Cuando el emperador chino Shunzhi murió a causa de la viruela en 1661, su tercer hijo Kangxi, asumió el poder. Kangxi, que había sobrevivido a la viruela, apoyó el método de la “virulación”, una práctica China desarrollada en el año 1000, que consistía en inocular la piel de personas sanas con extractos de pústulas de sobrevivientes de la viruela. Esta fue la primera vacunación masiva realizada en una población. Antes de morir Kangxi escribió:
«El método de inoculación, el que vio la luz durante mi reinado, fue utilizado en todos vosotros: mis hijos, mis hijas y mis descendientes. Todos superaron la viruela sin complicaciones… Al principio, cuando tuve que probarlo en una o dos personas, algunas mujeres de edad avanzada me acusaron de extravagancia y se opusieron con vehemencia a este procedimiento. Pero con coraje, asumí el ejercicio de la inoculación, el que ha salvado la vida de millones de personas. Por ello me siento muy orgulloso».
La vacunación es el método más exitoso desarrollado por humanidad para combatir enfermedades infecciosas, tales como la viruela, la poliomielitis, la difteria, la tosferina, el tétano, y el sarampión, solo para citar algunas y que han azotado a la humanidad por milenios. La viruela y el sarampión fueron dos de los males que aceleraron la conquista del continente americano ya que exterminaron a millones de amerindios durante la conquista europea. Gracias a la vacunación la viruela fue erradicada y el sarampión ha disminuido en muchas latitudes.
Al contrario de la medicina curativa, la vacunación no es un método de sanación, sino un procedimiento para proteger contra las enfermedades. Es decir, las vacunas no son medicinas. Ellas no reparan tejidos, no curan, ni atacan directamente a los agentes que causan enfermedad. Las vacunas solo “educan” al sistema inmune de las personas para que genere sus propias defensas. Por ejemplo, mientras los antibióticos curan una neumonía causada por el neumococo, la vacuna contra esta bacteria es incapaz de aliviar la enfermedad una vez establecida; sin embargo, la vacunación puede prevenir que otra persona ‒aunque se contagie‒ se enferme, ya que evita que el neumococo se reproduzca y disperse por los pulmones.
Para que las vacunas funcionen, estas deben parecerse a los agentes que causan la enfermedad. Algunas vacunas son vivas; otras son muertas o inactivas. Así, la vacuna contra el tétano −enfermedad mortal inducida por una toxina bacteriana que afecta la inervación de los músculos− es fabricada a partir de la misma toxina, la que se modifica mediante tratamientos químicos. Esto le quita toxicidad sin cambiar su estructura básica. Es como un lobo furioso sin dientes, al que puede controlarse sin que cause daño. Ante un encuentro con la bacteria que produce la verdadera toxina, el sistema inmune de la persona vacunada reconoce a la toxina y la neutraliza. En sentido estricto, la mejor vacuna es aquella en la que el sistema inmune no distingue entre la vacuna y el agente que causa enfermedad.
El sistema inmune está formado por células y anticuerpos capaces de combatir a los “agentes extraños” tales como bacterias, virus y hongos. Cuando las células de este sistema son expuestas a la vacuna mediante la vacunación, ellas actúan como si se tratara del verdadero agente infeccioso, creando un ejército de células con propiedades anamnésicas, es decir, con memoria. Así, cuando el patógeno verdadero intenta invadir a un individuo vacunado, el ejercito inmunológico −gracias a su memoria− responde rápidamente, atacando y destruyendo al agente invasor.
Aunque teóricamente es posible producir vacunas contra todas las enfermedades infecciosas, incluso contra el cáncer, la realidad es que hay elementos prácticos que lo impiden. Por ejemplo, los agentes causantes de enfermedad despliegan sus propias estrategias para evadir al sistema inmune. Las más comunes son la variación y el ocultamiento. Muchos patógenos cambian su fisonomía o se ocultan, de tal manera que la respuesta anamnésica del sistema inmune no los detecta. De esa manera, al no ser reconocidos esos “nuevos” agentes pueden invadir, reproducirse y causar enfermedad.
Un caso bien conocido es el virus de la gripe. Este virus cambia casi todos los años. Por tanto, puede volver a engripar, incluso a individuos vacunados, ya que la vacuna solo protege contra los virus anteriores y no contra la variante nueva. Del mismo modo, todos los esfuerzos para producir una vacuna contra el virus HIV causante del sida han fracasado; esto a pesar de que se han invertido miles de millones de dólares en investigaciones durante más de 35 años. La razón es que el HIV tiene maneras de cambiar y de ocultarse, por lo que es un patógeno furtivo.
Tal y como lo denunció el emperador Kangxi hace más de 350 años, desde los inicios de la vacunación existen congregaciones “antivacunación” que temen a esa práctica. Estos grupos se han encargado de combatir a las vacunas con argumentos supersticiosos, alegando que ellas causan más daño que beneficio. El mismo Edward Jenner, el que aplicó con gran éxito la vacunación sistemática contra la viruela en 1800, sufrió férrea oposición; incluso entre los médicos de la época. En Estados Unidos la tradición anti-vacunas tiene larga data y ya en 1882 se había fundado la Liga Americana Contra la Vacunación, aún vigente en pleno siglo XXI. Incluso Donald Trump, el actual candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos, ha manifestado solidaridad con los movimientos antivacunas. “Nada más terrible que la ignorancia activa” (Goethe, 1749-1832).
Como es de esperar, la vacuna ideal no existe. Una vacuna perfecta es aquella que, mediante una sola dosis por vía oral, proporciona protección de por vida en todos los individuos vacunados contra la enfermedad causada por todas las variantes del patógeno, previniendo la transmisión del mismo. Además, debe ser totalmente segura para los humanos y los animales, no interferir con el diagnóstico, ser estable, fácil de producir y barata. Aunque hay vacunas que se aproximan a este ideal, todas presentan inconvenientes. De ellos se han valido los grupos antivacunas para intentar desprestigiarlas.
Pero lo perfecto es enemigo de lo bueno. Aunque imperfectas, las vacunas han podido controlar y en unos pocos casos erradicar enfermedades. Las razones del éxito no ha sido la generación de vacunas “ideales», sino el desarrollo de buenas estrategias de vacunación, haciendo un balance entre el beneficio y el riesgo, todo bajo la comprensión del ciclo de vida de los patógenos en sus hospederos naturales, en el medio ambiente y en sus reservorios.
Muchas de las vacunas exitosas fueron desarrolladas antes de la segunda mitad del siglo XX, cuando la ciencia estaba en sus albores y las poderosas herramientas tecnológicas del presente no existían. Aun así, ninguna otra práctica médica ha salvado más vidas que las vacunas. Gracias a ellas la raza humana ha logrado, para bien o para mal, poblar todos los rincones del planeta y dominar al mundo.
Dr. Edgardo Moreno es Científico, Instituto Clodomiro Picado
Universidad de Costa Rica
No había entendido cómo funcionan las vacunas, pero con este artículo tengo una noción básica excelente.
Muchas gracias al actor. De verdad.