lunes 20, enero 2025
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La delincuencia nuestra de cada día

A diario los medios de comunicación nacionales nos informan acerca de asesinatos, ajustes de cuentas entre los metidos en el negocio del narcotráfico, casos de violencia doméstica y de agresión a mujeres, violación de  niños por pederastas, abandono de ancianos, y muchas otras cosas violentas más, pero también de innumerables accidentes de tránsito, entre los que destacan las casi diarias muertes de motociclistas (que son los especialistas de la imprudencia y la irresponsabilidad vial), y al menos una vez a la semana la apoteosis de la estupidez: el choque de algún imbécil contra el ferrocarril por querer pasarse de vivo, como se dice, que ya es el colmo de la inconsciencia vial.

Tanto los actos que conocemos típicamente como delincuentes, como también la conducción irresponsable, irrespetuosa de la normas y las personas, que son a mi parecer  actos delictivos desde el punto de vista de la convivencia social, llenan páginas y páginas de los medios escritos, así como también de los televisivos y electrónicos.

La delincuencia en todas sus variantes se ha visto incrementada gradualmente en todo el mundo, entendiendo como delincuencia aquellas acciones nocivas que van en detrimento de los elementos que conforman una sociedad, el narcotráfico, el secuestro, los asaltos, los asesinatos, los robos, el irrespeto de la ley en general, etc. Estos son un reflejo de los valores hedonistas de una sociedad que refleja que ante la necesidad artificialmente creada por los mecanismos del mercado, se les exige a las personas el tener cada vez más productos de consumo, y ante la imposibilidad de esta de brindar las opciones para que estas necesidades se satisfagan genera un conflicto al interior de la persona y de la sociedad. La delincuencia se conoce como el fenómeno de delinquir o cometer actos fuera de los estatutos impuestos por la sociedad, pero es poco lo que sobre las verdaderas causas por las que una persona puede introducirse en este mundo.

Todo ello confirma la opinión de que nuestras ciudades, en lo que respecta a la aparición de la violencia, se han convertidos en auténticas selvas de cemento y asfalto.

Por ejemplo, la calle todavía es cosa de hombres, porque en la “selva de cemento” rige aún la ley del más fuerte. Todavía en nuestras ciudades es común que las mujeres ocupen de manera disminuida el espacio vial. En principio, como conductoras, circulan con niños o mayores a cargo porque además en mucha menor medida que los varones, manejan solas. Aunque  no faltan en nuestro país mujeres de una agresividad irresponsable en la conducción automovilística. Pero en mayor proporción que los varones, son peatonas, y llevan niños y van cargadas con las tareas domésticas.

Basta pararse en cualquier esquina de un barrio atravesado por avenidas aptas para el transporte de carga –conducido por varones–, para ver a las 7.30 a las mujeres lidiando con ese tránsito desenfrenado, intentando cruzar con los hijos que llevan a la escuela. En países como el nuestro, en donde se supone la prioridad de paso del peatón/a no es respetada por los vehículos, el uso de la calzada y la vereda se transforman en un clara expresión no solo de la brecha social, sino también de la brecha de género y estas inequidades son las dos formas principales que revisten la inseguridad y la violencia vial.

La delincuencia forma parte integrante de nuestra sociedad y la mayor parte de los delincuentes se comportan en lo esencial como el resto de la población. Una consecuencia de esto es que la forma que adopte la existencia cotidiana -es decir, la sociedad en que vivimos todos nosotros, criminales o no- será la que más influya en el desarrollo y pautas de la delincuencia. La tarea de la lucha preventiva contra las causas y las condiciones de la delincuencia y de los comportamientos socialmente indeseables compete a todas las instituciones sociales

La amplitud y la distribución de la delincuencia en una zona dependen en gran medida del tipo de personas que residen o la frecuentan; lo que podríamos denominar genéricamente «usuarios». En un medio rural, las personas que frecuentan una zona son a menudo las mismas que la habitan, pero en un medio urbano el número de personas que frecuentan una zona es mucho mayor que el número de habitantes. Por «usuarios» se entiende, pues, además de los habitantes, a las personas que trabajan en una ciudad sin residir en ella. A esas personas hay que añadir en tanto que personas que frecuentan una zona, a los turistas nacionales y extranjeros, así como a los «amantes de las distracciones», es decir, quienes se desplazan desde zonas periféricas de la ciudad en busca de distracción.

Las explicaciones relativas a las causas de la delincuencia buscan su origen en teorías que se basan en el individuo, en las circunstancias que le rodean, o en una combinación de ambos tipos de elementos. Sin embargo, las diferencias de orden cultural no son suficientemente importantes para poder esperar que las causas «individuales» varíen en gran medida.

