Creer que de verdad la voluntad popular se expresó en los recientes comicios municipales es no sólo un acto de ingenuidad, sino que dependiendo de las circunstancias podría ser más bien un acto de mala fe. Se trató de consulta electoral que tendió, desde el primer momento, a confundir a los electores dado el gran número de aspectos sobre los que tenían decidir y de los carecían, en la mayoría de los casos de la más elemental información. Que el 65% del padrón electoral no se hiciera presente es la mejor demostración de su fracaso, aunque el Tribunal Supremo de Elecciones que llevó a cabo una torpe campaña de promoción de esta elección, donde en una serie de spots o anuncios de televisión se ponía a algunos ciudadanos a decir cosas absurdas como: “Yo voto, (¿por quién? o ¿Quiénes?) porque quiero computadoras en las escuelas” o “Yo voto, porque quiero un parque de juegos infantiles en mi comunidad”, con las que se confundió a la ciudadanía dado el grado de estupidez e incoherencia que implicaban, es uno de los principales responsables de esta debacle. Ahí, estaban puestas las bases del gran abstencionismo que se produjo y del que no se puede responsabilizar a la población ¿ahora bien, esa política electoral buscaba producir ese resultado, para negar después cínicamente los graves problemas de legitimidad que plantea? Esos son asuntos que habrá que discutir y dirimir con el paso del tiempo, los que en caso de ser ciertos serán siempre muy difíciles de comprobar.
Sucedió, a pesar de todo ello, que el domingo 7 de febrero de 2016, al parecer, se realizaron las primeras elecciones municipales, completamente separadas de los comicios nacionales para elegir al presidente de la república y los diputados a la Asamblea Legislativa, después de un lapso de setenta años, a partir de febrero de 1946, cuando se efectuó la última elección de regidores y síndicos que tenía los perfiles de una consulta electoral de medio período, dentro de lo que se constituyó en una especie de balance de cada gestión gubernamental, iniciada dos años antes. En lo sucesivo, y a partir de la guerra civil de 1948, con la aplicación de la nueva constitución del año siguiente, las elecciones municipales con el propósito de escoger a los regidores y los síndicos distritales se siguieron haciendo, por así decirlo, mesturadas o revueltas con las de presidente y diputados. De ahí su creciente invisibilidad, y la paulatina pero sostenida pérdida de importancia, a lo largo de las décadas transcurridas, de estas consultas electorales para elegir regidores y síndicos.
Es por todos estos motivos que la gran mayoría de la población costarricense, tanto la que votó y que no llegó a alcanzar el 35% del padrón de electores potenciales, en muchos casos, como sucedió también con el resto de los habitantes que no acudieron a las urnas, pensó o imaginó que se trataba de una elección de alcaldes más, como las que se venían realizando a partir del año 2002, cuando de manera inconsulta y poco estudiada se reintrodujo esa figura del gobernante local, la que venía de los tiempos de la dominación colonial española, pero había desaparecido con la institucionalidad republicana que los liberales decimonónicos establecieron, dentro de los términos de la constitución de 1871. Es por ello que la figura del alcalde no alcanzó nunca la relevancia que tuvo en otros países de la región, con mayor tradición municipal o de gestión local de las políticas de estado. Durante más de un siglo en Costa Rica la figura del alcalde era la de un funcionario judicial, mientras que los municipios eran administrados por la figura del ejecutivo municipal que estaba subordinado a los regidores de la respectiva municipalidad. Ahora, al parecer los papeles se han invertido dentro del nuevo código municipal, opacando así la figura de los regidores y el propio concejo municipal.
Casi sin darse cuenta, y siempre sobre la marcha, los electores terminaron también votando para escoger a los regidores y a los síndicos municipales, dentro de una dimensión de la consulta electoral que permaneció y permanece aún, a pocas horas de haberse cerrado las urnas y darse a conocer los primeros resultados de la elección de ese día, ignorada o apenas visible para la gran mayoría de la población. Esa noche de recuentos y sesiones solemnes del Tribunal Supremo de Elecciones transmitidas por las televisoras más importantes del país no se dieron a conocer los resultados de la elección de regidores, y mucho menos, los nombres de quienes fueron electos para integrar ese cuerpo deliberante de tanta importancia, como es el consejo municipal. Estamos casi seguros que esto determinará el hecho esencial de que la gran mayoría de la población seguirá desconociendo ese aspecto de la elección municipal, razón por la que resulta ser como algo que en realidad no ocurrió nunca al no alcanzar a ser percibido por un sector mayoritario de la población. Lo que hubo entonces, al parecer, dentro de la opinión de muchas gentes, fue otra elección más de alcaldes a semejanza de las efectuadas en los años de 2002, 2006 y 2010, de ahí que nos seguiremos preguntando si de verdad ¿Hubo elecciones municipales en Costa Rica el domingo 7 de febrero de 2016?
Además de desconocer de qué manera funcionan los gobiernos locales, incluso dentro del esquema actual que contempla la figura del alcalde, la ciudadanía hoy mucho más numerosa que la de los años 1940 tiene grandes problemas para identificar y conocer a los candidatos a regidores, quienes resultan ser los grandes desconocidos de esta historia. Pero lo más grave del caso es que, dada la irrelevancia e insignificancia que han alcanzado los consejos municipales, sus integrantes continuarán estando en las sombras, aunque tomando con su voto las decisiones más importantes de la gestión municipal.
