Berlín, 5 sep (EFE).- El libro «Una historia, dos historias y una historia más» recoge tres cuentos, todos en torno a un viaje entre Budapest y Viena, que reflejan la forma como han cambiado las fronteras húngaras desde los tiempos del comunismo hasta ahora, pasando por el año mágico de 1989.
Las mismas fronteras que ese año se abrieron, para dar paso a las personas que querían huir de la RDA hacia Occidente, se cierran ahora para los refugiados que también buscan el camino hacia Alemania a través de Austria.
El editor del libro, y autor de uno de los cuentos, es el escritor alemán Ingo Schulze, que vivió y participó en la revolución pacífica en la RDA y tiene una novela, «Adam y Evelyn», centrada en el éxodo de alemanes orientales en 1989 a través de la frontera húngara.
Schulze recoge dos cuentos húngaros, uno de Imre Kertész y otro de Peter Esterházy, y al final agrega uno de su propia cosecha que, tras la caída del telón de acero que separó a Europa durante la guerra fría, apunta a la existencia de un nuevo muro invencible que impide la llegada de personas que huyen de países en crisis.
El cuento de Kertész, «Protocolo», da cuenta de una época en que viajar de Budapest a Viena, aún con permiso legal, era una aventura para todo ciudadano húngaro que en la frontera podía convertirse en pesadilla.
«Pero hace tiempo que no me asustan los controles de pasaportes ni las aduanas, no tengo calambres en el estómago cuando me acerco a una frontera», dice en cambio el personaje del cuento de Esterhäzy titulado «Vida y literatura».
El cuento de Esterhäzy fue publicado por primera vez en 1993 y hay momentos en el mismo en que había alusiones claras al texto de Kertész, casi pasajes completos que se parafrasean o se parodian para luego dejar claro que la situación había cambiado por completo aunque haya miedos y actitudes que sigan latentes.
El viaje del cuento de Schulze ocurre en 2004, cuando las fronteras en Europa han caído hace ya tiempos y los viajes entre Budapest y Viena han perdido mucho de su carácter simbólico. «Hace 25 años eso significaba otra cosa. Podría decir también que hace 25 años eso significaba todavía algo», dice el narrador a punto de subirse al tren.
En Hegyeshalom, la estación de la frontera en la que el personaje de Kertész se veía obligado a bajarse del tren por no haber declarado correctamente las divisas que llevaba, ya no hay guardias de aduanas en el cuento de Schulze.
«El tren pasa la frontera y yo, hijo de un país libre, ya no siento júbilo en mi pecho», dice el personaje.
Más tarde, cuando el personaje decide regresar a Budapest para luego ir desde allí a Dresde, se plantea que las fronteras y los guardias de fronteras siguen existiendo, pero para otros, «que no vemos, que sólo pueden soñar estar sentados en un tren así, con una guía turística de Viena en la mano».
En el momento en que Schulze escribió el cuento, como variante de los de Kertész y Esterházy, aquellos para quienes seguía existiendo las fronteras eran relativamente invisibles. Las fronteras mismas también lo eran.
Ahora, nueve años después, el cuento que sugería la existencia de una nueva alambrada en Europa parece profético. La alambrada en la frontera de Hungría con Serbia no es real sino existente y no propiamente invisible.
Además, hay muchos que, tras haber logrado ingresar a Europa pese a la alambrada húngara, sueñan con el viaje hacia Austria y Alemania. Aquellos para los que siguen existiendo las fronteras ante las que el personaje de Esterházy ya había dejado de tener calambres en el estómago que el personaje de Schulze casi no veía. EFE