“En el arte, como en los sueños, se pueden cometer los peores delitos sin castigo”. Francisco Amighetti.
“El arte es una forma de salvarse y de salvar al mundo… aunque sea pasajeramente.” Rafael Ángel Herra.
“El arte es una gran mentira por medio de la cual expresamos nuestra verdad”. Pablo Picasso.
Disfruté hasta el fondo la deliciosa conversación del artista plástico Francisco Amighetti Ruiz (1907-1998) con el escritor Rafael Ángel Herra Rodríguez (1943 ), publicada en la obra: El desorden del espíritu. Conversaciones con Amighetti (Editorial Universidad de Costa Rica, San José, 1987). En la presentación leemos lo siguiente: “Los diálogos –consagrados a festejar sus ochenta años el primer día de junio de mil novecientos ochenta y siete– retoman una y otra vez los tópicos apasionantes del grabador: su nostalgia, la violencia que el arte reconstruye. Amighetti, cuya obra de creación progresa con el siglo, se apega tenazmente a las imágenes voluptuosas de una Costa Rica ya casi irreal en nuestro tiempo.”
El título del libro se inspira en aquel verso de Jean Arthur Rimbaud, que dice: Je finis par trouver sacré le désordre de mon esprit (…) j’enviais la félicité des bêtes”. [«Yo terminé por encontrar sagrado el desorden de mi espíritu (…) yo envidié la felicidad de las bestias…»]. Pues bien, como el recorrido por la vida y obra artística de don Paco Amighetti me provocó un maravilloso desorden, intentaré plasmar algunas de las ideas que más impresionaron mi espíritu.
Para Francisco Amighetti «el arte, sin dejar de serlo, puede ser un catártico que nos libere por medio de la expresión», a la vez, para su interlocutor: «el arte es un artificio» que nos permite «sustituir realidades invivibles», idea que Amighetti desarrolla indicando que lo invivible –representado en el arte–, puede ser tanto «lo que hace la vida imposible» como aquello «que uno sueña, piensa, imagina». Tomemos por caso: la violencia, tema recurrente en las obras del artista; ahí veremos que, gracias al artificio del arte, los impulsos destructivos se pueden encauzar y expresar de maneras más creativas y catárticas. De igual manera sucede con nuestros deseos, fantasías y ‘locuras’, en otras palabras, con todo aquello que imaginamos y deseamos con ardor… aunque parezca imposible, y que podemos expresar gracias a las distintas manifestaciones artísticas creadas por la Humanidad.
Esta posibilidad que nos ofrece el arte –de “sustituir realidades invivibles”–, fue conectada por mi desordenado espíritu con las ideas expuestas por el filósofo del derecho Eligio Resta en su libro Il diritto fraterno ( Laterza, Roma-Bari, 2005), una de las tantas obras en que ese autor ha trabajado el tema de la violencia y sus manifestaciones. El jurista aborda el asunto de la violencia proponiendo caminos que nos ayudarán a metabolizarla y encauzarla hacia el cultivo de “las posibilidades excluidas, pero no eliminadas” del ‘pacifismo estético’. Un pacifismo ‘débil’ –preparado para la desilusión–, y que surge de las “modificaciones psíquicas que acompañan a la evolución cultural o civilización”, sobre la base de sensaciones estéticas capaces de provocarnos la indignación ante la violencia. ¿Por qué? porque la violencia “tiene implícita una degradación estética” que las personas pacifistas simplemente no soportan más. Así, la idea de metabolizar y encauzar la violencia (y el arte me parece un excelente “artificio” para ese fin), puede llevarnos a un impulso de vida menos cómplice con la pulsión de muerte, de la que tanto escribió Sigmund Freud, gran expositor del pacifismo estético en aquella hermosa carta que escribió a Albert Einstein, ambas recopiladas en el bello libro: ¿Por qué la guerra? (Minúscula, Barcelona, 2001).
¿Qué podemos decir, entonces, de las personas que, día a día, convierten en obras de arte esas “realidades invivibles” de las que hablan Herra y Amighetti? Puede que transformar en arte la violencia y las realidades invivibles sea un pequeño paso para las y los artistas que así lo decidan; pero, en conjunto, es un gran paso para la evolución de la Humanidad, en la medida en que nos acercan al “pacifismo estético” del que nos hablan Freud y Resta.
