Nadie puede negar la realidad de que existen dos Costa Rica bien diferentes. Una, compuesta por los ciudadanos honestos y trabajadores que, solidariamente con los verdaderos servidores públicos que existieron en los primeros decenios de la segunda mitad del Siglo XX, de orientación socialdemócrata, construyeron el país del que gozamos hoy y que ha sido motivo de envidia y asombro de muchos otros, pues lograron hitos extraordinarios. Otra, compuesta por unas nuevas generaciones que surgieron bajo los principios de la adoración al dinero, el poder y la fama efímera que concede cualquier estupidez, y que no reconocen los logros de las generaciones anteriores, las cuales están acompañados y conducidos por unos políticos que se corrompieron por esos mismos deseos materiales, y que adoran al ídolo del más aberrante egoísmo, expresado en la corriente neoliberal.
La descomposición social que se inició desde principios de la década de los 80 de la mano del neoliberalismo es la resultante de varios factores que influyen en la misma población a través del tiempo; es decir comparando la situación actual con hace aproximadamente 40 años atrás los niveles de contaminación, desempleo, poder adquisitivo, violencia, inflación, corrupción, degradación de los valores humanos, consumismo, drogadicción, etc. son mayores. Esto permite que ya no nos asombremos porque se dio tal o cual delito, y vemos hasta normal que ocurran una gran cantidad de delitos contra los bienes y fondos públicos. Es por ello que resulta necesario un cambio de conciencia en las personas, ya que estamos alejándonos poco a poco y de manera progresiva, de los valores que nos dieron esa identidad tan propia.
Y aquí viene el dilema de siempre. Queremos de los demás cambien, pero no hacemos nada individualmente para cambiar nosotros. Y parte del problema radica en ello.
El costarricense de hoy contempla en su conciencia un gran vacío de valores cívicos, y por ello no es posible separar la crisis de valores de la crisis social. Cualquier reajuste social y mucho más un cambio social, involucra siempre un reflejo en el sistema de valores. Los cambios sociales sucedidos en los últimos cuatro decenios son tan esenciales que se puede hablar de una metamorfosis social y cultural. El decaimiento de la regulación interior de la conducta, por el abandono de las creencias en la democracia, la solidaridad, la honestidad y la responsabilidad ciudadana, se sitúa en el origen de muchos comportamientos desviados de la conducta.
Desde los años ochenta se marca el inicio de la descomposición económica, social y en alguna medida, política en nuestro país. Un elemento definitivo en este proceso ha sido la imposición de planes económicos instrumentados desde instituciones supranacionales que estuvieron guiadas por los intereses de grandes corporativos que finalmente afianzaron su presencia en la región, en buena medida promovida por los propios gobiernos latinoamericanos. Pero hemos visto con cierto asombro que desde inicios del siglo XXI un grupo de países de América del Sur, han emprendido una experiencia que está intentando estructurar una vía de desarrollo menos dependiente económica y políticamente de los centros hegemónicos del sistema-mundo capitalista neoliberal. Los resultados sin ser del todo exitosos han logrado oponer resistencia a algunas desventajas estructurales que padecían y plantearse alternativas pos neoliberales.
El neoliberalismo, al inocular en nuestros políticos e incluso en nuestros académicos la mitología sobre las bondades de los mercados abiertos y la automaticidad del crecimiento y el progreso económico y social en cuanto se lograra la estabilidad de precios y financiera, oscureció el verdadero significado del concepto de desarrollo y de sus prerrequisitos. Desfiguraron el concepto de desarrollo, desprestigiaron la planificación estatal, y en su lugar implantaron ideas descabelladas, nacidas del egoísmo más aberrante.
Por ello tenemos hoy una economía con un sector moderno que crece, pero al mismo tiempo con un desempleo creciente, una perturbación creciente en el sector tradicional, una destrucción creciente en las industrias tradicionales Esto ilustra la falacia de trabajar con un solo indicador. Si observamos sólo el sector moderno, podemos afirmar que tenemos crecimiento, pero si observamos el sector tradicional podemos ver decadencia y aumento del desempleo.
El empleo es un elemento vital del desarrollo económico. Es el empleo lo que mantiene a la gente conectada al crecimiento de su país, lo que la hace participar en el desarrollo, la mantiene en adiestramiento para empleos futuros y presumiblemente tiene un valor en sí mismo. El empleo como la educación y la salud, no es sólo un instrumento para el crecimiento económico sino que es importante en sí mismo porque forma parte del propósito mismo del desarrollo.
