De cal y de arena
La Terminal de Contenedores de Moín (TCM) es, sin duda, la obra pública de ingeniería de mayores dimensiones e impactos sociales y económicos de estos tiempos, posiblemente comparable –guardando las grandes distancias y marcadas diferencias del contexto en que se dio- con la construcción de la red ferroviaria que unió nuestras costas hace algo más de 100 años.
Una inversión prevista de US$1.000 millones tiene como “detalle” inédito la construcción de una isla artificial de 80 Ha. asentada en las aguas de la bahía de Moín. Allí operarán las más modernas y más grandes instalaciones portuarias del istmo centroamericano, a construirse conforme a una programación escalonada en tres etapas determinadas por el crecimiento del movimiento de buques y carga, y dotadas de equipos mecánicos de última generación dentro de una ambiciosa concepción de obra pública diseñada para asegurar lo que el director general de TCM, Kenneth Waugh, anticipa como un cambio en los paradigmas logísticos del manejo de cargas marítimas y “un salto enorme hacia la mejora de la competitividad nacional”.
En la TCM operarán grandes barcos que movilizarán carga en un sentido y en otro con conexión y travesía directa con los mercados. La operación de pequeños barcos de limitada capacidad obligados a trasbordar la carga hacia los destinos finales, será parte de la historia.
Su impacto multiplica significativamente las realidades sociales y económicas de la ciudad de Limón y de su entorno, por lo pronto y en esta fase de arranque con 500 empleos (75% son limonenses). Un estudio de una firma danesa calcula que la TCM ocuparía más de 2.100 personas en 2019 y por encima de 2.400 en 2026, con un impacto reductor del 1,1% en la tasa de desempleo nacional. Más elocuente es la generación de 147.000 empleos indirectos en todo el país y un acrecimiento de la producción nacional de US$2.900 millones en la década subsiguiente a la entrada en operaciones en 2019. Un hecho relevante deriva de la cláusula contractual que ampara las operaciones de ATM según la cual ésta girará un 7,5% (inicialmente se consignan US$ 20 millones) de sus ingresos brutos por año a un fideicomiso que JAPDEVA orientará a la gestión de una diversidad de proyectos de desarrollo de la región. Todo lo cual forma una amalgama de posibilidades a materializarse si los entes y los funcionarios cumplen con las responsabilidades encomendadas para llevar adelante los emprendimientos que complementen las operaciones portuarias y que inyecten dinamismo a la economía (infraestructura, empleos, educación, nuevas oportunidades).
“La TCM contribuirá al desarrollo de Limón –bien lo dijo Waugh- solo si hay una labor integral de todas las instituciones y actores en la ruta de aprovechar las oportunidades” agregando acertadamente que “nada de esto es posible sin un cambio de actitud de quienes estamos involucrados. Los análisis son claros, los proyectos a desarrollar junto a la Terminal están claros y los fondos que coadyuven a hacer crecer a Limón, están ahí. Solamente falta empezar a unificar esfuerzos con un plan claro y calendarizado para que el tiempo no haga que el desarrollo pase a la distancia”.
Hay hechos, sin embargo, preocupantes: el colapso de la carretera San José-Limón (ruta 32) que, aunque ya echó a andar –así sea tardíamente y a paso de tortuga-, va a contrastar con los positivos aportes de la TCM para la carga de importación y de exportación. Parece mentira pero la ampliación y reconstrucción de esta carretera está apenas en pañales; nos sofocará, entonces, ver que esta ruta -por unos años más- será cuello de botella suficiente para dejar en berlina el impacto de la modernización portuaria.
El otro es el de aquellos no tan lejanos días en que naufragó el “Proyecto Limón Ciudad-Puerto”. $80 millones provenientes del Banco Mundial dirigidos a revitalizar la ciudad y la provincia de Limón y que literalmente se los tragó el mar tras 60 meses de estéril, frustrante e irresponsable gestión de los funcionarios de 14 instituciones comprometidas con dar cumplida satisfacción al grito sonoro de una población por largos años olvidada de gobiernos y políticos. Y como suele suceder en Costa Rica, nadie rindió cuentas.
Aunque parezca increíble, este país sigue atorado en las mismas conductas y reconocidos obstáculos que complican –y por poco impiden- el salto hacia la modernidad. Así, y por fortuna, la TCM se erige no sólo como un desafío para sus administradores; también para la cúpula dirigente de la Nación.
Está en el Presidente Alvarado Quesada y el Ministro Méndez Mata dar pruebas fehacientes de que acabaron los tiempos de la gestión pública irresponsable.
(*) Álvaro Madrigal es Abogado y Periodista
1 Comment
Alberto Losa
¡¡ Si maestro, totalmente de acuerdo con usted,…¿ pero desarrollo para quién,…?
Pero, como diría mi abuela . ¡¡ muchacho necio,…desarrollo es desarrollo !!
Mis preguntas, mis dudas son las de siempre . ¿ Bajará la pobreza en Limón,…el desempleo, ayudará a mejorar el nivel de vida de la gente de Limón.? ¿ O será como hasta ahora que la gente de Limón, el «desarrollo» solo lo ve desfilar por sus carreteras, que entra y sale del puerto ?