Columna “Tertulia y ensayismo”
Los votos no son “papeles que nada dicen y menos significan”, como quiso afirmar don Diego Fernández de Cevallos en una de sus intervenciones como diputado federal, en el contexto de la discusión sobre la quema de las papeletas de la polémica (y en apariencia lejana) elección presidencial mexicana de 1988, que –me doy la venia de decir- dividió como pocas a los bandos del PRI, el PAN y el PRD, inclusive en sus respectivas interioridades.
Todo lo contrario, sufragar libremente no es solo el instrumento democrático por excelencia (junto a la división de poderes, los Derechos Humanos y los mecanismos de participación real) o el método de mayor eficacia para conocer la voluntad popular, sino que también en demasía de casos fue el encargado (o pudo haberlo sido) de salvar a naciones enteras de ser víctimas de una hecatombe.
Abstencionismo
Al hablar de abstencionismo usualmente nos centramos solo en los efectos inmediatos, es decir: enojo, indiferencia, decepción, indecisión y tal vez hasta un poco de pereza. Aunados al olvido sistémico hacia distintos grupos, los cuales ni aunque lo desearen, podrían ejercer el sufragio (principalmente por asuntos de índole territorial y registral).
Pero poco se habla del nivel macro y las consecuencias mediatas: 1.-fallos a largo plazo de los objetivos de educar para una correcta vida cívica, constatados en la Ley No 2160 2.- carencia del principio de participación del noveno artículo constitucional, 3.-que los menores de 35 años son el 40% de los electores, pero también quienes más se abstienen, 4.-que hay un 11% de abstencionismo duro 5.-o que desde hace años se rompió el 18% histórico de ausencia en las urnas, para mantener una constante de treinta puntos porcentuales.
Lejos de la estadística y la jurispericia, sumamente alarmante es lo que se dice en pocas palabras: cada vez son menos las personas quienes eligen quién nos va a gobernar; y con ello cada vez se nos hace más presente aquella frase tan célebre de Toynbee: “el peor castigo para quienes no les interesa la política, es ser gobernados por quienes sí les interesa”.
No puedo decirle que el porcentaje de ausentismo es o ha sido inversamente proporcional a la calidad de un Gobierno (sea en Costa Rica o en cualquier otra parte del mundo). Pues estaría mintiendo, además de cayendo en lo que la psicología denomina como sesgo de confirmación. Pero muchas veces la abstención es un gran indicador para saber qué tan buena fue la administración previa, cuán convencida se siente la ciudadanía respecto a sus opciones e incluso cuánta fe existe en el sistema por el cual hemos de regirnos.
Clases de políticos
Max Weber postuló la existencia de tres tipos de políticos: ocasionales (los que únicamente aparecen cada proceso electoral, también llamados ciudadanos “de a pie”), semi-profesionales (quienes ocupan puestos en un partido, pero no de elección popular a nivel extrapartidario) y profesionales (quienes ocupan cargos más que todo en los Poderes Legislativo y Ejecutivo y en gobiernos locales). De sobra está decir que como Rubén Hernández Valle desarrolló, hay muchas más formas de incidir en la política (verbigracia: cooperativas, sindicatos y cámaras) y ya que en nuestro país la reelección continua está limitada, es difícil hacer una comparación con la teoría del egregio filósofo alemán, sin embargo, esta nos es muy útil para cavilar sobre lo que aquí nos atañe.
En el caso costarricense, sendos políticos profesionales se ven inmersos en faltas a la Ley No 8422 (y con frecuencia opacan a las y los estadistas quienes sí se unieron a “la cosa pública” porque veían en ella lo que Aristóteles y Malala Yousafzai, y no lo que Obiang y Ceaușescu) y al enterarse de ello, cada vez más políticos ocasionales desisten de sus obligaciones cívicas.
Lo anterior solo evidencia que la fórmula del clientelismo nunca es la correcta, pues al buscar réditos personales, en lugar de éxitos nacionales, no se obtienen ni el uno ni el otro: al estancar las medidas oportunas, los votantes se van volando. Esto pasa por olvidar que la democracia nació para la persona, no para el elector, porque se vive cada día, no cada cuatrienio.
Valentía
Empero, como una vez dijo Montesquieu: “el mal que ocasiona la sevicia de un sátrapa, es ínfimo si se compara al ocasionado por la indolencia de un pueblo”. Desentendernos de los deberes patrios no hará que la situación mejore, pensar esto es equivalente a creer que es posible apagar un incendio con solo alejarnos de las llamas. Sin tener edad para votar en las elecciones venideras, puedo decirle con absoluta seguridad que aún quedan probos y probas y al darles la espalda nos perjudicamos más a nosotros mismos que a cualquier candidato.
El democrático es un ejercicio de retroalimentación y cuando el ambiente parece más abigarrado, a su vez es cuando la lectura y el análisis responsables se vuelven un mayor menester. Sin este compromiso, no existe más remedio que admitir que “la culpa es de uno”, como escribía Mario Benedetti en su poema. Cada proceso electoral es solo un reflejo de lo que antaño hemos cosechado y cruzar los brazos no es protesta, es cobardía.
(*) Marco Vinicio Monge Mora es Bachiller por el Colegio Salesiano Don Bosco
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Marco Vinicio Monge Mora
Respetable lector o lectora, muchísimas gracias por regalarme un poquito de su tiempo con este artículo, espero sea de su agrado. Saludos cordiales, Dios le bendiga. Atentamente, Marco Vinicio Monge Mora.