Con el tránsito de Costa Rica al modelo neoliberal, donde la orientación unilateral “hacia fuera” no se ha traducido en que el progreso técnico y el crecimiento del sector exportador se irradie al conjunto del sistema productivo. Por el contrario, se han generado procesos de desindustrialización, de ruptura de cadenas productivas y de desestructuración-destrucción de la agricultura tradicional, con altos costos en materia de empleo, y se ha tratado de subsanar el daño implementando medidas que favorecen la actividad económica de servicio, que por lo general son bastante endebles y muy sujetas a los vaivenes del mercado.
Los últimos gobernantes en Costa Rica olvidaron que el desarrollo involucra la transformación cualitativa de los sistemas productivos. La acumulación y el progreso técnico son parte integrante del desarrollo desde el momento en que el crecimiento es su base material. Pero el crecimiento es solamente un prerrequisito del desarrollo, no el desarrollo en sí. El desarrollo es algo mucho más complejo y multidimensional que lo puramente económico, pues tiene dimensiones sociales y culturales de enorme importancia.
Para Furtado (1976) y las teorías estructuralistas y de la dependencia latinoamericanas, resultaba claro que el crecimiento era incapaz de promover el desarrollo en economías sujetas a una división internacional del trabajo que los condenaba a ser productores de productos primarios. En esas economías el sector exportador moderno no retenía el fruto de su progreso técnico ni lo irradiaba al resto del sistema productivo. En la etapa del modelo primario exportador era claro que el crecimiento beneficiaba exclusivamente al sector exportador moderno, generalmente controlado por el capital extranjero, y que la capacidad de transmisión de dicho crecimiento al resto del sistema productivo era mínima. Con el modelo neoliberal esa historia se repite ahora, con el agravante de que el crecimiento mismo parece estar ausente.
El crecimiento económico no constituye un fin en sí mismo. Su consecución es un prerrequisito del progreso social, pero no lo garantiza. Bajo el capitalismo, el mercado dejado a su dinámica espontánea, genera desigualdad y concentra la riqueza, tanto social como regionalmente. La desigualdad es un fenómeno mucho más acusado en los países de la periferia, como el nuestro, que en los centrales.
Resulta muy importante recordar en este momento lo sucedido en los últimos cuarenta anos en el mundo, para poder medir las consecuencias en nuestro país.
Después de la caída del Muro de Berlín y del ocaso de los países socialistas en la década de 1980, los gobiernos neoliberales, especialmente de Occidente, formularon el fin de la era del Estado interventor o rector que defendía el prototipo de economías centralmente planificadas, y se declaró el triunfo del modelo de la dinámica mercantil con su respectivo orden derivado de la acción de la «mano invisible del mercado», regido por el proceso crecientemente desregulado de la oferta y la demanda. Costa Rica no tardó mucho en montarse en esta corriente, aunque el desarrollo institucional impidió en cierta forma los desmanes causados en otros países.
Este fenómeno se consolidó a tal extremo triunfalista que permitió que dichos regímenes de mercado y las clases políticas neoindustriales declararan la etapa del «fin de las ideologías», en la cual la fase del desarrollo histórico del prototipo del mercado había triunfado sobre todos los otros modelos de desarrollo existentes a lo largo de la historia universal.
De esta manera, desde la década de 1970 los principales países desarrollados de Occidente abandonaron gradualmente los acuerdos establecidos en 1944 en la reunión de Bretton Woods, en la que se acordaron las bases para el funcionamiento del nuevo orden financiero internacional regulado por el Estado al finalizar la Segunda Guerra Mundial; así, se le dio total libertad al fundamentalismo de la dinámica del mercado para que dirigiera a las sociedades modernas. En el terreno económico político paulatinamente se creó la etapa del pensamiento único, donde se abandonaron los principios del Estado regulador keynesiano y se permitió que la lógica del «dios mercado», con su dinámica del «dejar hacer dejar pasar», fijara las pautas, los ritmos y los equilibrios de evolución de las comunidades humanas.
