domingo 16, febrero 2025
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Una agenda reaccionaria… ¿y el Pueblo?

El término reaccionario se utiliza en el ámbito de la política para referirse a aquel individuo o colectivo que se opone a un proceso revolucionario o de transformación política. Por lo tanto, los reaccionarios son aquellos que se manifiestan contrarios a los cambios que una parte de la sociedad quiere establecer en el conjunto de la sociedad.

Reaccionario tiene un sentido despectivo y peyorativo. No obstante, el uso del término es bastante discutible y polémico. En este sentido, afirmar que unos son revolucionarios y otros son reaccionarios es una simplificación y, en gran medida, un argumento propagandístico para desacreditar a un individuo, a un colectivo o a unas ideas.

La escala propia o adecuada para hablar de revolución y reacción es la escala política. Reaccionario y revolucionario son, primariamente, categorías políticas y sólo cobran sentido desde aquí.

Curiosamente, a menudo se define lo político desde escalas no políticas. Así, se habla de que lo político tiene que ver con el poder entendido como la capacidad de los sujetos para influir en la conducta de otros sujetos. Esto nos mantiene en la escala que no se resuelve apelando al «por encima de la voluntad». Definir el poder como la capacidad de influir en la conducta de otros sujetos por encima de la voluntad de estos implica ya sustancializar la voluntad y acabar reduciendo el poder a una especie de psicoanálisis de la subjetividad esperando captar como dicha subjetividad está influida por un fantástico poder envolvente.

Pero tal subjetividad no existe, existen sujetos operatorios y su voluntad se conforma in media res de las morfologías históricas y de las influencias de otros sujetos. Muchas veces, por ejemplo, la voluntad sólo se forma porque se nos intenta imponer o conformar una conducta a la cual nosotros reaccionamos (no necesariamente en contra).

Lo que acaba de suceder en los Estados Unidos de Norteamérica con la sorpresiva (o no tan sorpresiva) elección de Donald Thrump para la presidencia de ese país, a pesar de la demoledora campaña de los medios de comunicación masiva (aunque tardía) a favor de Hilary Clinton, cuando durante un año esos medios estuvieron  ofreciéndole al candidato ganador un tribuna gratuita para que expresara todas las barbaridades y desatinos que expresó, tiene mucho que ver con su agenda reaccionaria.

Trump pudo galvanizar y movilizar al extremo de mayor rendimiento electoral al votante blanco, particularmente al de menos nivel educativo, y a los más conservadores en lo social. Esto con base en la retórica anti-inmigrante, sus extravagantes como peligrosos comentarios en materia de política exterior o lucha contra el terrorismo, su ataque a los latinos, y sus posturas alineadas al fanatismo religioso (y sobre todo las de su candidato a vicepresidente) en temas como el aborto y la negación de los derechos alcanzados por la comunidad LGBTQ. Eso movilizó y galvanizó la base republicana a pesar del resentimiento de sus líderes, incorporó nuevos votantes del sector rural, pero no incrementó la participación electoral total. La optimización del voto rural, concurrente con la disminución de la participación de electores más proclives a votar por demócratas o al menos en proporciones menores al apoyo que brindaron al Presidente Obama fue determinante.

Está bastante claro que ganó como expresión del voto del elector blanco, pero con sus mayores y sorprendentes márgenes entre los electores blancos con menor nivel de educación y más conservatismo religioso. Perdió ampliamente el voto de las mujeres, los latinos, los afroamericanos y los jóvenes poniéndose en contra de lo que la mayoría aspira el terreno social, donde prima una visión más incluyente que la que existe en los sectores rurales.

Además de las tensiones raciales y de orden social que plantea la agenda reaccionaria de Trump, el tema de su denuncia abierta a los tratados de libre comercio fue fundamental para la victoria que obtuvo. Y ese es precisamente uno de los temas que más lo distancia de la plataforma republicana que controla ambas cámaras del Congreso, mayoritariamente proclive a los acuerdos de libre comercio. El partido demócrata también tiene una fisura frente al tema, que deberá resolver a la luz de estos resultados. ¿La visión de Obama o la de Sanders? Tema muy importante para la agenda del partido y del país.

Entre tanto Trump está encaminado a la transición de poder que lo llevará a la Casa Blanca en Enero. Pero los miedos y las tensiones desatadas por su retórica ya están haciéndose presentes en la calle, en escuelas y en lugares públicos contra latinos, afroamericanos, musulmanes americanos, mujeres o parejas y matrimonios gay. Hay mucha ansiedad y poca felicidad con el resultado electoral. Se sabe y acepta que Trump será presidente, pero se sabe que no representa a la mayoría.

El triunfo de Donald Trump ha provocado un fuerte impacto en el mundo, y en particular en amplios sectores de la izquierda. Trump es un racista, machista y anti-inmigrantes, que ha recibido el apoyo de los grupos fascistas y los defensores de la supremacía blanca; y de los elementos más reaccionarios del exilio cubano. También tuvo el apoyo de amplias capas de la clase media –pequeños y medianos empresarios, comerciantes, granjeros-, muchos de ellos partidarios del Tea Party Movement; y de tradicionales votantes del Partido Republicano. Los enemigos declarados de toda esta gente son “la clase política” en general, Washington y su burocracia, Wall Street y las grandes corporaciones, los altos impuestos (en primer lugar los costos del programa de salud de Obama) y el endeudamiento público. Trump supo darles cauce, al presentarse como un outsider (millonario, faltaba más).

