No conocer o no detenerse a reflexionar sobre lo ocurrido en la historia es lo que conduce a muchos políticos –demasiados- a pensar que las cosas van a ser en el futuro como en el momento presente están concebidas y generalmente apoyadas. Y con base en ese pensamiento se proclama que ciertas situaciones son irreversibles y no hay más remedio que plegarse a ellas. Lo cual resulta un error nefasto con graves consecuencias para los pueblos.
Expresan de palabra y con sus acciones que el avance futuro se montará sin duda sobre las mismas líneas en que se desarrolla el presente, consecuencia lógica de cerrar los ojos ante la contemplación de la historia humana, o de ignorarla. En otras palabras, el error posee dos dimensiones: creer en la permanencia del pasado e ignorar que la historia nos demuestra que el futuro, por lo general, cambia de forma la realidad presente.
En nuestros tiempos, igualmente que en el pasado, esta actitud obedece al éxito social de una doctrina política, social o económica, que no puede entenderse como señal de su permanencia y de desaparición de las antagónicas, y ello obedece, también, a la ignorancia culpable de desconocer o ignorar lo que se va gestando por debajo, o lo que las nuevas realidades previsiblemente generarán cambios contrariando la actual situación.
Algunos autores han calificado esta postura como un fundamentalismo enmascarado ya que, por el contagio de una idea dogmática, irracionalmente interiorizada, se van desprendiendo otra serie de pronunciamientos que, por conectados con la idea base que se considera indiscutible, participan así mismo de su incuestionabilidad, y sirven para justificar, sin esfuerzo intelectual alguno, más y más cadenas de consecuencias.
Es así como los partidos políticos, sobre todo los mayoritarios, los que en virtud de sus mecanismos de decisión interna han optado por políticas favorecedoras del libre mercado, la globalización y la pérdida de soberanía nacional en elementos importantes, nunca le han planteado a los ciudadanos un debate con alternativas para que pueda pronunciarse entre una opción u otra diferente, en materias económicas y sociales.
Y cuando la vida económica es controlada por pocas personas, como suceden en nuestro país, esas pocas personas dominan también, casi fatalmente, la política, imponiendo sus condiciones a los políticos… que no brillan –precisamente- por la solidez de su pensamiento.
Desconoce el ciudadano que quienes tienen el poder económico son determinantes del poder político, hasta que surja algún movimiento popular (que por lo general no posee los apoyos económicos de los grandes intereses comerciales) como producto de las condiciones inaceptables que genera esta situación. E incluso, esas pocas personas llegan a manipular la opinión pública, que si vive en democracia, acaba teniendo como elemento de valoración lo que se transmite en los medios de comunicación que, mayoritariamente, está segada por la voluntad de las personas que tienen el poder socio-económico y manipulan el poder político.
Pero, cuidado, sería ingenuo pensar que los grandes movimientos sociales de la historia nacieron por casualidad. Los futuros surgirán como correspondencia a exigencias conscientes o inconscientes de la sociedad sumida en estas nuevas variantes de esclavitud, que hoy por hoy se expresa como el rendimiento ante las normas impuestas por el mercado y la mercantilización de todas las manifestaciones de la vida misma. Así se explica el nacimiento del fascismo y el comunismo, por un lado, y la globalización y el libre mercado por el otro, como consecuencias y respuesta a inaplazables problemas humanos.
Es así como, por ejemplo, con la presunta desaparición del mundo bipolar, se dice, cesa la vigencia irresponsable de las viejas categorías ideológicas del colonialismo, el expansionismo, la explotación, la dependencia y, sobre todo, el imperialismo. En su lugar, las categorías amables y respetables, en su esencia científica, de los sistemas, los contratos, las privatizaciones o los flujos globales de capital, sirven para crear un universo de apariencia inocuo de diagramas y transacciones, de simulaciones y juegos, que destierra de plano la desigualdad y permite el juego del mercado político donde todos ganan. Nada más lejano de la realidad, todo ello no es más que el nuevo ropaje de la injusticia, la avaricia, la acumulación y el desprecio de las grandes mayorías, porque las variables de la intensiva concentración privada de la riqueza y el poder son, primero, opacadas por una dogmática de democracia que adquiere la condición de artículo de fe, y segundo, un diferente ropaje para la mismas concepciones que no han eliminado las luchas sociales.
Según quienes defienden esta postura, ha finalizado lo que ellos llaman la lucha imaginaria: las luchas por el reformismo impulsadas por el socialismo, la socialdemocracia y el intervencionismo contra el capitalismo, el conservadurismo, el individualismo y los valores establecidos. Y bajo semejantes premisas, la razón pierde todo contenido intelectual y moral, y vemos lo que está sucediendo en la actualidad: una inconcebible concentración de la riqueza, un empobrecimiento progresivo, la desaparición de las clases medias, y el abandono de los programas sociales por parte de los gobiernos, para ceder el campo a la especulación mercantilista.
Lo único que muestra una señal esperanzadora en las democracias del Siglo XXI parecer ser que la expresión y participación de los ciudadanos excede los canales institucionales del pasado. La ciudadanía participa cada vez menos a través de partidos políticos y cada vez más por medio de movimientos auto-convocados, protestas, estallidos, redes sociales o instancias que convocan a la participación para gestionar los problemas del entorno inmediato.
Al parecer, cuando uno observa el comportamiento de los líderes de los partidos políticos tradicionales, no se han dado cuenta estos señores que no puede haber una conciencia de comunidad nacional cuando permaneces desigualdades insoportables que fracturan a la sociedad. Este problema, que sigue presente en nuestro país, transforma a la igualdad social en una necesidad de primer orden. Y tampoco se han dado cuenta que en las sociedades democráticas la imagen del poder continúa realmente en la sociedad, y no al servicio de la clase política, como vemos cotidianamente, y de los políticos, que son vistos como una clase privilegiada.
En estos días hemos contemplado cómo, en un partido político de larga trayectoria, la competencia alrededor de programas electorales ha cedido el lugar a la competencia entre líderes que muestran una imagen difusa al electorado, y cambian el sentido de sus elecciones internas, sustituyendo una persona por un rumbo político, que generalmente es difuso, irreal, desconectado del presente y del futuro.
Cuando los representantes o gobernantes aparecen a los ojos de la ciudadanía como una casta privilegiada, como una clase separada e independiente, la sociedad reacciona de algún modo rechazándolos abiertamente, como sucedió en las elecciones pasadas.
Por lo tanto, es necesario recordarle a todos los que en la actualidad se encuentra en la contienda preelectoral, dentro de sus partidos, que el inventario de los cambios de nuestra sociedad es muy amplio y no se trata aquí de proponer una lista exhaustiva de los mismos, sino solo señalar que entre nosotros, los ciudadanos, hay nuevas preguntas y desafíos abiertos. Creemos que hay que reinventar las instituciones y los derechos para que respondan a lo que es legítimo aquí y ahora, y sobre todo al futuro que se avizora para nuestro país.
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría