Existe una hermosa canción que dice que hay amores que causan tristeza y creo que es cierto, pues amo a mi país pero me siento triste por él y por lo que le han hecho a través de los años tantas personas que se consideran costarricenses, pero que más bien parecen enemigos infiltrados entre los que vivimos enamorados de sus montañas, sus llanuras, sus selvas, sus playas. Y que su único propósito es hacer el mayor daño posible.
Busco una razón para explicarme el por qué una persona que ha tenido la bendición de nacer en este país puede ser tan aberrantemente egoísta. Solamente le importa su propio y mezquino bienestar. Y reflexionando mucho solamente encuentro el individualismo como la causa cultural de este fenómeno tan triste. Y para explicarme debo reflexionar sobre esta manifestación del comportamiento humano.
Podríamos inicialmente decir que es una tendencia social. En las grandes ciudades donde el anonimato más absoluto se instaura en las calles se nota una forma de su manifestación. En las ciudades pequeñas, es más fácil encontrar gente conocida por la calle y eso siempre aporta más confianza entre las personas. El individualismo, dicen algunos estudiosos del fenómeno, va en contra de la propia naturaleza humana porque somos seres sociales que necesitamos relacionarnos con los demás para tener la mente activa, para sentirnos queridos e integrados en un grupo.
Sin embargo, el individualismo genera pena, por los valores que vamos dejado atrás y que están vinculados con una ética humanista. Del mismo modo, genera tristeza porque la sensación de ver cómo cada uno va a lo suyo resulta decepcionante. El individualismo también genera sensación de soledad. Una soledad que es muy amarga, muy cruda y muy real. Son muchas las personas que sufren en silencio sus heridas a la espera de que una mano amiga surja en medio de la nada.
El individualismo se evidencia en la relación de un individuo con otro, de un individuo con la sociedad, de un individuo con el Estado y la de un Estado con otro, donde inclusive se producen las guerras en base a deseos y necesidades insatisfechas. Sin embargo, al individualismo, como el instinto, no lo podemos eliminar del comportamiento humano; el instinto debemos orientarlo en base a la educación… el individualismo debemos regularlo en base a las leyes; el problema del mismo son los excesos. Pero, ¿cuáles son sus causas y cuándo ocurren los excesos?
Si analizamos nuestra legislación nacional encontraríamos los más absurdos contrasentidos. Las leyes que debería ser el muro de contención al individualismo más egoísta de personas y grupos, son en realidad mecanismos de protección de beneficios aberrantes de unos pocos en perjuicio de las mayorías silenciosas y sin medios para corregir la situación existente, pues son siempre los mismos los que, desde los partidos políticos, alimentan esta situación.
Seguimos viviendo en un mundo lógico de causas y efectos. Thomas Hobbes nos indicó ‘el hombre es egoísta y se mueve por el deseo de apropiarse del mayor número posible de bienes, pero con esta lucha provoca inseguridad… entonces crea el Estado’.
- Schopenhauer nos indicó ‘la voluntad es la fuerza que rige nuestras acciones y la misma está dirigida por el deseo, no por la razón, el cual siempre queda insatisfecho, siendo esto permanente causa de conflictos’. Estas dos opiniones son las causas intrínsecas que caracterizan al individualismo y tienen su base biológica en el genoma.
El hombre, que es espontáneamente individualista, promocióna el liberalismo, para regular este comportamiento y en aras de lograr un equilibrio en donde los intereses individualistas sean limitados, se crea y fortalece el Estado, el cual con medidas de carácter social promueve la protección de los más débiles. Pero estoy hablando del liberalismo real, no la cochinada que tenemos ahora.
Es cierto, además, que el individualismo no podemos eliminarlo de la sociedad, debido a que tiene una base genética, y no debemos eliminarlo, por su derecho a existir en función del pluralismo.
Pienso que ese ‘individualismo’ que caracteriza y pone en cuestión cada una de las relaciones humanas y sociales, es una característica típica, sobre todo, de nuestra sociedad occidental, donde la sociedad capitalista que trajo consigo el afán del ‘tener’ por sobre el del ‘ser’, en una competitividad extrema que amenaza constantemente todas las relaciones, tiende a afirmar el primar del ‘individuo’ por sobre la ‘colectividad’, de lo ‘mío’ por sobre lo ‘nuestro’, del ‘bien privado’ por sobre el ‘bien común’, del individuo por sobre y separado del conjunto que lo rodea y del cual inseparablemente es parte.