Estos pactos históricos colocaron estratégicamente durante más de 50 años a Washington como la potencia financiera líder de las decisiones centrales económicas del sistema internacional. Con ello, el dólar creó su hegemonía monetaria y se convirtió en el referente de intercambio mundial, ante el cual todos los sistemas económicos del planeta debían establecer su referencia de cambio monetario.
De la década de 1980 en adelante, la dinámica de la oferta y la demanda se convirtió en la ley desde la cual se reconstruyeron la mayoría de las sociedades contemporáneas en sus niveles económicos, políticos, sociales, culturales y espirituales. Dicha dinámica se declaró como el proceso económico perfecto que se dedicó a desmantelar los cimentos del viejo «Estado del bienestar» o «Estado benefactor», que había funcionado durante muchas décadas en el mundo occidental, y se formuló la filosofía del «Estado cero», cuyo principal argumento giró alrededor de la idea de reducir la presencia y la acción interventora del Estado a su mínima expresión y dejar que fueran las fuerzas autónomas del mercado «autorregulado» las que definieran las características, la estructura y la dirección de las sociedades modernas en sus procesos económico comunicativos y en otras áreas de lo público.
Mediante este proceso, el Estado fue conquistado por el mercado y lo redujo a su mínima expresión en todos sus ámbitos rectores, convirtiéndolo en un simple gerente que administró los intereses y las ganancias desorbitadas del capital monopólico. Así, de instancia rectora de la sociedad en la fase neoliberal el Estado se transformó en una simple herramienta protectora y administradora del gran capital, para alcanzar sus intereses sacrificando las necesidades apremiantes de la mayoría de la sociedad.
Con ello, los mercados funcionaron durante muchos años con plena libertad económica, con grandes privatizaciones de la esfera pública, con mínimos controles estatales y con poca supervisión gubernamental, pues se argumentó dogmáticamente que la dinámica del mercado por sí misma autorregularía y autocorregiría todos sus procesos económicos y sociales, e incluso nivelaría sus posibles desviaciones.3
Sin embargo, de septiembre de 2008 en adelante se gestó un trágico periodo económico mundial que demostró el rotundo fracaso de la aplicación de las políticas neoliberales del mercado salvaje a escala planetaria, por la instrumentación prolongada de las directrices pragmáticas del neoliberalismo feroz basadas en el «dejar hacer, dejar pasar» y en la filosofía del «Estado cero». La especulación bursátil provocada por la ambición irrefrenable permitida por la ausencia de aplicación de rigurosas normatividades regulatorias y de supervisiones responsables del Estado norteamericano en el periodo de gobierno del presidente George Bush y del gobierno inglés en el terreno financiero, superó las consecuencias de la crisis del ataque terrorista a las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, y otras zonas del territorio americano, y generaron el mayor desastre económico que ha enfrentado la historia contemporánea desde el colapso de la «Gran Depresión» de 1929.
Al parecer los políticos criollos se olvidan de las lecciones de la historia reciente y ocultan al pueblo (a través de una educación amañada para estos propósitos) las realidades de lo que ha ocurrido. Y al sustituir el dios Estado por el dios mercado, destruyeron los cimientos de una cultura que había costado mucho cimentar en nuestro país, permitiendo la entrada en las mentes de los ciudadanos todas las perversidades que conocemos y que está destruyendo lenta pero intensamente los valores sociales sobre los que cimentamos nuestro país.
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría
Curioso. Porque la Costa Rica «Buena» Socialdemócrata es al COsta Rica de CODESA y su inmensa corrupción y desperdicio de dinero. Es también la Costa Rica del sistema financiero repartiendo recursos a sectores no por su rentabilida, sino por la influencia política de los gremios. Es también la Costa Rica de Robert Vesco, la donación a la Orquesta Sinfónica que se fue en confites.
No seamos tan absurdos para ver el pasado sólo con lentes rosa.
Excelente anotacion , la Costa Rica que asignaba placas de taxi , despues de cada campaña politica , repartia embajadas , de acuerdo al apellido ¡ La de los subsidios y seguros a las perdidas del arroz, y el ganado ¡ la del contrabando perpetuo en las aduanas ¡ la que no ha sabido y ha tenido miedo a la descentralizacion presupuestaria etc. etc dicha situacion imposible de transformar gradualmente mediante procesos , educativos y participativos , cultivo los caldos necesarios para los famosos PAE s debido al ahogamiento economico nacional…¡
don Alfonso
El problema en Costa Rica es que la clase gobernante y todos los jerarcas de las instituciones son en su mayoria un monton de gallinas y miedosos que carecen de un sentido idealista de la realidad, y creen que jugando de buenazos y asintiendo a todo se ganaran el beneplacito de otros, aunque eso signifique volverse un esclavo. Esto lo veo en las instituciones del estado donde a los mediocres jerarcas les interesa su puestillo barato y nada mas, no les interesa hacer algo en grande y que perdure para las generaciones por venir. Con esa mentalidad de alcantarilla estamos jodidos.