Las ambiguas y a veces impropias relaciones de las municipalidades con otros órganos de los poderes públicos, como aquellas en las que aparecen vinculadas a la Contraloría General de la República donde ese órgano subordinado a la Asamblea Legislativa de Costa Rica, aparece administrando y disponiendo un régimen disciplinario hacia los alcaldes y los regidores municipales niegan, en los hechos, el principio de la soberanía popular que se supone es el que otorga sus mandatos a sus representantes y administradores municipales. De ahí el gran número de acusaciones de desacato y otras que enfrentan los alcaldes y los regidores, quienes quedan en manos de lo que decida la Contraloría General de la República. Da la impresión de que el reelecto alcalde de Limón, el señor Néstor Mattis Williams, sólo que ahora bajo el estandarte del Partido Auténtico Limonense(PAL), fundado por el recordado líder Marvin Wright Lindo, fallecido en 2006, no deja de tener razón cuando afirma que quien en la gestión municipal no ha sido acusado nunca, es porque tampoco se arriesgó jamás a intentar siquiera a hacer algo en beneficio del pueblo. En cuanto a la reelección del señor Johnny Araya como alcalde de San José por un período más, bastaba con tener un poco de sentido común para darse cuenta de que así sería. Por cierto que el aparato del viejo PLN intentó deslegitimar a ambos, sin éxito alguno, lo que constituye un estrepitoso fracaso para ellos aunque, desde luego, continúen en todo momento negándolo, de manera pública; aunque cabe destacar, a manera de conclusión, que la legitimidad de todos los electos en esta oportunidad, dados los resultados generales obtenidos, resulta ser bastante débil y cuestionable, en muchos sentidos, sobre todo si constatamos con los datos que nos muestran que muchos de los nuevos alcaldes y regidores fueron electos por un insignificante fragmento del electorado.
(*) Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor
Para el presidente del partido PLN, según él fue un triunfo estas votaciones ,hay que ver la miseria de votos que tenían las mesas electorales, lo se por un vecino que trabajó en esas elecciones, tras de eso perdieron 12 puestos de alcaldía, además quebraron las papeletas a regidores y síndicos,pobre diablo el Chema está más sentado que un fresco de chan en la miserable victoria, que según él es un triunfo,muy seguro el engañado se frota las manos, se debe estar diciendo tengo mi silla presidencial segura para el 2018,al contrario si llega a ser el próximo candidato a presidencia de ese partido, vamos a darnos el gusto de ver un segundo entierro del demoníaco corrupto, traidor,vende patria ,saqueador ,filibustero,letrina PLN, otro que se debe de estar frotando las manos es el que padece alzhéimer Oscar Arias, tiene más cancha que el estadio nacional,si se le olvidó la cédula para votar , me imagino que nadie se va arriesgar a votar por un rosquete con lagunas mentales…y que nos dejó un déficit fiscal imparable, el que se pasó por el rabo la constitución y ni hablar sobre crucitas y los cientos de chorizos, sería inaudito, que ese engendro del demonio lo volvieran a elegir,rosquetes mañosos que solo ellos quieren gobernar, sin darle oportunidad a otras personas más jóvenes, será que en ese partido no hay nadie con bastante capacidad para gobernar, puestos que solo los anafres viejos ponen en ese partido,que solo sirvieron para dejar por el suelo al PLN.
En realidad sería bueno y de gran utilidad para la vida democrática hacer un análisis sociológico detenido del tema municipal. Hay que tener en cuenta que se trató de 81 elecciones distintas y no de una elección municipal nacional, una entelequia inexistente, además de las grandes diferencias entre las zonas rurales y urbanas, entre las regiones costeras y las del Valle Central e incluso tener en cuenta algunas especificidades regionales. La elección de alcaldes opacó la de regidores y síndicos, cuyos nombre la gente no conoció nunca y me atrevo a decirlo, tampoco conocerá en el futuro. Es algo así como la política de las sombras y los fantasmas.
Lleva razón el profesor Cedeño cuando argumenta que se eligieron alcaldes, pero ¿Qué pasó con los regidores y síndicos? Ellos son invisibilizados por los medios de comunicación y la ciudadanía en general; juntos integran el concejo municipal, una especie de órgano legislativo, que delibera con el alcalde, para tomar las decisiones políticas que afectan a la población.
Otro detalle interesante es si en realidad hubo elecciones municipales en el país. La información existente detalla a los 81 municipios, como una sola elección general, sin tomar en cuenta las diferencias intercantonales y en los concejos distritales, por citar dos ejemplos.
Mención aparte merece la apática y distorsionada campaña electoral que llevó a cabo el Tribunal Supremos Elecciones. Con argumentos falaces, propaganda vacía y un sentimiento de ignorancia tan grande que dejó en la población; que no es de extrañar el alto abstencionismo que tuvo esta elección.
Para finalizar, el autor refiere a dos casos de alcaldes que se reeligieron con banderas políticas distintas, casualmente en cabeceras de cantón, como San José y Limón. En mi opinión, se trató de dos candidatos cuyo caudal electoral fue tan fuerte, que resultaron mas grande que el Partido que los acuerpó y que tuvieron muy poca afectación, al dejar su nicho político para concursar con otro flanco político.