La alianza entre la religión, la tecnología y las visiones retrógradas de algunos grupos llamados cristianos o evangélicos puede ser la tónica de nuestras próximas elecciones, de la misma forma que han gravitado en las elecciones anteriores y tras anteriores, llevando a las curules de la Asamblea Legislativa a personas tan impresentables como diputados generadores de escándalos sexuales o, en la actual legislación, algunos de ignorancia y fanatismo aberrantes.
La visión moral de la política de estos grupos, intolerante, agresiva, dominante y salvacionista del fundamentalismo religioso cristiano, rompe los límites de la creencia religiosa privada y la traslada a la política, y su fusión con la creciente instrumentalización de los medios de comunicación constituye la esencia de la actual guerra en contra del reconocimiento de ciertos derechos humanos en nuestro país.
Hay que reconocer que estas iglesias poseen un gran poder de movilización de los sectores populares y menos escolarizados, precisamente aquellos que tienen poca participación en movimientos sociales o partidos políticos, y que por esta razón son más susceptibles a la influencia en la definición del voto. Hoy en día, varias iglesias de las llamadas cristianas o evangélicas alientan la participación política de sus fieles, el debate político en los templos y lanzan candidatos para ocupar puestos en el Legislativo. Por lo general los nuevos fieles evangelistas son ex católicos, desencantados con la Iglesia. La rivalidad entre ambas ramas del cristianismo tiene su correlato en la política.
Los analistas políticos están conscientes de esta situación y que de forma intencional o no, utilizan ciertos pastores o líderes de congregaciones evangélicas cristianas la religión para ganar cercanía con las personas a las que quieren hacer llegar sus mensajes o pedir sus votos.
La estrategia pareciera, hasta el momento, haber rendido los frutos esperados. Pero ya es harto conocido que desde pastores que se lanzaron a la política hasta personajes que afirmaban haber recibido un llamado divino para participar en política, todos han fallado en su intento de conectarse con el verdadero interés nacional, y hasta ahora parecen sentir más atracción por las prebendas del clientelismo político. Sin embargo, algunos no abandonan la idea y continúan intentando construir imágenes y mensajes que evocan las creencias religiosas de las personas de estas agrupaciones. Y un ejemplo de ello han sido los últimos exabruptos de dos de estos pastores-diputados, con relación al Instituto Nacional de las Mujeres, y con las barbaridades de equiparar el cambio climático con los cuatro jinetes del apocalipsis, en el sentido más bíblico, fruto de una mezcla absurda de ignorancia y fanatismo religioso.
La mezcla de la religión y la política ha sido históricamente “muy peligroso”. Se vio en la Edad Media, con ejemplos como las cruzadas, y la historia se repite en la actualidad, como ejemplos como los de Israel y Palestina o el Estado Islámico (ISIS).
Debe recordarse que desde el principio de la historia, la religión ha estado relacionada de manera directa con la política. Los reyes estaban siempre relacionados con los sacerdotes, y en muchas ocasiones eran lo mismo, para dar origen a las llamadas teocracias. Luego se pasó a una separación a veces simbólica entre la autoridad mundana —los soberanos— y la espiritual. Los altos jefes religiosos eran los encargados de darle legitimidad al mando político, y ello explica las coronaciones encargadas a los obispos. En esa etapa histórica nunca hubo una posición contraria entre el Estado y la religión. Con el paso de los siglos se llegó a la secularización estatal, existente en la actualidad como un resultado de las conquistas emanadas de la Revolución Francesa.
Es importante explicar por qué es mala esta mezcla. Hay muchas razones, pero la principal se refiere a la ética, cuyo camino en la religión es muy angosto, precisamente para así ser difícil de cumplir, mientras en la política es ancho y por ello algunas acciones políticas son correctas sólo porque permanecen dentro de la política. Desde la perspectiva de la política, es irrelevante la afiliación religiosa de quienes pueden ser simpatizantes, o ya lo son. Los peligros de la mezcla de religión y política tienen su más claro ejemplo en el actual mundo musulmán, porque los crímenes de todo tipo son justificados como una acción válida religiosa.
En tiempos actuales la religión intenta con ahínco volver a gobernar territorios hace tiempo conquistados por la política. No es un afán novedoso, pero resulta preocupante lo que sucede.
La mayoría de las civilizaciones nacieron y se desarrollaron en torno a un mito fundacional que servía para organizar las vidas de sus miembros al tiempo que aislaba el hecho político, dejándolo en un segundo plano siempre tutelado por la divinidad. No parecía posible perturbar el orden de dichos designios hasta que en la Europa del siglo XVI se abrió la grieta por la que se filtraría la separación de política y religión a la que obedecen nuestras democracias y que posibilitaron la convivencia de acuerdo a leyes creadas por los hombres en lugar de las leyes de algún dios.
Mark Lilla, siguiendo la estirpe intelectual de antiguos filósofos, nos ayuda a comprender la magnitud de este desafío y el precario equilibrio que lo sostiene, pues el impulso de volver a unir lo que una vez separó el hombre reaparece con frecuencia en la historia del pensamiento europeo y muy especialmente en los inicios del siglo XX en donde el intento de conciliar la política con la religión derivó en peligrosos mesianismos de mortíferas consecuencias. Polemizando además nos previene sobre la necesidad de protegernos de las invasiones religiosas que pretenden acabar con el legado de la Ilustración que encontró el camino para liberar la política de la autoridad de los que se autodenominan como los representantes de Dios. Una exitosa, pero frágil construcción que es necesario conservar.
