viernes 19, abril 2024
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Derechos humanos: tan fuertes o vulnerables como firme o débil sea nuestra defensa

El pasado 10 de diciembre celebramos el 70º aniversario de la firma de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, una fecha que debió conmemorarse con análisis y reflexiones sistemáticas y profundas sobre lo que estaba en juego en el momento de su proclamación en 1948, y hoy es igualmente actual: la paz mundial y la dignidad humana, el respeto al estado de derecho y la garantía de convivir en un medio de reconocimiento de la riqueza y el beneficio de la diversidad de personas, pueblos y naciones.

El Consejo Nacional de Rectores (CONARE) y la Universidad de Costa Rica (UCR) organizaron sendas conferencias con el escritor, ensayista y Premio Cervantes, Sergio Ramírez Mercado, y la destacada jueza de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, Elizabeth Odio Benito, respectivamente. En ambas actividades, pudo percibirse una atmósfera de consolidada esperanza e introspectiva revisión de lo logrado y malogrado, y lo que podemos barruntar en el futuro como amenazas y oportunidades.

El propio 10 de diciembre, los poderes del estado, organizaciones internacionales y nacionales, y las universidades públicas convocaron a un evento emotivo y conmovedor, en el que estudiantes de secundaria de centros educativos de diferentes regiones de nuestro país manifestaron su visión de los derechos humanos. El matonismo en la educación, la postergación de poblaciones vulnerables, la incertidumbre de encontrar empleo decente, la discriminación de género, y muchos temas más encontraron una elocuente expresión en las presentaciones de los y las jóvenes estudiantes.

“Nuestras esperanzas de un mundo más justo, seguro y pacífico solo se pueden lograr cuando existe un respeto universal por la dignidad inherente y la igualdad de derechos de todos los miembros de la familia humana.” Así lo ha dicho la Directora Ejecutiva de ONU Mujeres, la Dra. Phumzile Mlambo-Ngcuka, cuyas palabras resumen la esencia de la conmemoración que nos convocaba esa tarde.

Mlambo-Ngcuka nos recuerda que los derechos humanos son tan fuertes o tan frágiles como nosotros mismos lo definamos; en efecto, la Declaración Universal de los Derechos Humanos contiene una serie de principios que, en un determinado momento histórico, diversos actores acordaron que respetarían. Sin embargo, el verdadero legado que nos queda décadas después de este acontecimiento, es el compromiso de respeto continuo, universal, incondicional, igual y permanente, por los derechos humanos. Un compromiso que, más que nunca, debemos asumir y honrar.

La Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) adoptó la Declaración Universal de Derechos Humanos en un contexto de posguerra, y proclamó así los derechos inalienables inherentes a todos los seres humanos, sin importar su raza, color, religión, sexo, idioma, opiniones políticas o de otra índole, origen nacional o social, propiedades, lugar de nacimiento ni ninguna otra condición.

Este documento histórico expuso valores universales y un ideal común para pueblos y naciones. Además estableció, por primera vez, que todas las personas tienen la misma dignidad y el mismo valor.

Cuando, en el seno del Consejo Nacional de Rectores, establecimos que el 2018 sería el año de las Universidades Públicas por la Autonomía, la Regionalización y los Derechos Humanos, quisimos resaltar el compromiso y la misión histórica de las universidades con el desarrollo nacional y regional. Tres hechos históricos marcaron el trabajo realizado en esta línea: la conmemoración del centenario de la reforma universitaria de Córdoba, movimiento social y educativo que dio origen a la autonomía universitaria de la mayoría de las universidades latinoamericanas; los 50 años del establecimiento de la primera sede regional universitaria pública, la Sede de Occidente de la Universidad de Costa Rica (en San Ramón), que inició una acción integrada regional, especialmente en las zonas y provincias más vulnerables social, económica y culturalmente, y el 70° aniversario de la promulgación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que evidenció la importancia de la vigilancia permanente y la vigencia plena de los derechos humanos, si queremos ser sociedades democráticas e inclusivas.

Los derechos humanos son esa herramienta que nos ha moldeado como naciones incluidas en un sistema internacional que lucha por el equilibrio entre sus pueblos, tan diversos como complejos. Se trata de principios que rigen más allá de cualquier credo o forma de gobierno; es por ellos que muchas sociedades empezaron a reconocerse diversas e igualmente valiosas al implementar una serie de modificaciones desde sus legislaciones hasta sus códigos de conducta cívica.

Estos cambios no fueron inmediatos, y por ello hay que entender que este momento histórico fue un “rompeaguas” para exigir sociedades más equitativas y justas. Solo por mencionar algunos: los esfuerzos por eliminar la esclavitud, y como consecuencia de ello, que su prohibición y sus prácticas relacionadas formen parte del derecho internacional consuetudinario; la lucha por eliminar al segregación racial y discriminación, y por ende la equitativa defensa de derechos humanos en cualquier población, e inclusive los avances en la posibilidad de que todas las personas accedan a información y educación, lo cual ha incidido en su desarrollo.

“Cada acción cuenta”. Esa es la consigna con la que la Organización de las Naciones Unidas nos pidió reconocer este coraje individual y colectivo en hacer de estos principios universales, una realidad. Aunque a veces nos sintamos desanimados por el círculo vicioso en que muchos procesos sociales están insertos, no hay que olvidar el poder de uno mismo en hacer que estos procesos sean, poco a poco, diferentes. Hablo de aquella conciencia que se genera al evidenciar que una conducta es inapropiada; de servir con decencia a cualquier persona; de respetar las opiniones contrarias y debatirlas sin reducir al silencio a los demás. Esto pasa por evitar la violencia verbal hacia cualquier persona, sin importar su género o su nacionalidad; por brindar las mismas condiciones a todos, sin importar su nivel socioeconómico; por contribuir al debate de las ideas en la construcción de una sociedad más justa.

Esta conciencia empieza por nosotros mismos, nuestras personas más cercanas, hasta aquellas con las que interactuamos sin más lazos que la coincidencia. Dar el ejemplo inicia desde nuestra casa, y estoy seguro de que en cada hogar y escuela es posible criar niñas y niños sensibles, altruistas, respetuosos de los demás, pues a la postre serán los adultos serviciales, honrados, sin pretensiones de privilegios por género o poder adquisitivo, y que liderarán la nación de una manera honrada y transparente. En definitiva, nuestros niños y niñas deben ser el motor que nos anime a hablar más de nuestros derechos y deberes, a adoptar una sana educación para prevenir la violencia de cualquier tipo, a respetar a los demás y a dialogar, inclusive cuando la comunicación es mediada por la tecnología. Es por ello que los derechos humanos deben ser parte integral de todo esfuerzo educativo y formativo, ya sea en marcos institucionales o informales.

Los derechos humanos deben pasar de lo simbólico y discursivo a lo pragmático, real y tangible. En este contexto, existiendo una coincidencia temporal casi perfecta entre la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la abolición del ejército en nuestro país, merece la pena reflexionar si en verdad prodigamos la paz con la que nos mostramos al mundo, y con la que anhelamos vivir.

(*) Dr. Henning Jensen Pennington, Rector Universidad de Costa Rica (UCR)

 

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