miércoles 22, enero 2025
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Reflexiones que ofenden a muchos

Dentro de las múltiples lecturas que llenan los espacios vacíos que deja la jubilación a quienes nos hemos considerado intelectualmente inquietos a través de nuestra vida profesional y académica, he encontrado ideas reveladoras acerca del daño que hacen las religiones a la idea laica de la democracia. Por ello, seleccioné algunas de diversos autores para que sean motivo de reflexión de los lectores, aunque soy consciente que ofenderán a muchos, ya que sus estructuras mentales están condicionadas, como se demuestra mas adelante.

El papel que desempeñan las creencias religiosas en el mundo contemporáneo debe ser un motivo de preocupación para todos aquellos que creen en la posibilidad de un desarrollo más amplio de la autonomía individual y social. Aunque su fuerza es relativa y llena de contradicciones, sus efectos son reales. El auge del fundamentalismo en las distintas confesiones, la agresividad creciente de los extremismos religiosos y los efectos terribles de los fanatismos que los acompañan son, desdichadamente, muy reales. Los ejemplos presentes del islamismo y sus versiones fundamentalistas, inhumanas, armadas por potencias cristianas, curiosamente, son tan evidentes que no cabe la discusión. De la misma forma que siglos atrás el Cristianismo acompañó el genocidio de los aborígenes americanos, y mucho antes las cruzadas.

En el hemisferio occidental se ha producido un creciente distanciamiento de significativos sectores de la población respecto de los ritos católicos  aunque parte del espacio perdido lo han ocupado los grupos llamados cristianos, lo que se manifiesta en el aumento del número de no creyentes y la disminución constante del número de practicantes. Estos datos han llevado a algunos a pensar ingenuamente que el único problema religioso en Occidente, en el siglo XXI, se limitaría al creciente peligro del integrismo islámico y de sus ramas terroristas.  Sin embargo, algunos ejemplos inmediatos deben llevarnos a la reflexión sobre las tendencias del cristianismo en el mundo. Pensemos en la eclosión de sectas fundamentalistas en el entorno político que llevó a Bush a la presidencia de los Estados Unidos y en el peso del extremismo religioso en aquel país.

Tengamos también en cuenta la radicalización tradicionalista de la Iglesia Católica durante los papados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, que alertan sobre la necesidad de profundizar en el significado político de la evolución de la  Iglesia Católica. Juan Pablo II puso en marcha, a partir de 1979, un giro estratégico de la Iglesia para aprovechar el notorio vacío de representaciones creado por el hundimiento del totalitarismo comunista. Ese giro había sido preparado durante el curso final de la guerra fría, que abrió el camino al recurso a la religión como variable geoestratégica. Recordemos el papel del catolicismo polaco contra el totalitarismo comunista, el del fundamentalismo musulmán en Afganistán o el del judaísmo sionista en Oriente Medio.

Es frecuente que muchas personas de buena fe consideren que el debate sobre la religión es secundario, o que debe limitarse a algunos aspectos prácticos del laicismo, sin cuestionar en profundidad el deísmo monoteísta ni su sustancia filosófica y política. Incluso muchos no creyentes consideran que el cristianismo es una recopilación de buenos valores a los que se debe reconocimiento social. Otra forma de esta pseudo-tolerancia consiste en establecer una divisoria radical entre la religiosidad y el fundamentalismo, cuando la única diferencia es de grado. Finalmente, algunos admiten que  el cristianismo es la jerarquía autoritaria de su Iglesia, pero admiran la fe de los millones de pobres del Tercer Mundo, los cuales no creen tener más remedio que buscar esperanza en otro mundo como consuelo a sus males reales en éste.

Ninguna de esas disculpas es realmente poderosa. Todas tienen en común la atribución de elementos deseables a la creencia religiosa y el olvido de que la religión siempre tiene que ver con el poder, que toda religión es política, por definición. Al pensar de esa manera se corre un velo sobre la Historia, ocultando o trivializando la guerra absoluta que la Iglesia Católica ha desarrollado a lo largo de los siglos contra la libertad de expresión y de conciencia, las libertades públicas y la democracia. En fin, no es aceptable la negativa a reflexionar sobre el sentido último de las creencias religiosas, sus aspiraciones latentes o explícitas a una sociedad cerrada. Tampoco deben velarse las terribles consecuencias para la libertad si las ideas religiosas fueran impuestas por un régimen político confesional.

La omnipresencia de la religión y de lo religioso ha construido históricamente la sociedad occidental. El arquetipo bíblico monoteísta  (Dios, profeta, revelación, salvación, paraíso) ha marcado profundamente ese devenir.