Vivimos en una sociedad, la nuestra, de ‘mercado’ y de ‘mercado libre’, de demanda y oferta, donde todo, incluso las relaciones humanas se han transformado en un tener, poseer, gozar y botar: es este el ‘toma y bota’ bien simbolizado por la bebida más típica de nuestra sociedad capitalista que además representa ese estilo de vida liviano que propina nuestra sociedad: la Coca Cola.
Así se viven muchas veces las relaciones, siempre centradas en uno mismo, siempre condicionadas a uno mismo y a su utilidad. El ‘Otro’ es visto casi siempre como una amenaza real al ‘Yo’, como alguien que me limita, me coarta, me condiciona, exige algo que me pertenece, requiere mi atención, reclama su existencia y el reconocimiento de sus derechos y espacios. El ‘otro’ significa en definitiva una amenaza, a veces la muerte de mi identidad, de mi personalidad: siempre pienso afirmar mi personalidad sobre los demás, casi en contraposición a los demás, siempre en comparación con los demás.
En realidad nuestra sociedad occidental, de origen religioso judeocristiano y filosófico grecolatino, puso, a diferencia de otras sociedades, cada vez mayor énfasis sobre el valor de la ‘Persona’ («a imagen Suya Dios nos creó»): es así como en nuestra sociedad anduvo con el tiempo madurando por su lado la conciencia de los valores de la dignidad humana, de los derechos del hombre, del niño, de la mujer, de la persona en general, de la ecología, del medio ambiente, de la justicia social, de la justa distribución de los bienes, de la importancia de las ciencias y la tecnología, dejando todo un desarrollo tecnológico e industrial más que en otras culturas.
Muchas revoluciones científicas, culturales y sociales encuentran su cuna en las ideas cristianas y en el valor primario que el cristianismo atribuye al hombre, al individuo, casi sagrado, llevando el mismo individuo al nivel del mismo Dios.
Revoluciones sociales como la Revolución Francesa, que proclamaba como principios fundamentales la igualdad, la fraternidad y la libertad, están aún hoy, a mi parecer, en la base de las sociedades que de esas revoluciones tuvieron su inspiración: la sociedad marxista-comunista (Marx, de origen judío, soñaba con una sociedad donde el proletariado tendría que haber encontrado una forma de vivir paradisíaca casi confundiendo la llegada de la dictadura del proletariado con la misma llegada del Mesías), sociedad esta que se demostró extremadamente inhumana eliminando toda libertad individual a favor del supuesto bien común, y la sociedad capitalista que sacrifica cada vez más el bien común y los más mínimos derechos de las más pobres privilegiando el interés del individuo y del más poderoso sobre los demás. Las dos sociedades, en realidad, demuestran ser dos herejías. En uno, por un lado, se acentúa la vida comunitaria sobre el individuo, y, por otro, el individuo sobre el bien común.
Así pues, si analizamos nuestro comportamiento ciudadano, el devenir de las generaciones que cada vez son más materialistas y egocéntricas, que ponen por encima del ser el tener y en ello basan su felicidad, pocas esperanzas tenemos de que no se nos vaya de las manos el hermoso país que tenemos, en una orgia de depredación mercantilista y de egoísmo desenfrenado.
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría
Hermoso articulo, que deberia abrirnos los ojos ante tanta miseria de politicos y empresarios, funcionarios y sindicalistas, que por mantener los regimenes de privilegio que crearon para si mismos: salarios desorbitantes, exenciones impositivas, bebeficios aberrantes producto de las convenciones colectivas, dejan a los demas ciudadanos sin poder recibir los beneficios de un Estado vfuerte y sano. Don Alfonso siempre dice mas de lo que escribe. Y este articulo es un ejemplo de ello.
Este articulo esta precioso Don Alfonso ,me ha llegado a lo más profundo de mi corazón, me siento feliz, que todavía hay personas sensibles como usted, en este mundo tan olvidado de los valores morales y espirituales…que Dios me lo bendiga.
Excelente artículo! Sin complicar mucho el tema, es evidente que el mayor enemigo de el balance entre individualidad y comunidad es el Estado. Cualquier dirección que busque el fortalecimiento de las comunidades y el debilitamiento de los poderes estatales y empresariales es una dirección que restaurará ese balance.
Meli estás leyendo mal.
El egoísmo nos llevará al final, ¿acaso no es el egoísmo la causa de tantos males? como la guerra, y el poder por el poder.