Esta no son ni serán unas simples elecciones. Lo que se vive hoy en Costa Rica es una lucha por la dirección ideológica y cultural del país donde el neoconservadurismo ha tomado la iniciativa y lleva la delantera. La recomposición de grupos y fuerzas es una tarea medular pues la orientación ideológica de una sociedad no es solo una cuestión simbólica, define la identidad política y social a partir de la cual se derivan programas y estrategias de acción. No para los próximos cuatro años que es lo que dura un gobierno, sino para las próximas décadas y esa tarea sobrepasa en este momento algunas diferencias ideológicas.
Igualmente esta batalla podrá tener repercusiones regionales, no solo sobre Centroamérica sino más allá, por haber sido hasta ahora la de este país, una de las democracias más estables de la región y el país con elevados niveles educativos y cívicos.
El conservadurismo y el neoconservadurismo han venido ganando posiciones pero su repunte más importante resultó de una primera ronda electoral que el 4 de febrero colocó en primer lugar al candidato de Renovación Nacional (RN), un predicador y cantante neoconservador evangélico, gracias al meteórico ascenso de sus apoyos a caballo de sus planteamientos ultrareligiosos y, prácticamente sin programa de gobierno, sobre temas de familia, valores cristianos y una concepción de los derechos humanos y de la vida apegados a sus dogmas.
De otra parte, pese a los pronósticos como en el caso anterior, el candidato oficialista de Acción Ciudadana (PAC), alcanzó el segundo lugar con un programa de gobierno con una visión diferente a la del candidato evangélico. Las candidaturas de partidos tradicionales y otras posiciones radicales de izquierda y derecha, los emergentes, incluidos los partidos de franquicia, no rindieron los resultados que les atribuían las encuestas. El conservadurismo se filtró por las grietas abiertas en la sociedad por el neopentecontalismo.
Como resultado, la lucha en torno a la segunda ronda electoral se centra en una batalla que opone una concepción de sociedad subordinada a una visión conservadoramente religiosa de la vida social, frente a otra, laica y apegada a otra visión de derechos humanos y libertades políticas, civiles y culturales.
En esa batalla se produce un reagrupamiento de actores sociales y políticos alrededor de cada uno de los dos bandos y, con ello, se han evidenciado una serie de contradicciones secundarias y coyunturales pero, aunque aún no muy claras, también otras de largo plazo y estructurales, al interior de fuerzas sociales, partidos y grupos sociales.
El vacío programático de RN, el resentimiento con el oficialismo y, más aún, el acumulado por años por una parte del liberacionismo con el PAC -por sus ataques y críticas justas o injustas- propició una migración de sus cuadros políticos, tecnócratas y otras figuras en apoyo a la candidatura de RN. En torno a este bando se ha armado un singular bloque entre ideólogos del neoliberalismo y proselitistas evangélicos. Esta es una suerte de neoliberalismo neopentecostal, bajo el acuerdo de que los evangélicos acogen el programa económico de los neoliberales a cambio de que éstos no se entrometan en su agenda político-religiosa. Difícilmente podrá esperarse neutralidad religiosa pues seria apostar por algo contrario al sentido de la participación confesa de los neopentecostales en política.
En el otro bando se instaló un bloque electoral que es una cierta actualización de la alianza entre el PAC y el Partido Unidad Social Cristiana (PUSC) de hace cuatro años para las elecciones del directorio legislativo. Antes algunos antiguos militantes socialcristianos se habían sumado al PAC y ocuparon puestos importantes, como las dos vicepresidencias del actual gobierno. Aunque menos conservador, el acuerdo entre acción-ciudadanos y socialcristianos también incluye temas cercanos a la agenda neoliberal, pero está sustentado en una concepción del papel del estado y del ejercicio de la política que difiere en mucho del contenido religioso del otro bloque. Esta alianza ha sido agriamente atacada por el izquierdista Frente Amplio, dirigentes sindicales y otros críticos; aunque esperar otra cosa, bajo una correlación de fuerzas dominada por el conservadurismo, podría resultar candoroso en momentos en que las fuerzas progresistas están más débiles que nunca.
Aunque ambos acuerdos se fundan sobre la precariedad política del momento y la debilidad de las diversas fuerzas, el aparente ganador de tales acomodos pareciera ser el grupo evangélico que pasó de no tener ningún peso electoral a ganar el primer lugar en los comicios y de no tener cuadros ni programa de gobierno a montarse sobre andamios prestados. Así que sus consecuencias podrían ser de mediano o largo plazo y representan un importante desafío político y cultural no solo para las fuerzas progresistas sino para el resto de fuerzas sociales si con ellas se pudiera llegar a poner en riesgo el régimen de libertades, el respeto a derechos fundamentales y otros avances necesarios en el campo de los derechos humanos.
De momento, los perdedores han sido Liberación Nacional que, a diferencia del PUSC, parece diluirse en la incertidumbre y en las contradicciones entre algunos de sus dirigentes y cuadros sobre como definirse en la actual coyuntura, y la izquierda, concretamente el Frente Amplio, que aunque menos envuelto aparentemente en contradicciones internas no logra tampoco colocarse en el juego de fuerzas políticas del momento, ni en el escenario a futuro.
En esa coyuntura marcada por el neoconservadurismo, las de este primero de abril no serán como otras veces unas elecciones donde, no importa el resultado, ha predominado la estabilidad y la continuidad, también porque no importa el resultado la sociedad costarricense ha comenzado dividirse entre esas dos concepciones poco reconciliables entre si. Por eso no es fácil mirar las cosas sin tomar partido y, menos aún, tomando partido dando la espalda a la defensa de las libertades, de los derechos humanos y del respeto a la convivencia entre todos los miembros de la sociedad. Pensar con perspectiva de largo plazo y con la claridad necesaria sobre la lucha que se avecina, es quizás el desafío más importante de quienes compartimos esta última visión, sin importar de momento las distinciones de otro tipo.
(*) Abelardo Morales Gamboa es sociólogo y analista internacional. Trabaja en la Universidad Nacional.