Conviviendo, y enfrentándose con esa dominación religiosa se encuentra la tradición democrática. Leo Strauss ha expresado metafóricamente esa doble raíz y fundamento de Occidente en dos lugares-símbolos: Jerusalén (como ciudad santa de los monoteísmos bíblicos) y Atenas (como ciudad donde nace la democracia y filosofía). Ese doble fundamento no es pacífico, sino mutuamente conflictivo, expresa una formidable tensión histórica. La conquista del  derecho a la libertad de conciencia, de expresión, la democracia, no han sido acontecimientos casuales sino el resultado de siglos de luchas sociales y de resistencias individuales al poder de las oligarquías tradicionales y del poder eclesiástico.

La separación del espacio religioso y el político, el proyecto laicista, nació con la Ilustración. El laicismo, el liberalismo y la democracia pretenden situar al ciudadano en el corazón político de la sociedad. Donde el Antiguo Régimen situaba súbditos políticos y fieles religiosos, apareció el ciudadano. Y con el laicismo una pregunta, ¿es posible una religión que no invada los espacios públicos? Parece muy deseable. Pero, ¿es realista esa posibilidad?

En este contexto surgen algunas cuestiones importantes sobre el rol de las creencias cristianas en el funcionamiento de la sociedad democrática.

Los principios cristianos presuponen que sus reglas morales son y deben ser universales y que deberían imponerse a toda la sociedad, pues son buenas para todos. Como derivan de una verdad absoluta tales reglas no podrían ser objeto de la controversia humana ni ser sometidas a la exclusiva decisión individual dentro del marco de las leyes civiles. Hay un corazón fundamentalista en todo cristianismo auténtico. Se trata del significado profundo de la creencia. De ahí su potencial riesgo para el proyecto de autonomía social e individual.

Al indagar en el contenido político de las ideas cristianas la conclusión es palmaria. El conjunto de creencias cristianas, partiendo de sus distintos credos (el romano, el niceno-calcedoniano o el atanasiano) y el corpus de sus libros sagrados, incorpora un conjunto de significaciones imaginarias que, tomadas en serio, son abiertamente incompatibles con la construcción de una sociedad abierta y autónoma. Ese contenido político del cristianismo es, además, un sustrato cultural imaginario omnipresente en todos aquellos que han sido educados desde niños en esas creencias, que opera en contra del desarrollo de la autonomía humana.

Hay algo en la religión cristiana (por supuesto también en otras creencias religiosas) que es consustancial a la negación del sentido profundo de la libertad y de la democracia. Ese algo consustancial deriva del valor imaginario metapolítico que la caracteriza que no es otro que la heteronomía, la negación de la autonomía humana, núcleo del pensamiento cristiano. Para el cristianismo no es el hombre el que construye los sentidos del mundo.

Ese algo heterónomo es la esencia del cristianismo: la fe en una fuente extrasocial del sentido. “No son los elementos del cosmos, la leyes de la materia, lo que en definitiva gobiernan el mundo y el hombre, sino que es un Dios personal quien gobierna las estrellas, es decir, el universo; la última instancia no son las leyes de la materia y de la evolución, sino la razón, la voluntad, el amor: una Persona” (Benedicto XVI, Spe Salvi, 2007).

¿Cuál debe ser el papel de la religión en las sociedades de hoy? ¿Ayuda o dificulta la democracia liberal? Si los ciudadanos no comparten valores comunes, ¿sobrevive la democracia? Estas y otras preguntas de creciente importancia en un mundo con cada vez más fundamentalistas religiosos violentos se tratan en el breve y elegante libro de Ian Buruma (Taming the Gods: Religion and Democracy on Three Continents, “Domando los Dioses: Religión y Democracia en Tres Continentes”, publicado por Princeton University Press).

Buruma examina, en tres secciones, las relaciones Iglesia-Estado en Europa y en los Estados Unidos; la autoridad religiosa en China y Japón, y los retos del Islam en la Europa de hoy. Es agnóstico, pero cree que siempre se necesita la fe religiosa – el deseo por tener respuestas metafísicas a preguntas que no pueden ser contestadas racionalmente.

En el fondo hay problemas muy centrales del pensamiento liberal para abordar las ya de por sí complicadas relaciones ente democracia y religión. Problemas que tienen mucho que ver con su falsa solución liberal: una patológica proliferación de “respeto a todas las creencias”. En la práctica, esa solución se traduce en un veto a la discusión madura que, al final, acaba por limitar la libertad para pensar. Ver por dónde discurre el camino que lleva de una cosa –de respeto– a la otra –la censura– es un modo de ver que también en el caso del liberalismo el infierno está empedrado de buenos propósitos.

