
Recordemos que culto es un «conjunto de ritos y ceremonias litúrgicas con que se tributa homenaje», «Honor que se tributa religiosamente a lo que se considera sagrado». «Admiración afectuosa de que son objeto algunas cosas…» según algunas definiciones que el Diccionario de la lengua española da a ese término y, las he traído a colación pues todas estas manifestaciones se le tributan en el mundo en general y, en nuestro país en particular, al capitalismo neoliberal.
Rememoramos una vieja pero genial tira cómica de Mafalda -creación del maestro Quino- en donde, su amigo Manolito -prototipo del comerciante avariento-, se dedica obsesivo a lustrar hasta darle brillo a la caja registradora del almacén de su padre, mientras Mafalda y el resto de sus amigos le observan burlones a través de la ventana desde el exterior, al percatarse de ello Manolito les grita -«¡¿Pero que?! ¡¿No es que existe libertad de cultos en este país?!»
Pues bien, hoy más que nunca en nuestro mundo se ha desatado como una plaga el culto capitalista neoliberal que considera sagrado al dinero -monedas, billetes, sus equivalentes y todo tipo de valores y riquezas que puedan transformarse en dinero-, tiene como doctrina -conjunto de ideas, enseñanzas, principios básicos, y dogmas que guían acciones- a la economía libre de mercado, como sacerdotes a los economistas que la enseñan, como sedes santas a las ciudades de los países donde se ubican las oficinas centrales de las mega compañías transnacionales, sus grandes Bancos y bolsas de valores, como inquisidores a los ejércitos y mercenarios y, como únicos grandes beneficiarios, a una cada vez más concentradora argolla dueña de las acciones de esas compañías, de esos bancos y de esas bolsas de valores.
Si bien es cierto que la economía de libre mercado nace como una idealización económica en la cual no existen restricciones políticas, legales, económicas, éticas o de cualquier otro tipo para que los factores económicos como bienes, servicios, tecnologías, conocimientos, dinero, etc, producidos o generados por una nación circulen hacia otros países donde puedan encontrar requerimiento y que sea la libre concurrencia de la oferta y la demanda la que fije los precios, hoy día, gracias a la hegemonía militar, política e ideológica que sus defensores han impuesto en el mundo, se ha convertido en una realidad concreta, de manera tal que gracias a imposiciones de todo tipo, como los tratados de libre comercio, estos procesos se han asentado en la mayoría de los países del Planeta. Al ser, como vimos, los países más fuertes los que han implantado el capitalismo neoliberal en casi todas las regiones del mundo y tenerlo ellos asumido como un verdadero culto, pues, al viejo estilo de los imperios coloniales, lo han instaurado cohercitivamente y, gracias a su dominación sobre los aparatos ideológicos -educación, medios de información, etc.- también como devoción.
La gran tragedia es que su dios -el dinero- para fortalecerse y, ante todo crecer ilimitadamente, que es lo que obsesivamente desean, tanto su más alto clero como su devota feligresía, necesita alimentarse de la explotación cada día más cruel de la Humanidad y de la destrucción cada día más radical de la Naturaleza. Y ese homicida sistema es el que hoy somete, humilla, explota y, en última instancia aniquila a millones de mujeres, hombres, niñas y niños en el mundo y, la ecocida lógica que arrasa, hasta convertir vergeles en eriales y desiertos y, nuestra atmósfera y océanos, en depósito de todo tipo de mortales desechos gaseosos y sólidos, proceso que, de seguir tan incontrolado como ahora, terminará con nuestra especie y transformará radicalmente a nuestra Madre Nutricia hasta convertir nuestro planeta en un árido pedrusco girando alrededor del Sol.
Pero esta rabiosa versión del dios fenicio Mammón de la utilidad y el beneficio, la han convertido sus profetas y gurúes, atrincherados en las universidades, institutos y academias del capitalismo neoliberal, en la entidad divino demoniaca de la avaricia, la injusticia y la codicia, gracias el cautivante poder que le otorgan los grandes medios de comunicación a su servicio, y en un irresistible tornado cuyo furioso vórtice atrapa a las nuevas generaciones con tal fuerza que generalmente las incapacita para rebelarse y convierte, a su gran mayoría, en esclavos obsesionados por llegar, a cualquier costo, a la cúspide siempre ocupada por una pequeñísima élite cada vez más poderosa e inexpugnable, que les explota despiadadamente.
Y, como vimos, este tornado lo arrasa todo.
Ante esta realidad, las perspectivas para un cambio salvador parecen ser pesimistas pero, un análisis elemental nos dice que este dios maldito y su cúpula directora se alimentan de tres insumos fundamentales: Pueblo trabajador, el dinero que produce y un sistema político, ideológico y cultural que lo defiende, justifica y crea nuevos adeptos y, todo esto constituye su letal talón de Aquiles. Recordemos que tanto lo político como lo ideológico, forman parte de la superestructura de toda organización social en cuya infraestructura -soporte fundamental- está la realidad económica entendiendo economía, desde sus raíces mismas, esto es «oikos«: casa y «nomos»: ley, como la ciencia que nos sirve para administrar adecuadamente los recurso que una casa necesita y, como en el caso que nos ocupa, esta casa es nuestro país y, por extensión, el mundo, nos queda claro que el sistema capitalista neoliberal es tan desastroso para administrar el país y el mundo que, por más fantástica basura política, ideológica y cultural que se nos meta en la cabeza, la realidad concreta nos está, hoy más que nunca, exigiendo cambiarlo pues, de lo contrario, como hemos visto líneas arriba, desapareceremos.
¿Alternativas? Creemos que hay varias, en lo personal ya elegí la mía pero, con mucho respeto sugiero que escojan ustedes la propia libremente teniendo en cuenta, eso si, que esa opción debe tener, indudablemente, las siguientes características: 1.- fundamentada en valores éticos ineludibles como justicia, honestidad, fraternidad, solidaridad, libertad con responsabilidad, tolerancia con todo menos con la mala fe entendida como la intención oculta o explícita de dañar a los seres humanos; 2.- respeto profundo a la Naturaleza; 3.- que impulse la creación de un modo de producción auténticamente cooperativo que socialice, tanto el trabajo como el disfrute de las utilidades, y que tenga como fin el logro del bienestar integral general e individual, gracias a una inteligente relación dialéctica con la naturaleza tipo ganar-ganar, esto es, de mutuo beneficio para ambas partes.
Como vemos, el proceso no exige ningún esfuerzo ni mucho menos un sacrificio extraordinario y, los cambios se pueden lograr mejorando nuestra democracia con más democracia, esto es, transformando nuestra truculenta democracia representativa en auténtica democracia participativa para lo cual, eso sí, debemos despertar -tomar consciencia objetiva de nuestra realidad económica, política, social y cultural- y, ya despabilados, integrarnos a la vida plena vida cívica mediante cuya acción haremos los cambios que, si no queremos desaparecer junto con el maravillosos Planeta Azul, debemos hacer aquí y ahora.
(*) Luis Ángel Salazar Oses,
panga07@gmail.com