Sin embargo, y desde una postura de defensa de las ideas socialistas, uno de los temas más importantes es el voto a Trump de trabajadores, o desocupados, blancos, y vinculados a la industria manufacturera.

Como se ha señalado en muchos estudios y encuestas, tal vez la razón fundamental que explica el voto a Trump de estas franjas de la población trabajadora es el descontento con la situación económica, la pérdida de empleos y la baja de largo plazo de los salarios. Indudablemente, el sector industrial ha sido profundamente afectado. Desde el pico alcanzado en 1979, y hasta 2015, en EEUU se perdieron 7,2 millones de empleos, una caída del 37%. Pero la pérdida más rápida se dio en la última década y media: desde enero de 2000 a diciembre de 2014 se eliminaron 5 millones de puestos de trabajo en la manufactura. Si entre 1980 y 1999 la pérdida fue a un promedio del 0,5% anual, entre 2000 y 2011 fue del 3,1%

Sin embargo, los ideólogos del capital sostienen que la pérdida de empleos industriales es un proceso “natural”, de transición hacia una economía “de los servicios y el conocimiento”. También se dice que se debe solo al avance tecnológico. Pero si bien hay algo de esto, no se trata solo de avance tecnológico. Lo esencial es que desde la Gran Recesión de 2007-2009 la economía tuvo un crecimiento extremadamente débil, y el producto industrial ha disminuido. En ese marco, las importaciones de China, México u otros países –con costos laborales más bajos-, y la sobrecapacidad de las industrias de China, han puesto una fuerte presión a sectores de la industria yanqui; o han acelerado la salida de capitales. Por eso, la promesa de Trump de poner tarifas del 45% a las mercancías chinas fue vista como una solución por muchos trabajadores. También su promesa de rechazar el Tratado de Libre Comercio con México y Canadá (lo que representaría, automáticamente, una suba del 25% de las tarifas).

La agenda de proteccionismo y xenofobia de Trump se inscribe, además, en el ascenso de las propuestas derechistas, xenófobas y nacionalistas, que también vemos en Europa, y a las que hicimos referencia en otras notas referidas al Brexit). Se inscribe también en una desaceleración que ha tenido el crecimiento del comercio mundial en los últimos 4 años (aunque, en nuestra opinión, este hecho está lejos de revertir la tendencia a la mundialización del capital). Estos aumentos de las tensiones tienen su causa última en el semi-estancamiento económico de grandes zonas –la zona del euro, Japón- y la agudización de la competencia entre grandes corporaciones.

De todas formas, lo que nos interesa remarcar ahora es que el programa del proteccionismo y el nacionalismo, no constituye una salida progresista para la clase trabajadora. El nacionalismo de gran potencia –en este caso, de la mayor potencia del mundo- es absoluta y totalmente reaccionario. En el caso de EEUU ni siquiera existe la excusa –típica del marxismo nacionalista latinoamericano- de decir “luchamos por la liberación nacional”. Por eso también hay que decir que el proteccionismo “socialista” de Bernie Sanders tampoco tiene un átomo de progresismo. Recordemos que Sanders también propuso rechazar el Tratado de Libre Comercio con Canadá y México.

En definitiva, el más que justificado odio de los explotados y marginados a Washington, Wall Street y las corporaciones –y por lo tanto, a Hillary Clinton- no es argumento para considerar que el nacionalismo económico, sea en versión Trump, o versión Sanders, constituya una solución para los trabajadores de EEUU, o del resto del mundo (porque lo que sucede en EEUU repercute en todos lados).

En consecuencia, lo que acabamos de ver en los Estados Unidos con el triunfo de este controvertido señor, que será al menos presidente durante los siguientes cuatro años, nos muestra una oportunidad única para reflexionar acerca de las realidades que permiten que un demagogo, reaccionario, al parecer deshonesto, evasor de impuestos, misógino, homofóbico, antinmigrantes, manipulador de las creencias religiosas y de conductas un poco extrañas, por decir lo menos, pueda llegar al poder en un país cualquiera.

Lo más importante para analistas y estrategas, con miras a las próximas elecciones en nuestro país, es llegar a conocer efectivamente las realidades nacionales. Estas realidades son las que orientan el voto delos ciudadanos, a quienes no les importa realmente la figura política, sino el mensaje que refleje sus deseos, aspiraciones y necesidades.

(*) Alfonso J. Palacios Echeverría

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1 COMENTARIO

  1. Lo único que se agradece a Mr. Trump es habernos hecho el favor de evitar que la golpista (en Honduras) de hillary llegara a la presidencia. En lo que a ella, y a su compinche b. obama, corresponde, el baño de sangre que han espacido por el mundo, ha acabado. Trump en menos de 3 años se sacará solo de la presidencia por ocurrente y por su hocico descontrolado. O probablemente, algún lío de faldas, o lío pasional del estimable «señor pelo anaranjado» será lo que les dé a los yanquis el chance de ver a mike pence como presidente.

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