El liberalismo (derivación del pensamiento liberal), en su sentido más estricto, está comprometido con el ideal de libertad negativa, según el cual, uno es máximamente libre cuanto menos intromisiones experimenta. Más exactamente: el individuo A es libre para realizar X si, y solo si, no existe un Y tal que impida que A realice X. Mi libertad se ve menoscabada cuando el Estado, o los otros, tercian en mis opciones, bien limitando mis posibles acciones, con prohibiciones, bien arrebatándome lo mío, con los impuestos, bien entrometiéndose en mis ideas, con recomendaciones acerca de cómo debo llevar mi vida. Frente a esto, dirá el liberal, se levanta la libertad negativa, que me asegura la protección de mis ideas y mis bienes. Lo que yo hago con mi vida es cosa mía, sobre todo si lo hago en mi casa, en mi propiedad. Esa idea de libertad negativa, en su convivencia con la democracia y la igualdad, será un avispero de problemas, entre lo que no es el más pequeño el trato con las ideas religiosas: ¿qué sucede cuando el culto a Dios o a Satán, amparados por la libertad negativa, choca, por las peculiares recomendaciones de Dios y de Satán, con la democracia o la igualdad ciudadana?

En la perspectiva liberal la solución es sencilla: “la religión es un asunto privado”. Un supuesto que casi todos damos por bueno pero que se revela más que complicado si se piensa en lo que es una religión. Porque las personas no son miembros de una comunidad religiosa como son miembros de un club de filatelia. Una religión medianamente vertebrada, además de con una liturgia, está comprometida con unas cuantas ideas sobre lo que está bien y está mal, sobre cómo deben comportarse quienes la suscriben, y es razonable que sus practicantes aspiren a que el mundo se acomode a esas ideas. Eso, se mire como se mire, quiere decir que la religión arrastra una exigencia política, pública, de universalidad en sus contenidos. Por aquí surgen los problemas. Si queremos que los individuos se sientan vinculados con la democracia y sus decisiones, no cabe decirles a los creyentes que aquello que rige su vida, sus ideas sobre el bien y el mal, se ha de quedar en casa, que la democracia no tiene forma de dar curso a sus propuestas sobre el bien común.

No hay que olvidar lo fundamental: quien suscribe ciertos valores en nombre de su religión nos está diciendo que no tiene razones aceptables para suscribirlos todos, que de eso va, tarde o temprano, la religión, de “razones” que, de algún modo, renuncian a serlo (de otro modo estaríamos ante algo distinto de una religión, como una filosofía, seguramente no demostrable concluyentemente pero al menos con un afán de racionalidad, lo que incluye contemplar la posibilidad de reconocerse equivocada, caducada, una circunstancia que, sencillamente, carece de sentido para un creyente, que, a lo sumo, contempla la posibilidad de perder la fe, que es un asunto bien distinto).

Estas dificultades no resultan sencillas de resolver; en realidad, resultan irresolubles, precisamente porque se trata de religiones. Pero, en lugar de admitirlo, nuestras actuales democracias han optado por tirar de los fuegos de artificio: la estrategia de reenviar el expediente a “la privacidad”, en hacer de la religión un asunto privado y taponar los problemas con algún truco de mampostería intelectual paulina del tipo “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Una pseudosolución, aceptada por las tradiciones cristianas de por aquí, con no poca hipocresía, más por pasteleo que por convencimiento, y que, aunque a veces se presenta como un triunfo de las democracias, como todas las componendas en las que se mira hacia otro lado, acaba por complicar las cosas y, en este caso, por empeorar la calidad de la democracia. Porque, un día u otro, los feligreses quieren decir la suya sobre lo de todos, sobre el aborto, los condones, las “blasfemias”, la educación y hasta los fundamentos del poder político. Y cuando eso sucede, y siempre sucede, más o menos explícitamente, los conflictos escamoteados reaparecen en una dinámica bien conocida: ante diversas prácticas sociales o acciones políticas, los miembros de una u otra comunidad religiosa dicen sentirse provocados “en sus creencias privadas” y muestran su indignación, pero, cuando se les pide que traten de justificar el porqué de su indignación, apelan a la necesidad de respetar –y eso, para ellos, quiere decir no discutir– “sus” creencias religiosas, esto es, a una privacidad en la justificación, que es lo que no puede ser una justificación, que es argumento, razonamiento con afán de convencer, publicidad esencial.

Dejo, finalmente, estas reflexiones para el análisis individual de cada uno de los lectores, pues se percibe en el fondo de ellas un problema insoluto que tarde o temprano las sociedades deben afrontar, sobre todo en tiempos de cambios trascendentales como los que estamos viviendo y se vivirán en los años futuros. No se trata de si crees o no crees en una religión, cualquiera que sea, sino en que forma ello afecta tu postura frente a la democracia, los gobiernos elegidos, las decisiones gubernamentales, y la propia conducta personal.