Volviendo a la conversación que se desarrolla en El desorden del espíritu, otra de las razones y pasiones que me provocó un gran deleite fueron las inteligentes e interesantes reflexiones en torno a la Historia del Arte. Al respecto, rescato este pensamiento expuesto por Amighetti: «La cultura y la sensibilidad no pueden improvisarse, es necesario cultivarlas. Para tener acceso a la obra de arte hay que subir a ella. Sin embargo, las gentes son más inteligentes y sensibles de lo que generalmente creemos y saben escoger lo que vale, aunque no puedan explicarlo….Hay quienes presentan el arte como un lenguaje desconocido, al alcance de unos pocos. Sin embargo, en esos casos cabe recordar el cuento aquel en que únicamente los hijos de padres honrados podrían ver la camisa del rey bordada con hilos de oro, mientras el rey andaba con el torso desnudo, y el oro se lo robaban los ladrones. Sólo la voz pura del niño hizo saber la verdad».

Lo anterior me lleva a la conversación en torno a ese magnífico grabado que Amighetti tituló: La gran ventana; y que Herra interpreta indicando que, en esa obra plástica, el ángel representa al extremo: “la salvación por la fe”, mientras que el jugador simboliza: “la salvación por el azar”; y, agrega: “En ambos casos la salvación se funda en algo extraño a la voluntad humana, ya sea en el azar o en la intervención divina. Para concluir preguntándole al artista: ¿Cuando el hombre se salva a sí mismo, ¿hay algún personaje que lo represente?”. A lo que Amighetti responde: «Tal vez el hombre se salva por el niño». Y me encantó la reflexión que desarrollan ambos interlocutores cuando se refieren al observador-artista-niño; que resumo con estas palabras de Herra:
“Pero el niño también es como el punto de vista del observador: me representa a mi (observador externo) en el interior del cuadro (observador interno), algo así como Velázquez, quien en cierto modo pinta Las meninas desde adentro, o como el narrador y los personajes de la segunda parte del Quijote, que hablan de la primera parte como el libro objetivo que ya existe…En el grabado hay un niño, el niño es el autor, el espectador, pero también el niño soy yo que observo y recreo las situaciones.” Esas apreciaciones trajeron a mi memoria las tres transformaciones del espíritu referidas en el bello poema: Así habló Zaratustra (Aguilar, Buenos Aires, 1958), donde leemos que la niñez es “inocencia y olvido, un empezar de nuevo, un juego, una rueda que gira, un primer movimiento, una santa afirmación” (Nietzsche dixit).
Otro tema que rescato, no por bello, sino por indignante, es lo sucedido al escritor y artista plástico Max Jiménez (1900 – 1947), en uno de sus viajes a París – donde había expuesto sus obras un cuarto de siglo antes– siendo que, con veinticinco años de distancia entre una y otra de sus exposiciones de arte, encontró – la segunda vez–, un cambio significativo en los valores vigentes en el arte y en sus críticos. Pero, mejor que esa historia nos la refiera Francisco Amighetti con sus propias palabras: “la crítica se había comercializado: ‘nadie movía la pluma si no le pagaban’. En su memoria [la de Jiménez] esa sordidez contrastaba con la generosidad de los viejos poetas que emitían espontáneamente sus opiniones”. Desgraciadamente, en nuestros días se observa, cada vez con más frecuencia, esa mentalidad avara y mercantilizada, con la consecuente pérdida de espontaneidad y de generosidad expresiva que ello implica.
Ítalo Calvino, en su libro: Seis propuestas para un nuevo milenio, (Siruela, Madrid, 2001), desarrolla como primer tema ‘la levedad’ y apuesta por ese valor – en contraposición al peso o densidad–, por estimar que la levedad se ajusta mejor a la época «virtual» que caracteriza nuestro tiempo. Para Calvino, la fuerza del mito de Perseo «está siempre en un rechazo de la visión directa, pero no en un rechazo de la realidad del mundo de los monstruos en que le ha tocado vivir, una realidad que lleva consigo, que asume como carga personal». Mis sensación estética es que la vida y obra artística de Francisco Amighetti tienen la fuerza del mito, acompañadas de la levedad a que se refirió Ítalo Calvino.
Por esas razones y otras tantas pasiones –que superan por mucho lo narrado en este collage de citas–, recomiendo la lectura del libro: El Desorden del Espíritu, obra que me impulsa a concluir con la poesía de Safo: «…yo te buscaba y llegaste, y has refrescado mi alma que ardía de ausencia».
(*) Nuria Rodríguez Gonzalo es Abogada