Han transcurrido setenta años desde el final de la segunda guerra mundial y las promesas de los vencedores de que de allí en adelante los pueblos tendrían garantizada la forma de escoger el gobierno bajo el cual quisieran vivir, y una paz que habría de proporcionar a todos los hombres de todos los países una existencia libre, sin miedo y sin pobreza.
¿Se ha cumplido algo, aunque sea en parte, de las promesas de los vencedores contra el nazismo y el fascismo?
Según Joseph Fontana (Por el Bien del Imperio, 2013) no hay paz, la extensión de la democracia es poco más que una apariencia, y en algunos lugares ni siquiera esto, como lo demuestra la frecuencia con que los derechos humanos son vulnerados…. Y lejos de la prosperidad global vivimos en un mundo más desigual, puesto que la divergencia entre los niveles de vida de los países desarrollados y los de aquellos que se acostumbraba a denominar en vías de desarrollo, lo cual parece hoy un sarcasmo, no solo es mayor ahora que el 1945, sino que sigue aumentando día a día. La pobreza no solo no ha desaparecido en la actualidad, sino que se ve agravada por el encarecimiento de los alimentos, en un mundo que no consigue evitar que centenares de miles de seres humanos, en especial niños, sigan muriendo de hambre cada año.
Mucho más podría decirse al respecto, y mucho más de los países de América Latina.
Con relación a la historia de América Latina en los años de la guerra fría sabemos que se desarrolla como una secuencia de actuaciones patrocinadas por Washington para derrocar gobernantes democráticos e imponer en su lugar dictaduras, que se consideraban más útiles como instrumentos de control social de unos pueblos por los que los dirigentes norteamericanos han demostrado siempre el mayor desprecio. Como no consideraban a nuestros pueblos aptos para la democracia, pensaban que era mejor que estuvieran sujetos a un poder dictatorial.
Señala Fontana que una cosa era la retórica destinada al consumo propagandístico, como la de Kennedy con su proyecto de Alianza para el Progreso, y otras la realidad de la política, que iba por otro lado de 1961 a 1963, mientras Kennedy estaba al frente de los Estados Unidos, seis gobernantes latinoamericanos elegidos fueron derribados por golpes militares.
Pero el asunto venía desde mucho más lejos. Desde los años veinte del siglo pasado – van a cumplirse cien años – los gobernantes de Washington elaboraron una lógica que legitimaba el apoyo a dictaduras de derecha, basándose en el hecho de que protegían los intereses del comercio y de las inversiones estadounidenses y alineaban a sus gobiernos contra los enemigos de Norteamérica.
La guerra fría que conocimos, es decir, su versión de antagonismos entre los norteamericanos y los soviéticos, ya no existe. Pero se está desarrollan otra un poco más compleja, en donde entran en juego Rusia y China, con sus ad lateres, y los Estados Unidos y Europa, con los suyos. Y los latinoamericanos nos debatimos en medio de una confusión cada vez mayor, pues no está claro quien tiene mayores posibilidades de triunfar en lo que se asemeja bastante a la anterior, aunque con matices diferentes, instrumentos distintos, objetivos más amplios.
Con la presunta desaparición del mundo bipolar, se dice, cesa la vigencia irresponsable de las viejas categorías ideológicas del colonialismo, el expansionismo, la explotación, la dependencia y, sobre todo, el imperialismo. Lo cual no es más que una mentira enorme como un templo, Lo que han cambiado son los actores. En su lugar, como señala José Luis Orozco en su obra De Teólogos, Pragmáticos y Geopolíticos, en su lugar, las categorías amables y respetables, en su esencia científica, de los sistemas, los contratos, las privatizaciones o los flujos globales de capital sirven para crear un pluriuniverso en apariencia inocuo de diagramas y transacciones, de simulaciones y juegos, que destierra el plano de la desigualdad y permite el juego del mercado político donde todos ganan. Enorme falacia propugnada por lo que conocemos como el neoliberalismo, que todos creemos que algo nuevo, cuando el analis histórico nos demuestra lo contrario.
El neoliberalismo no es nuevo. América Latina ha experimentado estrategias económicas liberales durante la mayor parte de los últimos 500 años. Desde la mitad del siglo XIX hasta los años 30, la mayoría de América Latina siguió la estrategia liberal: economía abierta, especialización exportadora, propiedad privada (mayormente extranjera) de recursos básicos y dependencia de préstamos e inversiones extranjeras.
El análisis crítico de este sistema, tuvo lugar en los años ’30, durante las crisis mundiales capitalistas. Las crisis del liberalismo condujeron a rebeliones populares en México y por toda América Latina. Estas rebeliones fueron provocadas por la extrema concentración de riqueza y poder y por el aumento masivo de la pobreza y el desempleo.
Después, definieron una fase de desarrollo nacionalista-populista, tanto en las empresas públicas como en la protección del mercado doméstico, la industrialización nacional estimulada por el Estado y los programas socio-populistas.
El «neoliberalismo» contemporáneo, ha creado desigualdades socio- económicas parecidas a las del liberalismo del siglo XIX. Aunque la estructura de clase, los patrones demográficos y los sistemas económicos son distintos hoy en día, los resultados generales son similares. Es importante esta crítica perspectiva histórica para señalar el hecho de que el neoliberalismo no es el fin de la historia, sino una regresión, una vuelta atrás, hacia una doctrina que falló en el pasado.
En segundo lugar, el neoliberalismo no es el producto del «progreso evolutivo», sino que es parte de un proceso cíclico. El neoliberalismo llegó al poder en el siglo XIX, se extendió, se deterioró y se reemplazó por un sistema distinto: en algunos casos por el populismo nacional, en otros por el socialismo. El reclamo neoliberal de que éste representa un producto de la revolución tecnológica, es falso, al menos en dos aspectos.
Primero, el neoliberalismo tiene una historia de ascensos y descensos, con 500 años de historia, anteriores a cualquier revolución tecnológica. Muchos de los fundamentales cambios tecnológicos, como el ordenador y la automatización, precedieron al actual resurgimiento del neoliberalismo, y por lo tanto no se pueden atribuir al «mercado».
En segundo lugar, el argumento de que el neoliberalismo es producto de una elección racional y de la eficacia del mercado, contrasta con el hecho de que los orígenes del neoliberalismo en América Latina, se ubican en el período de las dictaduras militares de los ’60 y ’70, las cuales reprimieron «elecciones libres» y prohibieron el debate racional.
Además, es difícil describir el neoliberalismo como un sistema «eficaz», en tanto aumenta el número de trabajadores subempleados y desempleados a un 60 por ciento de la fuerza laboral y la tierra no cultivada se concentra en pocas manos, al tiempo que se desplaza a los obreros rurales.
Resulta claro que el ascenso del neoliberalismo no es el producto de la eficacia de la racionalidad. El neoliberalismo es el resultado del poder político y de la lucha de clases. Las victorias militares y políticas de los capitalistas exportadores y financieros aliados con el imperialismo y el ejército, impusieron el neoliberalismo a la fuerza y sostienen el modelo a través del control del Estado.
A modo de resumen, el neoliberalismo es esencialmente un proyecto político basado en una configuración de poder de capitalistas exportadores y financieros, que controlan el Estado. Desde esta base de poder en el Estado, la burguesía neoliberal dicta la política económica, contrata ideólogos y compra elecciones. Para cambiar la política neoliberal hace falta un cambio fundamental en la correlación de poder de clase dentro del Estado.
Al parecer, todo esto no es más que la continuación de algo que viene de mucho más atrás, y que las “promesas de los vencedores”, como todas la que han hecho a través de la historia los que vencían de una u otra forma, fueron nada más y nada menos que la demagogia propia que se estila es determinados momentos de angustia.
La lucha a nuestro nivel, el costarricense, es solamente una juego de niños comparado con los grandes movimientos mundiales. Un gobierno como el actual, por más que desee modificar un sinnúmero de aberraciones, no cuenta con el apoyo de los grandes intereses económicos y financieros que nos mueven como marionetas, además de que a ciertos grupos de interés les es muy conveniente la debilidad gubernamental, pues en el pasado, como ya he señalado repetidas veces, se aprovecharon la debilidad de políticos corruptos de gobiernos anteriores para traer agua hacia sus molinos.
Desde hace setenta años las cosas no han cambiado mucho en su esencia. Lo que han cambiado son ciertos aspectos coyunturales. Hoy estamos bastante parecidos aunque la ciencia y la tecnología nos hagan suponer que hemos mejorado, lo cual es cierto en innumerables campos, pero en lo que es en el dominio de los imperios, que se mueven impulsados por los grandes intereses comerciales, no ha cambiado nada.
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría
excelente artículo, da en el clavo en todo
Buen comentario y análisis del fenómeno regresivo que estamos viviendo, lamentablemente nuestro país es un buen ejemplo de la aplicación de este modelo económico y político. Es mas nuestra sociedad esta tan domesticada que hacen imposible un movimiento emancipador y revolucionario. Todos los movimientos de lucha social están fragmentados y débiles, sinceramente soy pesimista estamos ante el inicio de la gran dictadura socio-económica global que se avecina, disfrazada de progreso y desarrollo, claro todo esto esta orquestado por los globalistas-iluminados que aplican la ideología capitalismo en su máxima expresión.