, que llevan por mentir la delantera a los demás. Y esa creencia en su superioridad es señal de estupidez.
Hoy, si analizamos a una gran mayoría de nuestros políticos se podría escribir un magnifico manual de cómo utilizar la mentira como instrumento de política pública (bueno, por lo menos sería muy útil para los alumnos de ciencias políticas, tan buenos e inocentes ellos). Una cosa es cambiar de opinión y otra es la mentira, realmente no hay comparación; entre el error voluntario y el engaño deliberado se despliegan numerosas variedades de híbridos en que ambos se mezclan según todas las dosificaciones posibles.
La mentira simple, voluntaria, conscientemente empleada como medio de acción, es una práctica corriente en la esfera política, ya emane de los Estados, de los partidos, de los sindicatos, de las organizaciones públicas o de otros centros de poder. La profanación de las palabras es uno de los recursos habituales, se llama una realidad con una expresión que quiere decir otra cosa, y el oyente o el lector inadvertido acepta la falsedad sin darse cuenta; o por cuestiones ideológicas, trata de no darse cuenta.
En un magnífico artículo de Julián Marías, uno de mis grandes maestros, que lo titulaba La verdad os hará libres, afirmaba que si cada mentira tuviera la respuesta fácil y elemental de su confrontación con los hechos, quedaría inmediatamente desvirtuada, sería inoperante y nada peligrosa. Pero no se hace sino muy excepcionalmente.
Cada día en los periódicos se pueden contar mentiras evidentes, flagrantes, a las cuales no se pone coto ni rectificación. El problema es que las mentiras se pueden ir acumulando. Y ocurre que la mentira es fácil de descubrir y mostrar, basta con enfrentarla con la verdad, con decir lo que ha ocurrido y ocurre, con ver la tergiversación o la ocultación de la realidad. Hay personas que cuando abren la boca –salvo para ingerir alimentos– mienten sistemáticamente.
Las falacias argumentativas están entre las estratagemas más utilizadas por medios de comunicación para convencer al pueblo de que las decisiones tomadas por los gobernantes, diputados o jueces son las correctas.
Una falacia es un argumento que parece válido pero que, en realidad, no lo es. Un argumento, por su parte, es una estructura formada por oraciones. Una de ellas es la conclusión y el resto se llaman premisas. Si podemos derivar la conclusión de las premisas, entonces decimos que el argumento es válido. Que un argumento es válido, por su parte, significa que si las premisas son verdaderas, y la conclusión se deduce de ellas, entonces la conclusión también es verdadera. Esto se resume en un solo mandamiento: la validez preserva la verdad. Entonces, ¿qué hace que un argumento sea una falacia? Pues que la conclusión no se siga lógicamente de las premisas, aunque parezca que sí.
Según el investigador Guillermo López García en su tesis acerca de la “Comunicación electoral y la formación de la opinión pública” la formación de la opinión pública es resultado de un proceso complejo subordinado a múltiples condicionantes, además, existe una gran diferencia entre la “opinión pública” y la “opinión publicada”.
Los medios tienden a considerarse a sí mismos depositarios de la opinión pública porque se basan en sondeos de opinión, pero en estos sondeos se elimina las opiniones de vigilancia crítica frente al poder –que en un primer momento poseía la opinión pública– al sustituirse el público por un sector “representativo” del mismo.
La opinión pública no es la acción de un colectivo activista, de un partido político, de un medio de comunicación ni una encuesta, sino un complejo que está en constante evolución en el que participan diversas condicionantes como sus procedencias, lo que la convierten en un fenómeno social dinámico.
Pero, ¿qué efecto tienen los medios de comunicación de masas en la opinión pública?, siendo que el periodismo tiene diferencias de corte ideológico en el tratamiento de una misma información, en época electoral es mucho más fácil identificar las diferencias ideológicas entre los medios de comunicación. No tanto así cuando ya han pasado las pasiones de dichas lides.
Por otro lado, el momento en el que se apela a la “opinión pública” monolítica constituye una falacia, ya que existen varias opiniones públicas que interactúan y mantienen disputas permanentemente entre sí.
Desde el punto de vista psicológico, la opinión pública es la suma de opiniones y actitudes individuales expresadas en público y que son reflejo del pensamiento de los individuos que las sustentan en un fenómeno colectivo.
Desde el punto de vista cultural, la opinión pública es el reflejo de una serie de pensamientos, comportamientos y costumbres colectivas que juegan el papel de referente de las opiniones sostenidas por los individuos de una determinada comunidad.
Desde el punto de vista publicitario, la opinión pública es la opinión publicitada.
Desde el punto de vista institucional, se dice que la opinión pública es un elemento fundamental en el sistema democrático como parte de la estructura de las instituciones políticas.
El autor Cándido Monzón cita la teoría de la “tematización” de Niklas Luhman, donde se desarrolla el concepto de “opinión pública” destacando que los medios de comunicación se encargan de fijar los temas de debate de los ciudadanos y que estos temas predeterminados con una solución sugerida o impuesta por los mismos reducen el debate a su mínima expresión.