A finales del siglo XVII y durante el siglo XVIII, algunos intelectuales y políticos entendieron que la religión y el Estado debían tomar caminos distintos. La religión no debía influir en la política, porque a lo largo de la historia los resultados de esta interrelación habían sido negativos. Esta forma de entender la organización de los Estados pudo ponerse en práctica cuando la idea se plasmó en las diferentes constituciones aprobadas en países europeos y tras la revolución francesa en nuestro Nuevo Mundo.
No cabe duda que en el mundo de la política y en el mundo del poder en general abundan los casos de personas que sostienen firmes convicciones religiosas. Lógicamente también en el «pueblo llano», aunque aquí las consecuencias no suelen ser «sufridas» por el resto de la humanidad y todo queda en un ámbito privado. El problema está cuando un místico, alguien que cree comunicarse con su Dios accede a puestos de relevancia, porque (salvo contadas excepciones), ¿cuál es la interpretación que suele hacer el creyente de que él haya llegado y ocupe un puesto de poder, un puesto en el que tiene poder para decidir sobre la vida de los demás? Su interpretación es que él es un elegido por su Dios. Y las consecuencias son las de creerse autorizado para decidir sobre los destinos de toda una sociedad.
Esto que puede parecer algo anecdótico es algo sumamente relevante. Sin ir más lejos el hecho de que el pueblo judío se crea el pueblo elegido ha tenido, tiene y tendrá consecuencias trascendentales no solo para ellos, sino para el resto de la humanidad. Y lo mismo ocurre con EE.UU, país cuya creencia generalizada es también la misma, ser el país elegido por Dios.
Por supuesto que cada uno es libre de creer en lo que le parezca oportuno o de creerse un elegido de Dios y convertirse así en un iluminado, pero cuando los iluminados acceden a poder como fue el caso de estos tristes disputados y de muchísimos otros que se encuentran ocupando curules en la Asamblea Legislativa, la cosa es sin duda preocupante.
Darío Acevedo Carmona señala en un artículo de su autoría que numerosos temas han sido resueltos en los casi dos siglos y medio de entronización de las instituciones republicanas, de las ideas liberales y de reinado de la razón como herramienta fundamental del conocimiento. Pero surgen nuevos asuntos en los que ese duelo entre el mundo tradicional y el moderno, que se sintetiza en la tensión entre el estado y la(s) iglesia(s), reaparece con inusitada fuerza y vigor.
De manera que uno puede pensar que el problema radica en la ausencia de continuidad y persistencia de los defensores de la Modernidad, cuando no de falta de consecuencia con los principios e ideales secularizantes. O, inclinarse por otra forma de entender el conflicto, a saber, que el choque entre el mundo antiguo, en el que predominaba la fe religiosa como único criterio de verdad y de moral y en el que la iglesia católica detentaba el poder político como expresión del poder divino, y el mundo nuevo, el moderno, afincado en bases filosóficas liberales, no se resuelve en un momento o acontecimiento, por capital que este sea, como la revolución francesa de 1789, ni en un periodo corto, tampoco como ruptura brusca como el que se da entre el día y la noche, sino que tal choque se mantiene vigente. Habría que reconocer, no obstante que las dos potestades no se encuentran en el mismo estado de cuando se inició el cambio.
Resulta, pues, inquietante, por decir lo menos, la actuación de los diputados evangélicos cristianos en la Asamblea Legislativa, así como la cobardía absoluta de todos los diputados en general de entrarle de lleno a la reforma constitucional que le quitaría el anacronismo de ser el Estado Costarricense uno confesional y convertirlo en uno laico.
Hemos alcanzado a discernir que el estado laico, regido por leyes elaboradas por los hombres, debe andar por un camino diferente al que transitan las religiones y las iglesias y a comprender que ello no supone, como llegó a decir la iglesia católica durante muchos años, que aceptar el nuevo orden de cosas significaba abjurar de la religión. Mientras la política es asunto público la religión es del fuero privado. Suena fácil, pero, no hay plenitud en esa separación. En muchos campos, temas y vivencias se cruzan ambas experiencias y producen choque de intereses y creencias. ¿Hasta dónde llega la una y hasta dónde la otra?
Lo que no podemos aceptar de ninguna forma los ciudadanos conscientes de que es indispensable la erradicación de las consideraciones religiosas en la política nacional, es que estos pastores religiosos utilicen la Asamblea Legislativa para presionar para imponer sus visiones muy personales, así como tampoco estuvimos de acuerdo con la enorme injerencia de la jerarquía católica en la administración Chinchilla, de triste recordatorio.
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría
Excelente artículo como todo lo que escribe Don Alfonso
Desde hace unas decadas , al igual que las universidades de garaje -algunas cristianas- se empezaron a establecer,profusamente, en los campos y en las ciudades las iglesias cristianas evangelicas , en toda Centroamerica, para contraatacar la ideologia marxista que se extendia por el Istmo. Estas congregaciones, tienen una plataforma mas psicologica que espiritual, y resultan muy atrayentes ,pues se escucha , generalmente, lo que se quiere oir, entre ellas, las de la prosperidad. Se basan mas en el Antiguo que en el Nuevo Testamento
En las comunidades indigenas barrieron con la mitologia propia de esos pueblos, lo que la Iglesia Catolica aprendio a respetar en el transcurso de los tiempos.
Cuando el TLC, las Iglesias evangelicas le dieron su apoyo, por medio de los discursos de los pastores a sus fieles
Actualmente, en la radio, abundan las emisoras cristianas.
Ante el panorama que tenemos, es preocupante la intromision en la politica.
realmente creo,que la religión y la política son como el agua y el aceite,nunca se pueden unir