martes 23, abril 2024
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Alan García, víctima del gobierno de los jueces peruanos

“He visto a otros desfilar esposados guardando su miserable existencia, pero Alan García no tiene porqué sufrir esas injusticias y circos. Por eso les dejo mi cadáver como una muestra de mi desprecio hacia mis adversarios porque ya cumplí la misión que me impuse”, dijo en una carta póstuma.

El dos veces presidente de Perú, Alan Gabriel Ludwing García Pérez dijo, horas antes de dispararse un tiro en la sien derecha que le ocasionó la muerte, que  “un político que no tiene poder, tiene enemigos ruidosos y amigos silenciosos”.

Si bien la responsabilidad de un acto de semejante dimensión es de quien lo ejecuta, no hay que perder de vista que antes de tomar esa decisión extrema hubo un cerco de parte de sus rivales políticos, del gobierno peruano, algunos medios de comunicación y excesos de los fiscales.

Los críticos consideraron los avances contra García y otras figuras políticas del país, como un acto obsesivo de persecución política. Detrás, la mano del presidente Martín Vizcarra, quien ha estimulado las acciones de los fiscales para someter a sus adversarios políticos a detenciones  y  acusaciones sin pruebas, sin corroboraciones, y con pactos con Odebrecht para proteger unos intereses y atacar a otros.

El exarzobispo de Lima, cardenal Juan Luis Cipriani, durante el velatario de García lo dejó claro. «Basta de tanta persecución malvada» por parte de los poderes públicos. La política «no justifica nunca el odiar y destruir al contendor, buscando popularidad» ni la justicia debe apoyarse «en usar y abusar de información no corroborada», declaró el prelado.

En el desarrollo de la trama de Odebrecht ha sido muy criticada la vocación de los  fiscales por convertir en regla la detención preliminar o la prisión preventiva.

El suicidio del exmandatario peruano no puede verse como una admisión de culpabilidad en los delitos por los que se lo estaba investigando. Muy por el contrario, fue un acto pensado para no ser sometido al escarnio público ni darle el placer a sus adversarios políticos de verlo tras las rejas.

Muerto antes que preso

Obsesivamente agobiado y perseguido por sus adversarios. Prefirió la muerte antes que la prisión.

“El pistoletazo con el que Alan García se voló los sesos pudiera querer decir que se sentía injustamente asediado por la justicia, pero, también, que quería que aquel estruendo y la sangre derramada corrigieran un pasado que lo atormentaba y que volvía para tomarle cuentas”, escribió en el diario El País, Mario Vargas Llosa, peruano nacionalizado español y premio Nobel de Literatura.

En las honras fúnebres, su hija Luciana consideró que la decisión de su padre fue una «acción de valentía y dignidad». «Verás que el tiempo y la verdad te darán el lugar en la historia que mereces», acotó.

Luego leyó una carta póstuma en la que el expresidente reveló las razones que lo llevaron a tomar la fatal decisión de quitarse la vida.

En la epístola dijo que sus “adversarios optaron por la estrategia de criminalizarme durante más de 30 años, pero jamás encontraron nada y los derroté nuevamente porque nunca encontrarán más que sus especulaciones y frustraciones”.

“En este tiempo de rumores y odios repetidos, he visto cómo se utilizan los procedimiento para humillar y vejar y no encontrar verdades”, señaló.

“No hubo ni habrá cuentas ni sobornos ni riqueza, la historia tiene más valor  que cualquier riqueza natural. Nunca podría haber precio suficiente para quebrar mi orgullo de aprista y de peruano. Por eso repetí: otros se venden, yo no”. “No tengo porqué guardar vejámenes”. 

En otro aparte puso de manifiesto su altivez sin límites. “He visto a otros desfilar esposados guardando su miserable existencia, pero Alan García no tiene porqué sufrir esas injusticias y circos. Por eso les dejo mi cadáver como una muestra de mi desprecio hacia mis adversarios porque ya cumplí la misión que me impuse”.

A su  abogado Erasmo Reyna, le comentó en la víspera de su suicidio: “Yo no voy a permitir que me exhiban como un trofeo. Nunca me van a ver enmarrocado ni con un chaleco de detenido de la policía”.

«Siempre expresaba que él nunca soportaría una situación de injusticia. Le parecía indignante que habiendo sido dos veces presidente fuera humillado con la cárcel», añadió Reyna.

Un miembro de su escolta dijo al diario peruano La República, que García les había dado instrucciones en caso de ser detenido. «No permitan que me detengan en paños menores, y mucho menos que me filmen», les pidió.

Una gran multitud, mucho de los cuales lo habían acompañado desde que se inició el velatorio en la Casa del Pueblo, sede del partido APRA en el que militó toda su vida, fue la que lo despidió en Lima. Amigos, familiares, simpatizantes y líderes políticos, se contaban entre los manifestantes.  El féretro con los restos del expresidente  recorrió el centro histórico de la capital peruana hasta concluir en el cementerio Mapfre de Huachipa donde fue cremado.

Cierra investigación

Con la muerte del ex mandatario, la investigación en su contra debería cesar. El artículo 78 del Código Penal peruano establece que la acción penal -la atribución para perseguir un delito- se extingue cuando muere el imputado.