Las ciudades se están transformando en el punto focal para la aparición del delito. La primera tarea en su prevención implica que debe ser la identificación de los factores claves que interactúan con el crecimiento urbano para producir la violencia. Gizewski y Homer-Dixon señalan las divisiones étnicas o comunitarias, las demandas de democratización por sectores políticamente movilizados, la fuerza y el alcance creciente del crimen organizado en el mundo en desarrollo -especialmente en América Latina y el sur de Asia, donde el poder de estas organizaciones delictivas excede claramente el de las autoridades locales, haciendo necesaria la intervención militar en algunos casos (Río de Janeiro, Karachi)-, la facilidad para disponer de medios de violencia: en Asia y en Europa Oriental, el fin de la Guerra fría ha creado un floreciente mercado de armas que amenaza con agravar la frecuencia y el carácter destructivo de la delincuencia.

Pero el factor más frecuente, señalan estos autores, son las crisis económicas que afligen a muchos países en desarrollo. Sin embargo, el recurso a la acción violenta dependerá del carácter de la sociedad civil y, especialmente, de la dimensión del «capital social» del que disponga esa sociedad. Definen este «capital social» como la suma de organizaciones, grupos, redes y afiliaciones sociales basadas en la confianza y en normas de reciprocidad. Estas organizaciones pueden ser formales o informales e incluir, por ejemplo, a iglesias, sindicatos, sociedades de socorros mutuos, clubes y cooperativas. Tal capital social facilita la acción coordinada entre individuos y grupos y mejora la eficiencia de las transacciones sociales. También brinda un grado de cooperación y solidaridad social que puede amortiguar los efectos más duros de las crisis económicas sobre la población.

Pero existen otros tipos de delincuentes: los políticos y los empresarios. Que  no son los maleantes de pistola y puñal, sino de saco y corbata.

Cuando se habla de la delincuencia de los políticos se piensa ante todo en la corrupción económica. Los partidos insisten en que los corruptos son muy pocos, pero la verdad es que lo son prácticamente todos: pocos, quizá, por acción, pero el resto por omisión. ¿Recuerdan algún caso en que alguno denuncie corrupciones concretas  en sus propios partidos? La corrupción se ha institucionalizado, y el espectáculo de unos corruptos acusándose a otros o gritando enfáticamente que hay que acabar con la  corrupción ya revela el patio de comadres bochincheras en que han convertido la política.

Hemos visto cómo nuestros políticos, en general y con las excepciones de rigor, son auténticos delincuentes desde este punto de vista. Constantemente se proclaman demócratas cuando son más bien parásitos de la democracia. En teoría, la competencia entre partidos  debería  crear una selección de los mejores, pero, puede ocurrir exactamente lo contrario y crearse una selección al revés, en la que los más mediocres e indecentes expulsan a sus contrarios. Que es justamente lo que ha venido sucediendo desde hace ya bastantes años.

Por otro lado, hace sesenta años el sociólogo norteamericano Edwin Sutherland, un precursor en el estudio de la delincuencia empresarial, se interrogaba sobre el trato moderado que se le daba a la delincuencia de la elite: “los actos cometidos por individuos de posición social elevada en el curso de sus actividades económicas y profesionales son actos delictivos en los hechos, pero se los trata como si no lo fueran para así poder eliminar todos los estigmas que hacen referencia al crimen cometido”. En todos los Estados capitalistas se verifica la regla enunciada por Sutherland, con el agravante de que hoy los poderes públicos le otorgan una impunidad cada vez mayor a la delincuencia económico-política y financiera.

En un mundo capitalista globalizado donde domina el gran capital financiero, la corrupción crece y se desarrolla en el terreno fértil del flujo de las transacciones monetarias y bancarias opacas con la ayuda de los feudos financieros llamados “paraísos fiscales”. Y las instituciones neoliberales de cada país, junto con la mentalidad capitalista neoliberal permisiva, promotora del lucro, crean las condiciones estructurales que convierten a la política institucional en un apéndice del dinero. Y cuando se trata de penalizar a los empresarios infractores, ahí están prestos sus defensores, los mismos que antes hablaban de ética y transparencia.

Por ello, deberíamos decir con toda propiedad, que tenemos la delincuencia nuestra de cada día, y que es ello, la común y la de saco y corbata, las que nos tiene en la situación en que estamos, donde la ley, la ética, la moral y hasta las buenas costumbres, son cosas del pasado en las que nadie cree ya.

(*) Alfonso J. Palacios Echeverría

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2 COMENTARIOS

  1. Excelente artículo…El problema acá es como solucionar de forma efectiva toda esta problemática; si el mismo sistema de repartir justicia está corrupto. Es todo un círculo vicioso.

  2. Excelente comentario. Los pleitos de politicos opositores mas parecen pleitos de comadres de patio. Se necesita un acuerdo nacional, pero el tiempo se gasta en demagogia que oculta el capitalismo de amigos, la delincuencia de saco y corbata; mientras el pais requerido se nos escapa de las manos.

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