Así pues, es muy fácil detectar como un medio de comunicación, La Nación o Canal 7, por ejemplo, manipulan la información para beneficiar una corriente de pensamiento especifico, tergiversando la realidad mediante la redacción falaz de lo informado. Y digo fácil para quienes tienen la capacidad mental y la formación indispensable para percibir como tuercen la realidad para que parezca una cosa, cuando realmente es otra. Se nota claramente en los títulos de las noticias, por ejemplo, que se contradicen al leer el texto. ¿Es esto una mentira abierta o un argumento falaz?
El principal objetivo que he tenido durante más de diez años durante los cuales he expresado mis opiniones, es estar en guerra contra el sinsentido. Llevo años tratando de armar al ciudadano contra las tergiversaciones y las medias verdades que le cuentan a diario sus políticos, los medios de comunicación con los que comulga o no, las empresas que tratan de colarle a uno sus productos… No he querido crear un ejército de cínicos, pero sí que los ciudadanos tengan el escepticismo necesario, el espíritu inquisitorial justo, para que unos y otros no les tomen el pelo.
Los políticos y los medios de comunicación raramente mienten de manera abierta y descarada, y lo digo en serio. Es demasiado peligroso. Pocos se atreven a decir a decir algo que abiertamente no sea verdad, a lo sumo algunos políticos y medios mienten sobre cuestiones que se comprobarán si son ciertas o no a largo plazo, pero poco más. Lo más peligroso, y lo que sí sucede, es que los políticos sí dicen muchas medias verdades para que los ciudadanos lleguen a sus propias conclusiones… pero erradas. Los medios de comunicación masiva, por otro lado, son expertos en la tergiversación, las verdades a medias y la manipulación.
Y me pregunto: ¿quién tergiversa más: los políticos, los medios de comunicación, las empresas…? ¿Son todos partes del mismo problema?
Es difícil elegir, la verdad. Estoy tentado de decir que serían los medios de comunicación, al menos en nuestro país, pero en realidad todos (políticos, medios y empresarios) forman parte del mismo negocio. Si hojeamos cualquier periódico de hoy veremos que la mayoría de las noticias publicadas tienen su origen en un comunicado de prensa. Los periodistas no tienen ni recursos ni tiempo para cuestionarse todas las notas de prensa que reciben. Las empresas y las instituciones que envían esos comunicados marcan la agenda. Algo que puede hacer la gente para evitar que le manipulen es tratar de conocer el origen de la información. Conocer la fuente permite confiar o desconfiar, según el caso.
Visto lo visto. ¿Cabe preguntarse ¿Se creen que somos tontos? Quizá, quizá… La interrogación es evidentemente retórica.
En los sistemas democráticos los políticos tienen por principio que persuadir/convencer a sus electores, mientras que en los regímenes autoritarios, como mínimo, lo tienen más sencillo. ¿La democracia va pues de la mano de la falacia? Parece.
Las dictaduras también tienen que convencer a la población, pero tienen más poder y determinados instrumentos que lo hacen más fácil. El precio a pagar por la democracia es que hay que estar permanentemente alerta. Los sistemas democráticos se fundamentan en parte, solo en parte, en la capacidad de persuasión. Una democracia sólo es plena si tiene un sistema adecuado y justo para la selección de los representantes públicos, pero también una población informada e instruida. Una democracia que tiene un aparato electoral perfecto pero no proporciona la formación y la información suficiente para que los ciudadanos puedan elegir sus opciones de forma consciente, no es una buena democracia. La democracia verdadera no es sólo un proceso electoral. Por ello siempre he opinado de nuestro Tribunal Supremo de Elecciones es un enorme fracaso. Pues aunque organiza y maneja bien los procesos electorales, jamás ha cumplido con su obligación legal de formar, informar, educar para la democracia.
Estas reflexiones tienen el propósito de orientar a los lectores acerca de cómo deben ser críticos con respecto de lo que leen en los medios de comunicación y las declaraciones de jueces, legisladores y gobernantes. Que no nos dejemos engañar por las falacias argumentativas, las verdades a medias y la tergiversación que reina en las declaraciones oficiales de los poderes del Estado, y los medios de comunicación masiva. Porque en realidad no comunican nada, informan solamente, y siguiendo la línea trazada por los intereses de los grupos de poder e influencia que están detrás de ellos.
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría
Así es Don Alfonso, antonio sobrado en el TSE es una vergüenza. Ese mediocre apesta. Cualquier zorompo haría un mejor papel del que hace este inutilejo de sobrado.
Ahora me baso en no creer absolutamente nada que dice un medio de comunicacion privado, NINGUN politico y mucho menos un empresario! Desde entonces tengo claridad y criterio!
Bravo Julian!!!! De ahora ebn adelantesera Usted un zombie. Menos mal que lo reconoce.
RCB discrepo con usted el señor Sobrado es muy eficiente en lo que hace: servir de alfombra de sus lacayos, saltarse la ley con tal de servir a sus mandamaces, ser poco objetivo; en eso el es muy eficiente.
Excelente propuesta. Así, es, todos mienten! Pero los medios de comunicacion privados,de cuya mayoria, los grandes «influenciante$» son los dueños, mienten con tanta frecuencia hasta el punto de «formar una opinion publica» a su antojo para luego consultar a esa «opinion».Dichosamente en Costa Rica, visto lo anterior, está emergiendo un pueblo con criterio propio que sabe leer entre lineas y ya no come cuentos.