De cal y de arena
Sorprenderse por la explosión de la violencia en la ciudad de Limón es como sorprenderse por las expulsiones de ceniza del volcán Turrialba, puesto que de las consecuencias de uno y otro hecho está advertida la sociedad entera como notificada está de que ante el comportamiento de la naturaleza la mano del hombre nada puede hacer que no sea la remediación de los efectos. Pero en ese otro universo hace rato que el país está advertido de que rondan poderosos carteles del narcotráfico con redes construidas aquí con la participación de miles de adláteres dispuestos a facilitarles la concreción de una operación que –sin importarles que sea ilegal, inmoral o sangrienta- para esas bandas de sicarios es un lucrativo modus vivendi.
Hoy es Limón. Ayer San Carlos, Tamarindo, Desamparados, Alajuelita, la Zona Sur. Ya olvidamos que allá por 2011 dos alcaldes, un vicealcalde, un ex alcalde y un presidente municipal fueron detenidos por ligámenes con la corrupción, esa enfermedad social que propicia el asentamiento de las redes del narcotráfico con sus eslabones de una larga cadena, jóvenes incluidos. La Drug and Enforcement Agency de los Estados Unidos viene repicando con alarma por los niveles que tienen el consumo de drogas y las redes tejidas a ese efecto. En su Informe de Estrategia para el Control Internacional de Narcóticos recalca el significado de que Costa Rica sea una importante zona de tránsito de los estupefacientes que vienen de Suramérica y Jamaica. Esto de Limón ha sido como una muerte anunciada, con el caso colombiano como espejo y la diferencia de que los grandes carteles mexicanos son los patrocinadores del criminal negocio desde el trasfondo de otros espacios geográficos: no están aquí pero sus tentáculos sí.
Se reconoce la titánica labor de la policía nacional al decomisar grandes cantidades de droga, apenas la punta del iceberg de un gigantesco negocio. ¡De qué tamaño será lo que sigue derecho para arriba!.
Hoy nos estremecen las dimensiones del desafío que plantea el narcotráfico en Limón, su agresividad, su determinación a matar a quien haya que matar. Pero Álvaro Ramos y Celso Gamboa, grandes peritos en el abordaje del problema, nos recordaban que hace pocos años la guerra en nuestro Caribe fue peor. El desafío, sin embargo, sigue en pie, con características evidentemente de mayor gravedad. Aún así no se evidencia en el aparato preventivo y represivo del Estado el músculo requerido para encarar esta guerra planteada en un campo de batalla lleno de adversidades como la pérdida de valores, el debilitamiento de la estructura familiar, los efectos de la pobreza y el desempleo y el impacto de la desigualdad en el acceso a las oportunidades, amén de la intoxicación que llega por las vías de las redes sociales y ciertos programas de televisión.
Pasan los años y el problema se agrava particularmente porque el Estado no ha sabido armar y promover las distintas instancias de una política preventiva idónea. Allí en Limón hoy y también ayer. Igual el reto está presente hoy y ayer en otros muy dispersos puntos de la geografía. Y el aparato preventivo del Estado ¿está a la altura del desafío? ¿Lo están las instancias jurisdiccionales? ¿Lo está el Ministerio Público cuyo fiscal general –Jorge Chavarría- expresó tiempo atrás el temor de que los carteles internacionales del narcotráfico penetren las municipalidades costeras del país para asegurarse inmunidad y control territorial?
Nos espera una tarea titánica, difícil, complicada y en terreno minado.
(*) Álvaro Madrigal es Abogado y Periodista
¿Quien sostiene el negocio internacional se la droga? Vemos como el Tio Sam se molesta porque el presidente filipino le entra como los hombres a combatir el negocio del narco trafico.
El actual presidente filipino, prometió en campaña terminar con 3.000.000 de narcotraficantes y adictos en su país; EEUU y los «Derechos Humanos» se rasgan las vestiduras ante esta iniciativa; pero si lo vemos de una manera cruda, no veo otra salida ante este flagelo de la humanidad; que va en crecida y al final son los ciudadanos honestos, los que pagamos los impuestos, los que perdemos la paz por culpa de estos malnacidos.