El costarricense sabe que el país se encuentra encallado. En diversos escenarios y desde muy variados sectores los ciudadanos comparten el mismo sentimiento de zozobra. El desaliento es el mismo en todo lado: el país es como un barco a la deriva. Da vueltas y vueltas y no tiene un rumbo fijo. La corrupción en la función pública es nota usual en las noticias, la brecha entre ricos y pobres se ha ensanchado y la eficacia con la que debería operar el Estado, en términos de prontitud y eficiencia, no es la mejor. En suma: el modelo político-estatal ya no responde a los tiempos actuales. Vivimos, tal y como sostiene una profesora de derecho de la Universidad de Costa Rica: bajo una verdadera crisis democrática.
No es del todo preciso, y en eso coincido con quienes así lo defienden, que aprobando más leyes se solucionan los problemas del país. Basta con sustentar o reajustar, en términos de estructura y operatividad las existentes, para comenzar a caminar. No obstante, sí creo que ese “refrescamiento” del sistema legal debe llevarse a cabo, paralelamente, con la transformación sustancial de la actual Constitución Política. ¿Mediante reformas parciales? No. La realidad de la Asamblea Legislativa y las sentencias de la Sala Constitucional lo imposibilitan como todos podemos testimoniar. Por el contrario, debemos proceder mediante una transformación general, esto es, mediante la convocatoria a una Asamblea Constituyente que permita adecuar certeramente la Carta Política a los tiempos actuales. Solo así podremos romper la zona muerta en la que nos encontramos y avanzar hacia un mundo mejor para todos.
Es cierto que presentar una nueva Constitución Política o, en su caso, al Poder Constituyente originario como algo mágico capaz de corregir los males del país es, con toda razón, un mito. Sostener lo anterior no solo sería reducir el Derecho a una concepción formalista, por cuanto lo presentaría como una forma constante respecto de un contenido naturalmente variable, sino que, le endilgaría una visión muy idealista y metafísica a todo un proceso real, precedido por mujeres y hombres de carne y hueso.
Tomemos como ejemplo al grupo de la sociedad civil denominado Nueva Constitución CR, que es liderado por el jurista en derecho constitucional, Alex Solís Fallas. Esta agrupación, nacida en un aula universitaria, ha venido trabajando desde hace poco más de tres años en la ardua tarea de estudiar, reflexionar y proponer un ajuste sistemático a la Constitución Política vigente mediante la posibilidad de convocar a una Asamblea Constituyente. Se trata de un movimiento social que ha ido creciendo día a día, al que se han sumado una gran cantidad de personas de la política nacional, de la academia universitaria, pero además, que alberga a costarricenses de todo tipo, sin distinción alguna de etnia, color político, credo religioso, estrato social o inclusive edad. Su denominador común es darle a Costa Rica una salida a la crisis social que atraviesa. En febrero pasado presentaron un proyecto de convocatoria a una Asamblea Constituyente en la Asamblea Legislativa (proyecto No 19874) y en días pasados, además, una solicitud ante el Tribunal Supremo de Elecciones para validar, por la vía del referéndum, su convocatoria. Se trata de un movimiento que se empodera desde la base y no a partir de una idea impuesta desde las cúpulas de poder. Esto hace que su participación se convierta en puro emprendedurismo civil, si se quiere, y que su consigna considere que el cambio político, hoy más que nunca, descansa en la dinámica participativa. Por otra parte, este grupo es consciente de que una norma, igual que el poder que está detrás de su implementación, no cambia necesariamente lo social. Es lo social lo que sí le mide el pulso al Derecho y en este sentido hace meritorio traer a valor presente su regulación. De allí que se quiera redefinir el actual texto constitucional sin eliminar o desechar todo lo bueno que en él exista.
Entonces, más que un mito es una realidad: existe todo un movimiento que cree que por la vía del respeto, la tolerancia y la concertación social se llega, con ciudadanos comprometidos, a luchar por Costa Rica. Se puede ser partícipe, se puede no hacer nada. Pero también se puede caer en el error pesimista del que, lejos de construir con crítica, critica por criticar. Estos últimos, mal mensajeros de la verdad, muchas veces llegan a escudarse en el miedo como la forma más simplista, fácil o incluso irracional para oponerse a un proyecto país. Una empresa que busca concertarse en paz, de forma racional y utilizando de por medio, como sociedad democrática, la vía del diálogo no tiene por qué rendirse al miedo. El miedo enceguece al corazón más noble, el miedo entumece la razón más iluminada.
No hay que tapar el sol con una mano, hoy la política nacional nos describe una sociedad polarizada. Y es por esto que, naturalmente, a algunas personas el anterior escenario les da temor. Manifiestan que no es el momento para una Constituyente. Pero, uno se pregunta: ¿Cuándo es el momento? Si un miedo semejante hubiese invadido a Juanito Mora, a José Figueres Ferrer, a Rafael Ángel Calderón Guardia, a Manuel Mora y a tantos otros próceres de la patria, en momentos más agobiantes como el actual, sus grandes transformaciones nunca hubiesen sido posibles. Pues bien, no hay mejores ni peores momentos. El momento, así como sus circunstancias se toman tal cuales son. Es más, no considero que estemos pasando por una situación de tanto suspenso como en la que se aprobó, por ejemplo, la actual Constitución Política: inmediatamente después de una guerra civil.
Por otra parte, también es cierto que en la sociedad empiezan a subsistir algunos comportamientos desdeñables. Me refiero en concreto a ciertos discursos totalitarios o de bastante revanchismo social, presentes en el clamor popular, que abogan por mayor represión, venganza, por más chilillo y cárcel. Algo así como un populismo punitivo exacerbado. Efectivamente son patologías sociales, anímicas, que deben ser tratadas y resueltas. Pero tampoco creo que la existencia de estos discursos necesariamente dé como resultado una mala Constitución Política, o bien, lleven al traste con una conformación temerosa o nefasta de una eventual Asamblea Constituyente. Aún y con todo, me parece que una futura Asamblea Constituyente vendría a conformarse por un importante y mayoritario colchón de demócratas que motivarían su accionar en pos de de los más altos principios y valores de la democracia. Históricamente el proceso socio-político nacional ha sido así y no veo por qué deba cambiar radicalmente.
Como comenté en otro escenario, si la Constitución de 1871 permitió la concentración del poder y la de 1949 lo desmenuzó, aumentando la autoridad de la Asamblea Legislativa (en algunos casos no muy para bien), el nuevo proyecto ciudadano, encarnado -para muestra un botón- en la agrupación Nueva Constitución CR hace descansar la existencia del Estado en el ser humano; legitimándolo, empoderándolo de acción y dándole una verdadera participación desde el seno de la sociedad civil costarricense.
En este verdadero proceso constituyente no hay mitos, sí realidades. Y la realidad más tangible es el trabajo que de forma desinteresada, con esfuerzo, dedicación y muchas buenas intenciones el grupo Nueva Constitución CR está llevando a cabo por Costa Rica.
(*) Jeffry Chinchilla Madrigal es abogado y docente en la Universidad de Costa Rica.
Pareciera que el ambiente no es propicio.El pueblo esta enojado.
El pueblo siempre va a estar enojado por algo. Aunque no es la solución a los muchos problemas que tenemos, si creo que la constitución debe modernizarse, sobre todo en lo que atañe a hacer una democracia más participativa, a crear igualdad, solidaridad desarrollo para el ser humano.
me llama poderosamente la atención muy interesante verdaderamente,solamente espero y aspiro que no sea una estrategia para montar en el poder un proyecto socialista/comunista como sucedió en mi país natal Venezuela.