En Golfito, en los 50′, cuando la Zona Bananera Sur estaba en todo su esplendor.
Durante la Escuela, en el contacto con los demás en las mismas condiciones, son increíbles las cosas que se aprenden y que serán lecciones para todo el resto de la vida.
Son cosas que están en el lenguaje mismo, dichos o meros vocablos, pero aplicados, vividos, en forma tal que no hubo manera de olvidarlos y que pasaron a ser normas a seguir, verdaderas enseñanzas, muchas para bien, para prepararnos mejor. Cosas que quizá no se aprendían ni de los maestros ni de los padres. Enseñanzas que transmitían los niños, sin mayor consciencia, las cuales aprendíamos también sin consciencia. Las que se nos quedaban porque sencillamente eran convincentes, certeras, verdaderas reglas de oro, no disponibles siquiera para cuestionamientos.
No es posible recordar todo, pero algo se conserva fácilmente rescatable. Los que siguen son entonces solo ejemplos. Cabe acotar que Golfito era una zona urbana empotrada en la montaña, a la par del mar, comunicada por barco, por tren y por avión. Y llena de extranjeros, de toda clase, aunque a los negros no les daba trabajo la United. Lo que no necesariamente indica que las enseñanzas allí aprendidas durante la niñez fuesen ajenas al resto del país.
“El que se mete a jugar tiene que aguantar”. Para entonces la vida era juego, luego de ir a la escuela y ayudar en algo en la casa. Los juegos entre los de edad escolar eran muchos y casi todos se practicaban. Algunos implicaban riesgos de salir golpeado. Y los golpes duelen. Y a esa edad es muy fácil que las lágrimas broten. Allí mismo se aprendía que el hombre no debe llorar. Es más, no debe siquiera quejarse. Se aprendía incluso a saber que hay juego limpio y juego sucio y que este último se da con alguna o mucha frecuencia. Se iba conociendo la naturaleza humana. Pero lo importante era no lamentarse. Ni siquiera enojarse. Puede decirse que con ello se fomentaba la venganza, porque sí era lícito vengarse (“sacarse el clavo”), pero racionalmente (proporcionalmente). El derecho al desquite estaba institucionalizado.
Estas reglas permeaban todos los juegos, pero especialmente la mejenga futbolera, jugada sin árbitro. Hoy día por cierto un partido formal es algo más salvaje y peligroso que las informales mejengas.
La vida es una interminable serie de múltiples juegos, en los que nos podemos llevar toda suerte de golpes, lo que nos exige estar alertas, los que no siempre podemos asimilar fácilmente, ni vengarlos. Pero normalmente con solo quejarnos no ganaremos nada.
“Calda el último”. O sea: “güevón”, “boludo” o “cabrón”, el último. El último en cualquier competencia, generalmente en juegos o deportes.
Resaltaba el esquema competitivo de la vida. Competir con los demás a veces pareciera que responde a una necesidad ancestral. Se compite, originalmente, por la comida o por las hembras. El hombre se asocia y entonces compite en grupos. Con el desarrollo competirá en todo caso de cara a otras cosas: poder, dinero, status, y ello lo endurecerá más o por lo menos lo volverá menos escrupuloso.
Cuando niños, sencillamente se competía para ganar y se reconocía al ganador, categoría que todos deseaban alcanzar. “Calda el último” es un reconocimiento al mejor, pero a su vez una condena al peor. Literalmente se limitaba a castigar al peor, aunque de paso incitaba, para evitar la condena, al esfuerzo, a la lucha, para no perder.
La flaqueza de la regla está en que al hacer énfasis en que no hay que llegar de último, sin quererlo podía incitar a que basta con no llegar de último. Sea: era despreciable llegar de último, pero no lo era llegar de penúltimo. Quien así tomara la regla lo podía llevar al conformismo y creer que de veras “lo importante es competir”. Pero en Golfito no éramos conformistas (“hay que seguir trabajando”, “hay que crecer”, “hay que creerse”, como se usa decir ahora).
“Chuchinga”. Designaba al varón que trataba mal a las del género contrario, especialmente al que les pegaba.
El machismo se manifiesta desde las primeras relaciones sociales, desde la niñez. Un rasgo del machismo es el trato “duro” con las del sexo femenino. Por supuesto que las cosas han ido cambiando.
Desde aquella época, con el despectivo vocablo “chuchinga” se imponía una regla: el trato caballeroso hacia las niñas, futuras mujeres de las que andaríamos necesitados, futuras madres de nuestros hijos. Era una regla, con una sanción social. Al “chuchinga” se le podía calificar además de “concho” (“carraco” en Grecia).
Era un principio de quiebre al machismo. Hoy día parece interesar más un trato igualitario que caballeroso.
También “chuchinga” era el que jugaba juegos de niñas aun con ellas, como el de cromos o el de yacses. Se profesaba una diferencia nítida entre varón y mujer, cada género tenía sus juegos exclusivos aceptables.
“Trompo de ñiques”. No es un dicho, pero dejaba buenas enseñanzas. Se daba dentro del juego de trompos. Obedecía a una regla precisa. El que ganaba tenía un premio; el que perdía tenía un castigo. Se aprendía la diferencia nítida entre vencer y ser vencido.
Pero todo tiene un truco. El vencedor tenía derecho a usar su trompo con la punta (puyón) dirigida a despedazar el trompo del perdedor. Este tenía que poner su trompo para que se lo despedazaran eventualmente. El vencedor se aseguraba su éxito (en el castigo) llevando un trompo aparte con un puyón salido (injertado) y bien afilado; el perdedor tenía derecho a poner el trompo que quisiera para recibir los ñiques y por supuesto que o tenía un trompo demasiado bueno, como para que no fuese fácilmente astillable, o preferiblemente tenía un trompo malo que no dolería perderlo.
Pero lo cierto es que no había perdón. Había que pagar la deuda. Solo un baboso pondría a recibir los ñiques a su mejor trompo para bailarlo. Y se aprendía también a disfrutar la gloria del vencedor.
“Lo que se da y se quita se vuelve cuita”. En realidad si a uno le regalan algo, ello es definitivo. Esa debería ser la norma. Pero a ratos sencillamente se impone la ley del más fuerte. “Te lo regalo”, mas luego “Mejor devolvémelo”.
No siempre es cuestión de estar dando quejas. De hecho las quejas (a padres o maestros) no eran bien vistas. Juego o no, las relaciones tendían a manejarse sin quejas. Si no cabía la defensa física, si no cabía la queja ante un tercero, solo quedaba recordarle al que faltó a la palabra que lo que se regala y luego se quita se convertirá en cuita, mas esto por supuesto le valdrá un pepino. Mas lo importante era no quedarse callado y recordar que habían sanciones morales.
(*) Mauro Murillo A. es Abogado