De cal y de arena
¿Qué nos espera en esta campaña política, de proyecciones enrarecidas por la presencia de una hermética masa de electores (más del 50% del padrón nacional) que se distancia de un revuelto y variopinto menú donde hay de todo menos liderazgos?
Los indicios apuntan a que la relación de las fuerzas en juego evidencia que quien resulte electo presidente no tendrá un contundente respaldo electoral ni una mayoría parlamentaria holgada, de modo que le será indispensable para disponer de buenos artificios para gobernar, -de eso se trata- una especial habilidad para negociar y forjar los acuerdos que demanda la solución de la complicada realidad nacional.
¿Veremos un candidato presidencial con suficiente autoridad y solvencia como para reconocer que esa solución desborda los ámbitos del partido que lo postula?. Yo no espero un giro así tan estimulante de la política simplemente porque nuestro cotarro partidista no ha evolucionado aún hacia esos estadios.
Ante los problemas de desarrollo humano –por ejemplo- se requiere la concertación de un programa de amplia base y larga proyección en el tiempo, más allá de un cuatrienio. La pobreza y la desigualdad, inamovibles a pesar de los recursos asignados a una inversión social que se acusa desordenada y dispendiosa, marcan el deterioro de la equidad de que hemos hecho gala en el pasado.
Gozamos de un modelo de desarrollo económico dinámico y exitoso que ha acertado en los objetivos de promover exportaciones y atraer inversión extranjera directa pero cojea por el lado de la generación de participación equitativa en los resultados para los sectores marginados de ese modelo. Padecemos (ya no decimos que gozamos) de una economía dual que se manifiesta en un sector exportador exitoso amparado por estímulos fiscales especiales y en un sector tradicional desprovisto de similares alicientes y que luce rezagado. De ahí los contradictorios resultados en lo que respecta a la generación y calidad de empleo. ¿Cómo emprender los ajustes que demandan instituciones y políticas económicas si no es a partir de un acuerdo de amplia base del que debe hablarse en la campaña electoral?.
Igual con la situación fiscal que se desmejora peligrosamente, con la atrofia de los servicios públicos, con los magros desempeños de la educación pública, con las convulsiones del principal régimen de pensiones, con la fallida administración de justicia, con la creciente irrupción del crimen organizado, con el colapso de la infraestructura vial. Estos y muchos otros problemas sólo pueden acometerse desde posiciones propias de un líder que el país, en estos momentos, no tiene. Es preciso, entonces, que quien resulte electo con los anémicos resultados que se pueden pronosticar desde ya, busque un compromiso nacional en torno a las medidas correctivas idóneas para cambiar el rumbo que lleva la nave hacia procelosas aguas.
No hay que creer en los “Mandrake el Mago”.
Lo que se impone es sentido común y buen olfato político.
(*) Álvaro Madrigal es Abogado y Periodista.