miércoles 11, diciembre 2024
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La poesía, un viaje al interior del ser humano

La poesía en el camino interior, cumple lo mismo que un ritual exorcista: sacar y desechar lo que atormenta. De alguna manera la catarsis que ejerce el poema en el poeta es compartir: se entrega una poesía para que se conozca, mediante sortilegios metafóricos, lo que conmueve el alma del poeta. Si la poesía fuese enseñanza obligatoria en la escuela, muchos no tendrían necesidad de un psicólogo ni de un psiquiatra. Freud no entendió a Jung, porque este se involucraba más con la conciencia universal y la poesía es conciencia pura: no mera coincidencia. Yo tuve inspiraciones poéticas desde muy joven, después padecí un largo desierto poético a causa de una prosa muy realista: dejé de soñar y me alejé de ella, desde luego hubo ausencia de musas. A mí otoño regresó mi amada, trayendo en su aljibe flechas olvidadas. Bendición es para el alma, poder decir de manera directa o indirecta, las tempestades del espíritu o la calma silenciosa interior. No amamos más porque no hacemos ni leemos poesía, en sentido estricto la poesía es amor en la amante convertida. Podemos ser prácticos en nuestra vida diaria, pero eso sí conservando un espacio de sutil inspiración para traducir al idioma de los dioses nuestros sueños. Nadie me ha enseñado más sobre las cabriolas de la poesía que Octavio Paz: no existe ningún sistema de métrica que ese gigante de las letras no tocase, en Paz hasta la prosa es poesía. Aprender a hacer poesía es parte de este camino de la cuna al sepulcro, muchos no necesitan aprenderla pero de toda forma su aprendizaje es un camino sin descanso: plácido y sereno, tormentoso y doloroso, donde se esconden nuestros fantasmas y desaparecen nuestras frustraciones. Decía Ernesto Cardenal, que el peor castigo para una amada que nos ignore es que lea un día el poema que le hicimos y no logre saber que era para ella. Así de real es la poesía en nuestras vidas: serena o tormentosa se llevará con más facilidad la vida con una buena dosis de poesía.

Los místicos del medioevo: Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, canalizaron sus amores hacia Dios en poemas de espíritu y materia, incomprendidos por muchos. Juana de Asbaje, esa monja mexicana que siguiendo sus plenos deseos en medio de un mundo Paulino que apartaba a las mujeres, opta por abandonar las pasiones de la carne y meterse al claustro, donde podrá hacer bellas poesías sin que se le castigue: posiblemente Sor Juana Inés fue una mujer muy enamorada del amor, que para conseguir expresar sus deseos, tuvo que abandonar el mundo en apariencia.

La poesía es un lenguaje universal que no necesita intérpretes, es el canal perfecto para expresar los oscuros recovecos de la mente y el corazón. Amar no le hace mal a nadie, decía un amigo poeta, y los males del mundo son por falta de amor y no por amor en sí.

Amado Nervo, transformado tras la lectura del Kempes, escribe un poema corto donde en pocas palabras le dice al gran místico cristiano, que después de leerlo le robó la calma de su vida disoluta y que desapareció el placer por lo mundano tras su lectura de Imitación de Cristo. Si la religión modifica muchas veces nuestra Weltanschauung, lo hace más con los que llevamos un alma atormentada de poeta, y que buscamos en la poesía el exorcismo de tantas equivocaciones y de nuestras vidas pletóricas de amor y de pasión.

“Ay Salvadora Salvadorita, no mates nunca tu ruiseñor”, le dijo Rubén Dario a Salvadorita Debayle siendo apenas una niña, en la Catedral de León (Sergio Ramírez, dixit) esposa del primer Somoza, en efecto ella mató su ruiseñor con ruines negocios a la sombra del poder de su marido: por cierto la historia se está repitiendo en Nicaragua, esa tierra de lagos, volcanes y poetas.

Pablo Neruda, ese gigante chileno, se salvó de ser presidente de Chile, Gracias a la poesía y tomó su lugar Salvador Allende, Neruda siguió escribiendo en la isla Negra poemas, Allende murió allende los muros de la Moneda durante el golpe de Pinochet.

Goethe, el genio del renacimiento alemán, nos dejó poesía que va más allá de la simple rima.
Charles Baudelaire no pudo ver su libro “Las flores del mal” completo por la censura francesa.

La poesía es un grito del alma, espontáneo y sin cálculo, sale sin que se le llame y transforma a quien la lee más que al poeta: “la poesía es del que la necesite”, frase atribuida falsamente a Neruda pero no menos verdadera, un poema es de quien lo lee no de quien lo escribe.

Como cantara Ernesto Cardenal a las noches plácidas de Solentiname, bajo un manto de estrellas, a sus gentes empobrecidas por los gamonales de siempre.

Hay que leer poesía, hay que escribir poesía, hay que hacer del día a día un poema, hay que dejarse llevar por esa cadencia singular de las palabras, que hilan las ideas y crean la vida nuestra.

(*) Dr. Rogelio Arce Barrantes es Médico

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