Segunda parte y final.
El rápido accionar de un grupo de políticos corruptos y rapaces de la derecha brasileña, además de violento y desprovisto de toda simulación en términos jurídicos o procedimentales, apareció desde el inicio de su ejecución como un mero asalto a la institucionalidad de esa nación, con propósitos liquidadores y hasta privatizadores de empresas tan importantes como Petrobras y otras, con el pretexto de una urgencia de ordenar las finanzas del país, pero sobre todo se expresó como la urgida materialización de una arremetida hacia las políticas sociales emprendidas por las administraciones de los presidentes Lula y Djilma, durante los últimos trece años, en materias tan delicadas como la salud, la educación, además de la inversión pública, tan esencial para la generación de empleo y cualquier proceso de reactivación económica, revela por sí mismo la naturaleza específica de un affaire que, desde hace ya muchas semanas, nos lo han querido presentar únicamente como un impeachment o juicio político, enderezado contra la presidenta Djilma Rousseff por supuestas faltas de la mandataria dentro de los manejos presupuestarios del año anterior, un acto que se tradujo en que los parlamentarios acordaron suspenderla en sus funciones por un período de 180 días, para dar inicio al ya mencionado juicio político, sustituyéndola (no de manera definitiva, por cierto) por la figura del vicepresidente de la república, Michel Temer, quien al parecer asumió la condición de presidente provisional o interino pero que, muy por al contrario, se ha comportado más bien como el nuevo titular de la soberanía política del estado brasileña, seguramente bajo la presunción de que con el sólo enjuiciamiento a la presidenta, el asunto se torna ya en cosa juzgada, lo que les daría un mandato pleno para el retorno a la era neoliberal en el Brasil de la segunda década del siglo XX..
Lo que se hizo evidente, a partir de todo lo anterior, es que el nuevo presidente provisional en funciones, apenas asumió el cargo realizó el nombramiento de un gabinete, integrado por gentes ricas, caucásicas y de filiación conservadora, además de ser totalmente ajenas a las políticas de la administración legítima de la presidenta constitucional del Brasil, cuyo mandato al menos en teoría se mantiene vigente. Dicho de otra manera, el mandato que pretenden ejecutar o el que presumen les otorga la posibilidad de acabar con las conquistas sociales de millones de brasileños, no es otra cosa que un mandato o gobierno ilegitimo.
La escasa representatividad, en términos de los perfiles étnicos, sociales y culturales del gigantesco país sudamericano, hoy convertido en la presa de los poderes imperiales del norte, decididos a recuperar el control del subcontinente latinoamericano, cueste que lo que cueste, no sólo lo torna ilegítimo en los términos ya apuntados, sino que al anunciar la reducción de los gastos en medicina social y en oportunidades educativas para las poblaciones negra y mestiza, mayoritarias en ese país, lleva a esos sectores de la sociedad a declararse en una situación de emergencia, dado que pone hasta sus vidas en peligro, especialmente en materia de salud pública, donde el nuevo titular de esa cartera llama a los habitantes de ese país a invertir en salud, ya que según sostiene estado brasileño no está en capacidad de sostener los gastos en esa cartera, dentro de lo que constituye una especie de retiro o contracción de los programas de la seguridad social, sobre todo aquellos que fueron formulados en términos de las urgentes necesidades de salud preventiva y curativa que aquejan a las mayorías pauperizadas de un país como Brasil, caracterizado además por grandes desigualdades en términos regionales.
La inicial eliminación/supresión del ministerio de cultura y su posterior restitución, en parte como resultado de una gran presión pública, revela la naturaleza incluso cavernaria de los integrantes de la pandilla neoliberal que hoy usurpa el poder, quenes aparecen interesados únicamente en la destrucción de la institucionalidad construida o ganada, dentro de las políticas sociales de los períodos de Lula y de Djilma, todo ello como si la última palabra de este negociado estuviera ya dicha, lo que ha preocupado a algunos políticos connotados de la derecha, como es el caso del expresidente Fernando Henrique Cardozo, quien advirtió al gobierno provisional sobre los riesgos que conlleva actuar con tanta celeridad, cuando no se tiene un mandato legítimo y un mandato popular transparente, además de que reconoció la escasa popularidad o aceptación de que disponen los golpistas de turno, según han mostrado algunas encuestas recientes.
