viernes 24, enero 2025
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Ortega para rato

De cal y de arena

Daniel Ortega ha sido reelecto para un tercer período. Barrió y dejó el remedo de oposición política reducido a una representación parlamentaria apenas simbólica. Nada nuevo, pues. Todo ha salido a la medida de su proyecto. El electorado le respalda mayoritariamente, la economía del país marcha bien y el sector empresarial que la dinamiza marcha al compás de los tambores que ellos, coludidos con el régimen, quieren; hay un segmento de la jerarquía católica que le apoya –no necesita a los otros-; y en su partido ha practicado una purga que le permite conciliar el sueño. ¿Cómo, entonces, en ese contexto Daniel Ortega devasta las reglas fundamentales del funcionamiento de una democracia?.

Esa pertinente pregunta se la escuché al periodista Carlos Fernando Chamorro, una de las figuras descollantes de la oposición a Ortega, con autoridad legítima para desenmascarar el régimen y con el buen juicio necesario para verter opiniones descontaminadas del derrame biliar con que muchos-allá y aquí- abordan el tema político nicaragüense. El propio Chamorro despejaba el horizonte: Ortega es de esencia autócrata, arbitrario, déspota, no le desvelan las reglas de la democracia y la deriva que le ha imprimido al régimen a lo largo de años de gobernar el país, responde a esa versión autocrática. No hay por qué sorprenderse, entonces, de lo que ha forjado y de los propósitos ya develados de prolongarlo en el tiempo mediante la confesa regencia no disimulada de su esposa Rosario. Va a haber orteguismo por mucho rato más. Y en Costa Rica, sobre todo aquí nuestros gobernantes que tienen que adaptarse a esta realidad modelando las relaciones al compás de una coexistencia decorosa y afín al interés nacional, tenemos que entender que no está en nuestra responsabilidad ni en nuestra capacidad ni en nuestra potestad jurídica, dictar cómo debe ser el régimen que gobierne en el vecino país.

Ortega no va a cambiar ni la comunidad internacional dispone de los instrumentos apropiados para imponerle el cambio. Quizá ni el “Nica Act” que algunos segmentos parlamentarios estadounidenses promueven, llegue a materializarse. O a perturbar el sueño de Ortega. Nicaragua ya no eslabón fundamental de la guerra fría y Estados Unidos encara complicaciones enormes en otras latitudes como para involucrarse en una nueva aventura con un Walker de que no dispone.

Firmeza irrenunciable en la defensa de nuestros derechos. Cautela permanente en la vigilia de nuestra soberanía. Con sentido realista, dispongámonos a buscar las vías inteligentes para sacar ventaja de la vecindad con una nación con la que el cultivo de las buenas relaciones puede significar muchas ventajas para nosotros.

(*) Álvaro Madrigal es Abogado y Periodista

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