Hace miles de años un gran filósofo chino, Chuang Tse, expresó las bases de lo que debería ser el comportamiento humano: la humildad. Pero no ajustado al concepto occidental de mansedumbre y autosacrificio, sino basada en el sencillo reconocimiento de que el ser humano sabe muy poco sobre los grandes misterios del universo y solo ocupa un reducto minúsculo e insignificante en el plan general de las cosas que se encuentran en él. Esto resulta de extrema importancia en el pensamiento del Tao, en donde se reconoce la inherente superioridad del vacío sobre la forma y de la quietud sobre la actividad, así como su indivisible dependencia mutua, constituyéndose en un punto destacado de muchas filosofías orientales. A la mayoría de los occidentales, tan volcados hacia la forma concreta y a la actividad, se les hace difícil apreciar este punto.
En el libro del Tao se expresa la humildad de la siguiente forma:
Sé humilde y permanecerás íntegro. Inclínate y permanecerás erguido.
Vacíate y seguirás pleno. Consúmete y serás renovado.
El que tiene poco, recibirá. El que tiene mucho, se turbará.
Por eso, el sabio abraza la unidad y se convierte en modelo para el mundo.
No se exhibe, y por eso destaca. No se afirma a sí mismo, y por eso brilla.
No se vanagloria, y por eso obtiene reconocimiento. No da importancia a su persona, y por eso otros lo realzan. Y porque no compite, nadie en el mundo puede competir con él.
Un punto importante para entender la forma en que estos filósofos conciben la realidad radica en la importancia que le dan al vacío. Hasta el punto que el concepto de meditación es diametralmente opuesto al occidental. Ellos proponen vaciar la mente para que se llene sola de la fuerza del universo, en contraposición a la reflexividad o emotividad con que se llena la meditación occidental. La utilidad funcional del vacío sobre la forma, y cómo todas las cosas dependen de nada, había sido expresado de la siguiente forma por Lao Tse:
Armamos treinta radios y a eso llamamos rueda, pero es del espacio, en donde no hay nada, que depende la utilidad de la rueca. Moldeamos la arcilla para hacer una vasija, pero es del espacio, en donde no hay nada, que depende la utilidad de la vasija. Horadamos puertas y ventanas para construir una casa, pero es de los espacios, en donde no hay nada, que se desprende la utilidad de la casa. Por lo tanto, así como nos beneficiamos de lo que es, también deberíamos reconocer la utilidad de lo que no es.
Nuestra incapacidad para entender la forma en que la filosofía oriental concibe nuestra realidad se basa en la consideración de que la filosofía dualista de Occidente divide los reinos espiritual y físico en dos esferas hostiles y mutuamente excluyentes, y concede una validez superior a la primera. El taoísmo considera a lo físico y a lo espiritual como aspectos indivisibles, aunque claramente distintos, de una misma realidad, en la que el cuerpo puede compararse a la raíz que permite el florecimiento de la mente.
Todo lo anterior nos lleva a una sola conclusión: la ausencia de humildad (en el concepto oriental del término) es lo que ha dañado y sigue dañando a todos aquellos que ocupan altas posiciones en la sociedad, ya sea el gobierno, la legislatura, lo jurisdiccional, las confesiones religiosas, las empresas, el arte, la ciencia y la tecnología. Los consume una vanidad enfermiza. La vanidad que percibimos, por ejemplo, en el actual momento, en funcionarios, jueces y legisladores, es la más patente falta de autenticidad, las cual se comete por error, estupidez o mala voluntad, en la apreciación de la propia valía.
El vanidoso se atribuye una valía personal mayor de la que realmente tiene. Si lleva su vanidad al extremo cae en un patético ridículo. Su engaño consiste en que considera que el mérito de esa valía es única y exclusivamente suyo. No soporta pensar que ha llegado a esa valía ayudado por otros y que, sin ellos, no hubiese llegado a estar donde está. Es un desagradecido que suele pagar la ayuda que le prestan con el olvido o, peor aún, con el rencor y el resentimiento. No quiere la cercanía de quienes le han ayudado, porque le recuerdan su dependencia. Les cuesta convencerse de que su impacto en la marcha de la nación no es más grande de lo que en realidad es. No soporta pensar que alguien pueda tener más influencia que él en los acontecimientos. Quiere controlar totalmente la vida de todos los ciudadanos, sin pedir nada a nadie.
