De cal y de arena
Abatir los costos de producción para encarar los desafíos de un mercado en competencia es el gran reto del sector empresarial. Deber ineludible para sobrevivir, también para prolongar la presencia en tanto llega el cambio de unas reglas de juego estorbosas como una zancadilla y que resulta ser, por lo general, tarea difícil en tanto sea renglón que escapa a la decisión del productor. Tal el caso de la carga tributaria, el costo de la electricidad, los combustibles, también de ciertos insumos de los que necesariamente se depende y que se ofrecen en el mercado en circunstancias propias de monopolio u oligopolio. La rebaja del precio en combustibles, por ejemplo, a pesar de que el petróleo se ha desplomado, llega tardíamente pues el mecanismo de ajustes es alambicado y deja sentir su efecto tardíamente. Igual lento es el reflejo de la caída del precio de la base alimenticia en granos, indispensable para el sector pecuario. Los precios internacionales del maíz y la soja se han venido abajo pero esa caída ha demorado más allá de lo imaginable para impactar el precio de venta como insumo en el mercado local. Es la misma traza seguida por los fertilizantes en que, como sucede con los granos, su importación es de pocos y muy grandes, con poder sobre la oferta y los precios en esta bucólica plaza. En un escenario así alterado, no hay más que ponerse las pilas para asumir ese radical cambio en la posición de las fichas del tablero del mercado y trazarse la meta de alcanzar la competitividad. O al menos, aproximarse a ella. Los términos de intercambio se mueven e imponen variables en las reglas de juego. En 2007 bastaban 100 kilos de leche calidad “A” para comprar 141 kilos de alimento animal; hoy dan para comprar 120 kilos; por el kilo de leche el productor recibía 195 colones (valor constante) y hoy 152 colones. No hay otra: producir más, procurar mayores ventas, ser más eficientes, para abatir costos. Presionamos al Estado, a su brazo ejecutor el gobierno, para que no estorbe y nos ayude con una infraestructura de calidad, sin la estorbosa tramitomanía, con costos racionales en sus servicios públicos, de forma que la empresa en una atmósfera propicia asuma la caza de la eficiencia para ser competitiva. Es la ruta de la reconversión de empresarios y trabajadores, como lo dice el economista Luis Mesalles en su columna periodística.
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Sin eficiencia no se puede ser competitivo. La máxima aplica incluso para empresas presentes en el mercado en condiciones de monopolio o de oligopolio, de lo que han derivado suficiente oxígeno para sobrevivir hasta ahora en una zona de confort ya insostenible por factores locales y externos, y sin percatarse de que la hora del cambio ha llegado y de que quien no se adentre en ese proceso de mejora, innovación y renovación constante de manera que cambie lo viejo y poco productivo por algo nuevo y más productivo –como dice Mesalles- perderá la carrera de la competitividad. Hay en este país grandes e influyentes actores, ¿cuántos no toman en serio estos desafíos y siguen apoltronados, desafiando la capacidad de resistencia del consumidor y creyendo que el mercado sigue igualmente inmóvil?
(*) Álvaro Madrigal es Abogado y Periodista
Y dale con la cantaleta de las tarifas en electricidad, esa falacia empresarial cuando lo que persiguen es otra cosa. Empresarios llorones, querían TLC para competir, pero no midieron sus deficiencias, sus carencias, la ambición desmedida les llevó a apostar por lo que fuera y a creer en cuentos de hadas. La realidad es otra, tenemos un empresariado estúpido que se ha dejado envolver por políticos corruptos que pintan hermosos cuadros cuando la realidad es otra.
Ahora lanzan sus peroratas llenas de mentiras y tergiversación y para variar quieren echarle el peso de la famosa «competitividad» a los que menos tienen.