viernes 19, abril 2024
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La pérdida de la memoria europea

El auge de la extrema derecha europea no puede explicarse simplemente por factores económicos y sociales. El liderazgo de Europa ha pasado a una generación sin memoria alguna de la Segunda Guerra y del fascismo. A medida que las generaciones que experimentaron la guerra han comenzado a desaparecer, también lo han hecho las exigencias normativas más amplias de la memoria. ​Peter Verovšek

La mayor desaceleración económica desde la Gran Depresión (1929-1939) ha producido una crisis de legitimidad democrática no muy diferente a la que impulsó el surgimiento del fascismo en los años de entreguerras. Durante la era de la posguerra (1945-1989), los recuerdos de la guerra total, así como el éxito económico de la democracia liberal, aseguraron que los movimientos neofascistas siguieran siendo políticamente marginales. Sin embargo, la Gran Recesión (2007-13) ha revitalizado a la extrema derecha y la ha ubicado como una alternativa política viable. Reflexionando sobre el momento presente, China Miéville señala: «En la memoria viva no ha habido un mejor momento para ser fascista. Vivimos en una utopía: simplemente no es la nuestra».

Los movimientos neofascistas contemporáneos de Europa occidental se han basado en la retórica de sus predecesores al hablar de «recuperar el control», garantizar que «nuestra raza blanca siga existiendo» y combatir «una invasión de extranjeros». Estas resonancias políticas, combinadas con similitudes en las condiciones estructurales de la década de 1930, una crisis financiera seguida por un colapso económico que lleva a la pobreza, un alto desempleo y una migración masiva, nos han advertido de la posibilidad de un «retorno del fascismo» y nos han alertado sobre la posibilidad de que estemos viviendo una «nueva era de Weimar».

En un artículo anterior, me centré en el papel de la migración y el olvido en el surgimiento de la «democracia iliberal» en Europa central y oriental. Dinámicas similares de olvido también están presentes en la franja occidental del continente. En contraste con las explicaciones del populismo autoritario de derecha que se centran en los factores económicos o culturales, sostengo que el cambio generacional y la pérdida de memoria sobre la «guerra total» en Europa occidental, desempeñan un papel crucial en la crisis contemporánea. No es una coincidencia que el renacimiento populista haya ocurrido siete décadas después del final de la Segunda Guerra Mundial.

Memoria e integración

Tras las dos guerras mundiales y el Holocausto, «nunca más» fue más que un simple lema: era un imperativo para el cambio político. Las referencias a los recuerdos colectivos de estos eventos desempeñaron un papel crucial al través de la integración europea. Las lecciones de la guerra total también inspiraron la , así como la creación del y, por lo tanto, del Tribunal Europeo de Derechos Humanos y las otras instituciones que anclaron la protección de los derechos fundamentales en el derecho europeo e internacional de posguerra.

Los individuos que iniciaron estas organizaciones provenían de la generación que había vivido la guerra total de Europa (1914-45) en su adultez. Esta generación fue seguida por quienes alcanzaron la mayoría de edad durante la guerra y, por lo tanto, no se responsabilizaron por ella. Cuestionaron las acciones de sus padres y las tradiciones intelectuales de sus países de origen para aceptar el legado de 1945. Los líderes de esta generación profundizaron la integración hasta el desarrollo final del mercado común, la apertura de las fronteras intraeuropeas con el Acuerdo de Schengen, la creación del euro y el empoderamiento del Parlamento Europeo.

Con el segundo milenio, el liderazgo de Europa ha pasado a una generación sin memoria de la Segunda Guerra Mundial . A medida que las generaciones que experimentaron la guerra han comenzado a desaparecer, también lo han hecho las exigencias normativas más amplias de la memoria. En lugar de impulsar una mayor integración, dentro de esta primera generación de individuos que no tienen la experiencia personal de la guerra total, se verifica una concentración de apoyo para los populistas neofascistas y autoritarios. La nostalgia que apuntala el surgimiento de este movimiento está arraigada en los propios recuerdos de esta generación de una vida mejor y supuestamente más fácil dentro de Estados nación supuestamente independientes durante el apogeo de Wirtschaftswunder («milagro económico») de la Europa occidental de los «treinta años gloriosos» (1946 a 1975).

Sin embargo, esta percepción de la «nación» económicamente independiente y políticamente soberana requiere que los estados nacionales se «imaginen en períodos en los que, de hecho, no existían». Mientras que los baby boomers de la posguerra recuerdan al Estado nacional como el lugar de la prosperidad económica, esta imagen es, en el mejor de los casos, parcial. La integración económica, política y social del continente ya estaba en marcha durante este período, aun cuando esto no siempre fue inmediatamente evidente en las experiencias cotidianas de los individuos.

De hecho, lejos de pasar del imperio a la nación y de ésta a la integración en el transcurso de la posguerra -como creen muchos euroescépticos-, Europa occidental experimentó una transición directamente del colonialismo a la integración económica después de 1945. La falsa narrativa del boom económico de la posguerra como el momento de apogeo del Estado soberano -a la que Timothy Snyder se refiere como «la fábula de la nación sabia»-, combinada con la pérdida de recuerdos personales de guerra y sufrimiento, plantea un profundo desafío a los valores e instituciones que antes protegían contra la renovación de fascismo.

Defendiendo la democracia más allá del Estado

La conciencia de la importancia del cambio generacional y la pérdida de la memoria europea para alimentar el auge de la extrema derecha es crucial para el presente. La lección de la década de 1930 es que la democracia liberal -un régimen que protege los derechos económicos, sociales, políticos y civiles de una manera «co-original» o «equiprimordial»- no puede ser preservada o desarrollada solo a través del Estado nación. Por el contrario, las instituciones internacionales desempeñan un papel crucial para garantizar que la voluntad general potencialmente jingoísta expresada en los Estados nación no pisotee los derechos de las minorías o la disidencia política.

La democracia es algo más que simples elecciones y gobierno de la mayoría: se trata de preservar la pluralidad de opiniones y el respeto por los derechos de los individuos y las minorías necesarios para que las elecciones y la toma de decisiones mayoritarias sean significativas. La historia del siglo XX muestra que la «voluntad del pueblo» solo puede funcionar correctamente dentro de las democracias restringidas que trabajan juntas para proteger los derechos humanos fundamentales.

Un marco internacional para la democracia liberal fue el objetivo central del orden global creado después de la Segunda Guerra Mundial. Ante el regreso del fascismo como una alternativa política real a la política dominante en Europa occidental, estas instituciones internacionales son esenciales para restringir las nociones nacionalistas de soberanía popular. Ahora, más que nunca.

(*) Peter Verovšek es profesor asistente de Política y Relaciones Internacionales en la Universidad de Sheffield, Inglaterra. Su trabajo se centra en el pensamiento político continental del siglo XX, la teoría crítica, la memoria colectiva y la política europea.

Fuente: Social Europe

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