domingo 3, diciembre 2023
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Un «matatu» contra las barreras de la discapacidad

Desplazarse por Nairobi en transporte público es un auténtico desafío para las personas con discapacidad: vehículos viejos y precarios sin ningún tipo de adaptación a sus necesidades y pocos conductores dispuestos a echar una mano. Salvo Josphat Mwangi (i), el único que ofrece un servicio especial para ellos. Mwangi lleva seis años haciendo la misma ruta por Waiyaki Way, una de las carreteras más transitadas de la capital keniana, con su viejo «matatu», una de las populares furgonetas de transporte público que ofrecen precios muy económicos. EFE/Alba Villén

Nairobi, 21 ago (EFE).- Desplazarse por Nairobi en transporte público es un auténtico desafío para las personas con discapacidad: vehículos viejos y precarios sin ningún tipo de adaptación a sus necesidades y pocos conductores dispuestos a echar una mano. Salvo Josphat Mwangi, el único que ofrece un servicio especial para ellos.

Mwangi lleva seis años haciendo la misma ruta por Waiyaki Way -una de las carreteras más transitadas de la capital keniana- con su viejo «matatu», una de las populares furgonetas de transporte público que ofrecen precios muy económicos.

Durante este tiempo, ha observado a diario las dificultades a las que se enfrentan las personas que sufren algún tipo de discapacidad física, por lo que un día decidió empezar a romper barreras. Ahora su «matatu» es el único en la ciudad que se adapta a sus necesidades.

Cada tarde, el ensordecedor ruido de su motor advierte a todos de que la jornada ha acabado en las oficinas del Consejo Nacional de Personas con Discapacidad en Kenia (NCPDK, en sus siglas en inglés) y que es hora de irse a casa.

Trizah Okudo es una de las muchas que salen de su despacho con ayuda de sus muletas, cojeando, mientras saluda con entusiasmo a Mwangi, que le espera junto a la puerta de la furgoneta.

Tras ayudarla con las muletas y guardarlas en la parte trasera del vehículo, Mwangi se coloca a su lado, la coge en brazos y, con un pequeño impulso, la sienta en la parte delantera, al lado del asiento del conductor.

«Es gente excepcional (refiriéndose al conductor). Amable y muy cercano», cuenta a Efe Okudo, quien antes tenía que esperar un largo rato de pie en la parada del autobús a que llegara un «matatu» con espacio suficiente para acomodarla.

«Es increíble porque no nos cobra ningún coste adicional por recogernos a la puerta de nuestras oficinas y llevarnos a casa», insiste agradecida.

Pese a los elogios generalizados, Mwangi le quita importancia al asunto. «Es solo mi trabajo. Vengo a recogerlos y, a los que necesitan ayuda para subir les ayudo», explica a Efe.

Hellen Owuor, que trabaja en la recepción de la NCPDK, también camina con dificultad y necesita ayuda para subirse a la furgoneta.

«Antes era un desafío y un sufrimiento diario; ahora vienen a recogernos y nos facilitan mucho la vida», cuenta.

Aunque la generosidad de Mwangi es indudable, todos admiten que su ayuda solo es un parche ante el gran problema que supone la falta de transporte público habilitado.

«En nuestra vida normal, es muy difícil movernos en Nairobi porque algunos de nosotros solo podemos utilizar transporte público como matatus o autobuses, ya que los taxis son demasiado caros y no podemos pagarlos», explica Owuor.

El presidente del NCPDK, David Ole Sankok, también lamenta que el sistema de transporte público no sea accesible y reconoce que es un asunto difícil de solucionar porque su gestión es privada.

«Los matatus tiene capacidad para unas catorce personas pero, si sube una persona discapacitada, el espacio se reduce y el conductor pierde dinero. Ese es el problema», apunta.

Según sus cifras, seis millones de personas sufren algún tipo de discapacidad en Kenia, donde el Gobierno destina anualmente 2.000 millones de chelines (unos 17 millones de euros) a mejorar su situación.

Aunque en los últimos años se han logrado algunos avances como que los nuevos edificios estén obligados a ser accesibles, todavía queda mucho por hacer, ya que, por ejemplo, muchos edificios gubernamentales siguen teniendo barreras infranqueables para una persona con silla de ruedas.

Ajeno a estas grandes cifras y tras una paciente parada de más de media hora para recoger a todos los que trabajan en el NCPDK, el «matatu» de Mwangi ya está lleno y listo para continuar su trayecto. Poco a poco empieza a desaparecer entre el alboroto y el gran atasco cotidiano de Waiyaki Way. EFE

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