La política tradicional jamás se ha caracterizado por ser un terreno fértil para la humildad. Parte de los problemas de una determinada concepción de la democracia representativa reside en prácticas arrogantes y actitudes pretenciosas de algunos de nuestros representantes. Estos déficits son, muchas veces, algo más que una conducta personal y reflejan la punta del iceberg de la corrupción en la gestión honesta de los recursos y las responsabilidades. Y también una concepción de la autoridad política basada en los privilegios y no en el servicio público. La humildad se opone a la autosuficiencia, a la arrogancia, a la soberbia, valores más propios de los autoritarios que de los demócratas. De los reaccionarios más que de los innovadores. Humildad, como ética de la política.
En tiempo de hiperliderazgos mediáticos y de superhéroes sociales, la humildad, poco a poco, ha comenzado a recuperarse como una virtud política que los ciudadanos valoran, y mucho. El presidente uruguayo, Pepe Mujica, por ejemplo, logró convertirse en un ejemplo de austeridad, por su carácter campechano, por su sobrio rancho, por su Volkswagen modelo 87 y, también, por su modestísimo vestuario. Tanto es así que ha sido definido en varias ocasiones como “el presidente más pobre del mundo”. Quizá, por esta misma razón, sea uno de los políticos más valorados y respetados. La sencillez de Mujica no es una pose, ya que en sus apariciones públicas se ha convertido en un casi militante de la humildad. Es auténtica, y conmueve por sincera.
Decía Marco Tulio Cicerón: “Cuánto más alto estemos situados, más humildes debemos ser”. Muchos afirman que la austeridad y la humildad se han vuelto meros recursos de la comunicación política. Pero, bajo mi punto de vista, los liderazgos humildes son la respuesta a una demanda creciente de la ciudadanía que busca más ética y compromiso. Más poder ejemplar.
Cada vez más queremos dirigentes como nosotros; las nuevas generaciones están creciendo en la horizontalidad de la red, donde la jerarquía poco importa. Hoy estamos conectados y más informados que antes, no se legitima un modelo de liderazgo que trabaje en solitario, aislado o distante.
La humildad es una de las virtudes que les exigimos a los nuevos dirigentes. Se impone, entonces, una nueva concepción del poder: el soft power, el poder blando. Ahora gana quien seduce, quien contagia, quien acompaña. Decía el poeta León Felipe: “No hay que llegar solos y primero, sino con todos y a tiempo”. Los políticos deben confiar en el trabajo colaborativo, apostando por la construcción colectiva. Los nuevos liderazgos deben fundamentarse en el liderazgo compartido, que supone la distribución de funciones y responsabilidades. Implica reconocer que la legitimidad política y democrática para gobernar ganada en las urnas debe ir acompañada, permanentemente, de una concepción humilde en la gestión del poder.
Nunca se tiene tanto, en una democracia, y si bien es cierto que la mayoría de los cambios sociales se puede hacer desde las instancias ejecutivas y legislativas, también lo es que los cambios de fondo solo se consiguen con alianzas sociales, público-privadas, entre representantes y ciudadanos. Un gobierno abierto y corresponsable es, para que sea eficaz, de naturaleza humilde.
Con los ojos puestos en los meses que se avecinan, de campañas electorales, y con el horrible ejemplo de la vulgaridad que nos ha presentado la realizada en los Estados Unidos, debemos los ciudadanos observar atentamente la actitud de los posibles candidatos. De otra forma, volveremos a cometer los mismos errores de siempre.
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría
Excelente comentario; definitivamente «la humildad» es un asunto fundamental de nuestras vidas, el ser «humilde» lleva en sí, mucho de sabio; pero la humildad, es algo que desconocen la mayoría de nuestras líderes, acá como a nivel mundial. He observado que muchos que ostentan altos puesto, se vuelven arrogantes, al extremo de creerse diferentes, casi semidioses, y miran a muchos de sus semejantes con un cierto desprecio, esto viene a ser el principio de mucho de nuestros males.
Es un bello articulo que induce a la reflexion. La humildad es parte de la sabiduria. Mujica es una estrella solitaria en el firmamento politico, su sencillez conmueve, sus discursos estan llenos de ensenanzas para la vida, los politicos lo aplauden pero no lo emulan, desgraciadamente.