(*) Alfonso Palacios Echeverría

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8 COMENTARIOS

  1. El mejor artículo del año 2016, gracias Don Alfonso…espero que Luis Guillermo se acuerde en este año nuevo, que en campaña prometió al pueblo el estado Laico, solo por variar lo dijo , porque se que este Luisgui nunca cumple las promesas de campaña,soñar no cuesta nada.

  2. Excelente. «Toda religión es política» la mejor frase del año que recién comienza. También ha dado usted en el clavo al afirmar que «la religión siempre tiene que ver con el poder». Esta última frase es, con frecuencia, astutamente disimulada sobre todo por los grupos religiosos costarricenses representados en la Asamblea Legislativa. Ellos han usado la política para imponer sus dogmas. El ejemplo más claro es la FIV.

  3. Excelente artículo. Las religiones al fundamentarse en dogmas, es imposible que tengan una actitud abierta a otras posibilidades humanas que no forman parte de sus dogmas o que le adversan. Las religiones son excluyentes. La verdadra democracia es incluyente, pues se fundamente en el respeto mutuo y la libertad en todas sus dimensiones. El poder político y el poder económico no siempre se desenvuelven dentro de un verdadero marco democrático.

  4. Demasiadas mentiras juntas. Es la ventaja que le otorga el soliloquio.
    En todo caso, su religión es la libertad (entendida de alguna particular manera). TODOS tienen un señor. Ese es el suyo. No debe imponérselo a nadie.
    También es claro que idolatra la democracia, porque es en nombre de la libertad y de la democracia que le parece justificado cualquier esfuerzo en contra de la religión. Es curioso que una persona como Ud. no se percate de que también la democracia tiene sus vergüenzas, bastante gordas, como para erigirla como ideal político supremo (porque así lo hace).
    De todo lo que formula, sin fundamentarlo, extrañé particularmente de dónde pretende que el catolicismo se está volviendo fundamentalista y “cada vez más violento”. Porque para apoyarse se refirió o a hechos muy viejos o a hechos de autodenominados cristianos no católicos.
    Por último: entérese de que quizá quedan algunos que participan de la religión sin convencimiento. Pero habemos otros que ya nos “descondicionamos”, anduvimos en nuestra basura de “libertad” que ofrece el mundo, y hemos vuelto a la religión POR LIBRE DECISIÓN anhelando libremente, con profunda pasión, que se cumpla la voluntad de nuestro Padre Celestial. A quien le da miedo ese anhelo nuestro es que NO ENTIENDE NADA, porque la voluntad del Padre es el bien supremo para todos.
    Que Ud. no haya tenido esa experiencia, no desautoriza la nuestra.
    ¡Viva Cristo REY!

  5. Por cierto:
    Y quienes pretendan que los dogmas son patrimonio exclusivo del pensamiento religioso están muy equivocados. Todo procedimiento científico tiene una epistemología, y toda epistemología parte también de dogmas, de verdades que se dan por sentadas sin comprobación.
    ¡Feliz finde!

  6. Lo advirtio el autor del articulo… *soy consciente que ofenderán a muchos, ya que sus estructuras mentales están condicionadas*…. de alli los berrinches de Ana, quien se fue por la tangente diciendo majaderias. En los comentarios de esta señora se nota claramente que esta super condicionada a las creencias religiosas que profesa, lo cual respetamos, pero no le dan autoridad alguna para decir las tonterias que expresa, en donde se nota odio y resentimiento ante personas de pensamiento libre.

  7. Lo que Ana no entendió es que la mayoría de dirigentes religiosos (de cualquier religión) están encantados asumiendo su poderoso papel político. ¿o es que ella nunca ha visto a esos dirigentes pavoneándose al compartir (dentro de lo que califica como «el mundo») las tomatingas y comilonas de la Asamblea Legislativa cada primero de mayo? ¿O acaso no se ha enterado que las religiones, incluyendo la suya han bloqueado el derecho de las parejas a poder usar la FIV en Costa Rica? Son parejas que no tiene los suficientes recursos para acudir al extranjero, a diferencia de otras que lo han hecho y regresan al país felices con su chiquito bajo el brazo. Esto último es el atropello más grave que se ha cometido en cualquier país. ¿O acaso ese personaje que menciona va a ocupar el puesto del «espíritu santo» y dejará embarazadas a estas mujeres que han reclamado hasta la saciedad que les hagan justicia?

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