sábado 14, diciembre 2024
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Nuevos tiempos, nuevas señales

Los cambios que se dieron después de la caída del bloque socialista y la consolidación de los EEUU como potencia hegemónica global, dieron con una reconfiguración y ordenamiento del sistema económico mundial. La consolidación del fenómeno de la globalización, que hoy claramente podemos de forma objetiva tratar como una estrategia de poder anclada históricamente a hechos de expansión colonial y ocultos bajo el discurso del desarrollo de nuevas tecnologías, medios de comunicación y revoluciones industriales, propagó una forma de pensar, producir y vivir a todas partes del orbe por igual, universalizar la cultura y el sistema económico occidental era fin de dicha estrategia. Su forma de operar era muy sencilla, hacía creer que existían vacíos de poder dentro de esta nueva organización global y que quien regulaba este orden era la mano invisible, el libre mercado, junto con un Estado pequeño cumpliendo un rol meramente punitivo y de regulador social. Era la receta que se solía defender con derrocamiento de gobiernos así como con las famosas «intervenciones humanitarias”, aquellas formas tan paradójicas de hacer política internacional en la que se violan derechos humanos para salvaguardar derechos humanos.

Por lo tanto, ese modelo cuyas prácticas geopolíticas culminaron en teatros de guerras por doquier y en primaveras o revoluciones de colores, luego del famoso “fin de la historia”, donde según algunos la paz perpetua llegaría, se encargó de desvanecer con hechos y resultados aquella vieja visión dicotómica entre derecha e izquierda, obligando a todas las partes a reinventarse ante ese mundo bipolar que moría. Conforme el mundo entero corroboraba que el capitalismo era global, y que mutando, transformándose y evolucionando lograba mantenerse a flote, la certeza de que sus formas de producir eran realmente efectivas, no dejó duda alguna. Tanto, que no solo está atentando contra los sectores más desposeídos del planeta con la creación de máquinas que sustituyen la mano de obra no calificada y hasta calificada en algunos casos con tal de aumentar ganancias, sino que está deteriorando evidentemente al planeta y provocando una pésima distribución de la riqueza entre la población mundial. Estas realidades hicieron que las luchas, los partidos y las ideologías, así como la política en general empezara a ver una especie de derrumbamiento moral sin precedente, al ver que todo andamiaje idealista, diferente o alternativo caía por su propio peso ante las fuerzas de la realidad económica dominante.

Por un lado, porque al parecer todo mundo se puso de acuerdo en que dicho sistema da resultados económicos, en segundo lugar, porque el socialismo histórico en la praxis no rindió los frutos esperados y el Estado no fue capaz tampoco de acabar con aquellos problemas que se decía eran propios al tener un “sistema burgués”. Algo que ha ayudado enormemente al desarrollo del consumismo y este estilo de vida irracional que llevamos, ha sido precisamente el vacío antropológico en que tanto la derecha como la izquierda clásicas sumieron a la humanidad el siglo pasado y cuyos resultados los seguimos cultivando en nuestros días. Unos por negar toda realidad no física o material y apegarse al dogma del materialismo histórico de forma ciega como si de una secta se tratara, y otros, diciendo que la felicidad y el fin último de la vida estaba en el tener, comprar y consumir. De manera que ambas formas de nihilismo no podrían terminar en una fase de desarrollo de conciencia superior de la humanidad, debido a que hicieron al ser humano olvidarse de sí mismo, así como de aquellas preguntas radicales básicas y necesarias (quién soy, para qué y por qué vivo, qué deseo hacer, etc.) donde aquella idea de si “materialmente estamos bien” todo lo demás cae por añadidura, incluso la sabiduría, la paz interior o el amor mismo, nos hizo sujetos “acabados», en otras palabras, nos hizo creer que ya como humanidad habíamos alcanzado el fin último y que nada de aquello era necesario, porque según esa visión lineal, ya habíamos pasado por ahí y volver a lo mismo sería todo un retroceso. Grave error e irresponsabilidad ética; ¿quienes serían los verdaderos beneficiados de conducirnos hacia esto?

No es de sorprenderse entonces, que el capitalismo a pesar de todos los híbridos y variantes que dentro de él existe, se consolidara como único sistema formal que domina las relaciones económicas internacionales y que su cuestionamiento real no sea en este momento el tema de discusión entre las naciones. No obstante, este sistema se encuentra actualmente funcionando en dos grandes versiones a nivel macro, una de ellas es el capitalismo de Estado y la otra el capitalismo corporativo. El primero opera con una fuerte dirección del Estado, buscando garantizar una mayor justicia social, con la aplicación de pragmatismo en sus relaciones internacionales y respetando la soberanía de los pueblos (China-Rusia-tigres asiáticos, a pesar de que también existen contradicciones).

El capitalismo corporativo es la historia ya conocida de creación a granel de grandes desigualdades sociales e irrespeto a la soberanía de los pueblos, (Occidente encabezado por EEUU y la OTAN), bajo la doctrina de libre mercado y la democracia liberal radical o neoliberal. Esta realidad, que además de sepultar las viejas luchas ideológicas de siglo pasado, sumerge a los gobiernos en una filosofía meramente pragmatista y realista, nos invita a repensar cuales deben ser los principios o ejes no solo políticos sino éticos que debemos defender para poder de forma inteligente y adecuada a la señal de lo tiempos, contribuir a la construcción de un país menos desigual y con mayores oportunidades, siempre bajo una visión solidaria y más armoniosa con el medio ambiente.

Por ello es que las discusiones políticas deben ser de altura. Todo cambia, es ley universal, la doctrina económica que se convirtió en religión para muchos economistas, políticos e instituciones financieras y que sigue haciendo aguas en el mundo entero especialmente en occidente, producto de la «desregularización» que en el fondo no es más que dar poder absoluto y sin restricciones a grupos económicos sumamente opulentos bajo el paraguas de la democracia, que no solo acelera la destrucción del planeta sino que sumerge en la desigualdad más profunda a millones de seres humanos, tiene que cambiar, el comercio debe ser justo y la economía democratizada, para que los beneficios lleguen a todos los estratos de la sociedad y no solo se acumulen en pocas manos. La función de la democracia en la parte económica debe ser comprometerse a proteger la libertad siempre y cuando ésta trabaje bajo una filosofía cuya función es ante todo social, nunca egoísta o utilitaria, dejando de lado la parte más importante que tiene que ser la dignidad humana y el medio ambiente. De nuestra sabiduría como ciudadanía consciente depende el futuro, la estabilidad y el rumbo que tome esta nación.

(*) Mauricio Ramírez es Mágister en Estudios Latinoamericanos

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