sábado 18, enero 2025
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La hora de la vergüenza mundial y de un Estado No confesional

A través de las noticias nos enteramos del asesinato de al menos 50 personas en manos de un fundamentalista religioso que ingresó a una discoteca gay en Orlando, Estados Unidos, según indican se sospecha que el asesino era un evidente seguidor del odio hacia la comunidad LGTB.

Una reacción lógica desde la perspectiva de la sensibilidad humana y sobre el criterio de respeto a la vida humana, sería es una condenatoria radical y sin ninguna reserva mental.

Sin embargo, tal y como han sido educados no miles sino millones de personas es muy posible que comiencen a surgir declaratorias públicas y otras no tanto, que se solidarizarán de alguna manera con el perpetrador, argumentarán que «de no ser homosexuales…», «de no estar en lugar de perdición», «la paga del pecado es la muerte…», e incluso que se lamentan de que no se desaparecieran personas de esa condición en las fauces de la muerte más personas.

Ese odio a los «pecadores»  emerge de una cultura que no es tolerante de la vida de los demás, de grupos nada despreciables que tiene influencia mayoritarias en nuestras sociedades, no nacen del amor al prójimo, sino de prácticas de la edad del bronce que promovían claramente el extermino de aquellos que tenían una orientación sexual diferente a la reinante o «natural», gente de una época en que las reglas obligaban a la lapidación, a casarse con el violador, obligada a tener sexo e hijos con su esclavista y casarse con la 400 esposas si tenías el poder económico suficiente. Sin duda comprender que estos antepasados tenían reglas de acuerdo con sus condiciones históricas, bastante incivilizadas y brutales que gracias a la lucha por los derechos de la humanidad creemos que quedaron rezagadas por la historia.

Escuchar el odio que no pueden disimular aquellos que no quieren que los derechos humanos avancen, no solo da pena, da preocupación pues esas ideas han sido durante siglos impuestas a través de los Estados totalitarios, incluso son inspiración para las constituciones democráticas modernas, estamos frente a una lucha entre ese pasado inhumano y una visión más avanzada de una sociedad más humana.

(*) Carlos J. Cabezas Mora es sindicalista

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