Durante el proceso previo a la materialización del impeachment la casi totalidad de la prensa, radio y televisión, que son privadas en ese gigantesco país, lanzaron una campaña de desinformación y desprestigio en contra de la presidenta Djilma Rousseff, mientras que un vez instalado el llamado gobierno provisional una cortina de silencio ha caído, especialmente en cuanto a lo que está ocurriendo por todo el país donde gigantescas manifestaciones rechazan el golpe de estado, esas acciones de protesta y de rechazo a lo actuado por el nuevo gobierno sencillamente no existen, tal y como ocurría en el universo totalitario de la novela 1984, del recordado escritor inglés George Orwell, por lo que no hay duda que en Brasil la derecha totalitaria reescribe la historia del país todos los días, y de acuerdo con sus intereses particulares. Sus necesidades políticas incluyen regresar al país al pasado y a los regímenes más retrógrados que predominaron, durante buena parte del siglo anterior.
Si para el neoliberalismo y los ideólogos del Fondo Monetario Internacional(FMI), como es el caso de la presidenta de este órgano la francesa, Christine Lagarde, lo recomendable es bajar los salarios de los trabajadores activos y que ojalá los jubilados no prolonguen demasiado su existencia, ya que ambas cosas podrían el peligro la salud de las finanzas, la única que al parecer es importante dentro de esta lógica tan deshumanizada. El nuevo régimen brasileño, encabezado por un gobierno que, de provisional no tiene nada, está encabezado por gentes que piensan de esta manera, unos empresarios ligados al FMI y a las visiones neoliberales del mundo que priorizan la protección de los intereses de la banca internacional, todo ello en detrimento de los procesos de integración regional como el Mercosur, un ente que quedaría reducido a la mínima expresión con la complicidad y el apoyo de Mauricio Macri, desde el gobierno de Argentina. Además Brasil ya está volviendo, mediante una situación de facto, como resultado de una decisión jamás consensuada en el seno de la sociedad política brasileña, a la sumisión a los intereses geopolíticos de los Estados Unidos de Norteamérica, incluidas sus alianzas militares y la desvinculación paulatina o acelerada a los llamados BRICS, una particular alianza económica que Brasil había venido integrando junto con Rusia, la India, la China y Sudáfrica. Esta situación podría estar indicando también el regreso de la llamada organización de Estados Americanos(OEA), a la condición de ministerio de colonias de los Estados Unidos, con el decisivo concurso de la derecha brasileña siempre sumisa a los intereses de Washington, una élite sumamente racista que nunca se ha sentido a gusto vinculándose con el resto de los países de América Latina.
La única interrogante que parece estar abierta aún, es si las grandes mayorías populares de Brasil, hoy tan amenazadas de perder sus derechos y conquistas más esenciales, alcanzados en apenas un poco más de una década de gobiernos reformistas, podrán remontar desde la resistencia en todos los frentes, el accionar de los políticos de la derecha golpista instalados en la Cámara de diputados y el Senado de un país, cuyo régimen no es parlamentario sino más bien presidencialista. No es entonces el parlamento quien puede destituir, de manera legítima, a un presidente de la república por lo que sólo una nueva elección presidencial, a efectuarse en el corto plazo podría dirimir el grave conflicto y la crisis de legitimidad planteados.
Las más que dudosas alianzas del Partido de los Trabajadores PT de Lula y Djilma con políticos de la derecha como el propio Michel Temer y su Partido Democrático Brasileño(MDB) hicieron agrietar el andamiaje de su gobierno reformista y la baja de los precios de las materias primas o commodities, en lengua inglesa, hizo entrar en crisis el crecimiento de la economía y con ello puso fin a la disposición de la oligarquía brasileña de compartir algo del pastel, por supuesto sólo de aquella porción que consideraban, en alguna medida, como sobrante. El sustento material de las políticas económicas y sociales de los últimos trece años en el Brasil de Lula y Djilma se había terminado y ahora lo que está planteado en el horizonte, es un nuevo e intenso período de lucha de clases, cuyo resultado dependerá de la capacidad de lucha y resistencia de los sectores populares. Por lo demás, la democracia brasileña que jamás existió en realidad, continúa siendo un mito.
(*) Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y catedrático de la Universidad Nacional de Costa Rica (UNA).
Rogelio,este es solo el comienzo.Ahora viene Donald J. Trump como Presidente de Estados Unidos.El mundo cambia y da vueltas.Saludos.
Donde tienen establecido el impeachment, basta una excusa y una mayoría parlamentaria para deshacerse de un mandatario no deseado, pasando por encima de quienes, en democracia real, serían los únicos en capacidad de hacerlo, los electores.
La democracia se la siguen pasando esos sátrapas derechistas por donde la luz del sol no llega… Y eso no es delito para muchos…