Los articulos de este señor siempre despiertan las pasiones mas encendidas en algunas personas… eso esta bien, pues nos obliga a pensar, a reflexionar.
Al señor Fallas le recuerdo que la Costa Rica que el menciona es la de Liberacion Nacional, no la de la Socialdemocracia. No confunda. La socialdemocracia es algo mas amplio y profundo y es absolutamente cierto que los reales socialdemocratas, aunque estuvieran en Liberacion, hicieron grandes cosas por el pais, le duela a quien le duela.
Pongan, mas bien, atencion al análisis que el señor Palacios realiza sobre los efectos del neoliberalismo, que es sumamente importante, y al parecer le duele a algunas personas.
Pues no entiendo entonces de qué Socialdemocracia se refiere. Cuál otro sino el PLN ha sido el abanderado de la Socialdemocracia desde 1948 al menos?
El Señor Palacios como muchos otros pone el punto de quiebre alrededor del primer gobierno de Oscar Arias. Pero en realidad fue a partir de 1984, dentro del gobierno de Luis Alberto Monge, cuando se inició la desgravación arancelaria y la apertura comercial, y la liberalización financiera. Lo que pasa es que muchos quieren ignorarlo porque no se acomoda al cuento maniqueo de buenos contra malos.
La Socialdemocracia debió adaptarse para sobrevivir. No era posible a esas alturas (1986) volver a soluciones del pasado, como el Mercado Comun Centroamericano, o el Estado Empresario. Además, los adalides de la supuesta Socialdemocracia verdadera, Jose Miguel Corrales y Rolando Araya, representaron los peores resultados electorales del PLN a la fecha.
Lo que hizo Oscar Arias, como Tony Blair en Gran Bretaña, Felipe González en España o Bob Hawke en Australia, fue adaptar las ideas socialdemócratas a las nuevas condiciones económicas. Lograron así ser elegibles y exitosos, donde los que se aferran a viejos dogmas y visiones azucarada del pasado han fracasado.
no sé si el tema de valores antes estuviese precisamente bien, los hombres se pegaban a sus mujeres, tenían hijos regados y la mujer vivía bajo el zapato del hombre, diay no sé, eso me parece una pesadilla. En general en CR antes quien no fuera un hombre «blanco» (aunque todos sean mestizos), católico y de derecha no tenía ni voz ni voto. Chavela? Una lesbiana llena de talento que tuvo que huir de un país conservador y machista, su talento era más grande que el país que la vió nacer y en vez de admitir nuestro error, oís gente en sus 30s-40s repitiendo lo que oía decir a sus papás, como loros, porque ahora el que cuestiona le ponen de una vez la etiqueta de comunista, trosko o progre UCR. CR no es un país de gente educada, es un país de gente amansada. Ya lo dijo Pepe.
es que para los depravadillos de la nueva ola que viven su vida en discos, consumiendo drogas y tatuandose la existencia de una sociedad donde no se perpetuen esos estilos de vida basura le parece inconcebible!!! Es por eso que le parece una pesadilla. Al chancho le parece una pesadilla que lo saquen del lodazal en el que vive metido
Soy una persona que ha visto esas dos Costa Rica; pero definitivamnete, prefiero la Costa Rica antes del «neoliberlismo», era una Costa Rica un poco más humanizada, con ciertos valores morales y un cierto amor a la patria, esas son cosas que las generaciones más recientes, no conocen ni les importa; es cierto que la corrupción siempre ha existido, pero es mucho más evidente en los días de hoy; se puede decir que se ha vuelto tan común, que la genta olvida rápidamente los hechos de corrupción, que han acontecido en tiempos no muy lejanos; a tal grado que políticos cuestinados, sigue siendo reelectos. Es allí donde me pregunto, ¿Como el ciudadano, es engañado tan facilmente?