La tesis era que durante su segundo mandato entre el 2006 y el 2011, García favoreció a Odebrecht con los contratos de la Línea Uno del Metro de Lima y dos autopistas en el sur país. Durante esos cinco años de gobierno, la empresa brasileña se adjudicó contratos por $1,600 millones. Un testigo de Odebrecht que coopera con los fiscales peruanos, aseguró haber entregado $4 millones a un cercano colaborador de García que supuestamente luego pasaron a manos del expresidente.

“A mí no se me menciona. Espero que las personas mencionadas respondan y hagan sus descargos. Espero que termine esta telenovela ante los fiscales. Soy el hombre más investigado en Perú en los últimos 30 años”, afirmó García un día antes de quitarse la vida. “No hago negocios, creo en la política”, añadió.

En distintas intervenciones, recalcó que todos los peritajes oficiales demostraron que sus gastos se sustentaban con sus ingresos. “Garantizo que no hay ningún soborno o coima. A mí me quieren meter en la misma canasta que esos presidentes corruptos y ladrones. Otros se venden, yo no”, sostuvo en todo momento.

«Cuando me muera, espero que todos los que hablan mal de mí vayan a mi tumba y digan me equivoqué, porque no te encontraron nada», dijo en el 2017, como si se tratara de un epitafio.

Casi 40 años después de la desaparición de Víctor Raúl Haya de la Torre, el fundador del APRA, el partido volvió a padecer la muerte de su máximo líder, aunque en circunstancias distintas.

 “Fue  un acto de honor y dignidad”, dijo el congresista Mauricio Mulder y uno de los posibles herederos de García dentro del APRA.

Al galope en la política

Llevaba la política en las venas. Su padre, Carlos García Ronceros, militante del APRA fue perseguido y detenido en la década de 1950, al igual que miles de peruanos. No lo conoció hasta cumplir cuatro años, cuando su padre salió de la prisión.  Eso lo marcó para siempre.

En su juventud fue preparado por Haya de la Torre,  bajo los postulados de la revolución francesa.

García estudió Derecho en Lima y España y Sociología en la Sorbona, Francia, y retornó a fines de la década de 1970 a Perú para participar en una Asamblea Constituyente. En 1979, al morir Haya de la Torre, fue consolidándose en la dirección del partido apenas entrado en sus 30 años.

Puede decirse que irrumpió en la política al galope, empujado por una oratoria inigualable y una personalidad impetuosa que le ganó el apodo de Caballo Loco. Con su discurso tórrido, capaz de dibujar con las palabras los mejores paraísos políticos, pronto caló con un mensaje que despertó esperanzas entre los peruanos. Era un encantador de las multitudes.

La vida política le consumía sus esfuerzos diarios. Vivía por la política, para bien o para mal.

“Su verbo embrujador, su olfato afiladísimo, su inteligencia estratégica y su abrumador carisma hicieron de él uno de los políticos peruanos más emblemáticos de las décadas recientes, capaz de despertar legiones que lo amaban y odiaban por igual”, comento Raúl Tola en el diario El País. 

“No hay duda que había en él rasgos excepcionales como su carisma y energía a prueba de fuego”, afirmó Vargas Llosa.

Pese a haber sido acérrimos rivales políticos, reconoció que García “era más inteligente que el promedio de quienes en mi país se dedican a hacer política, con bastantes lecturas, y un orador fuera de lo común”.

“Alguna vez le oí decir –comentó- que era lamentable que la Academia de la Lengua solo incorporara escritores, cerrando la puerta a los “oradores”, que, a su juicio, no eran menos originales y creadores que aquellos (me imagino que lo decía en serio)”.

El fallecido expresidente será recordado como el más joven mandatario en gobernar al Perú. En su marcha ascendente en la política García ganó las elecciones presidenciales en 1985, con apenas 35 años, en medio de un respaldo popular masivo por sus críticas a la  expansión neoliberal de esa década.

Tuvo éxitos y fracasos. Redujo el  gasto militar, emprendió acciones sociales, planteó el pago de la deuda externa con el 10% del producto de las exportaciones -como contrapeso a las pretensiones del también fallecido dictador cubano Fidel Castro en su cruzada latinoamericana para no pagar deuda externa-  y tuvo un papel relevante en el proceso de paz de Centroamérica.

Chocó en 1987 con los organismos internacionales y los poderes económicos del país cuando intento nacionalizar la banca. Más tarde enfrentó la hiperinflación, el descrédito internacional y el desafío terrorista de Sendero Luminoso. Dejó el poder en 1990 en medio de una grave crisis económica y con su popularidad por el piso.

Al terminar su gobierno apoyó la candidatura presidencial del desconocido Alberto Fujimori, quien al ganar las elecciones e instalarse en el poder, lo persiguió acusándolo de corrupción y uso indebido de fondos públicos.

Escapa de Fujimori

Analistas peruanos consideraron que el disparo en la cabeza para no ser detenido por la policía, fue una forma de  mantener vigente en la posteridad su legendaria fuga de 1992.

En esa ocasión la noche en que Fujimori  disolvió el Congreso también emitió una orden de captura contra García. Un centenar de soldados rodearon su residencia con el mandato de  capturarlo vivo o muerto. «Qué salga Alan García con las manos en la nuca», ordenó un oficial militar.

«Subí por las escaleras buscando mis pistolas. Tenía dos con nueve balas cada una y disparé las 18 balas al aire mientras ellos se preparaban para derribar la pared del estacionamiento de mi casa con un pequeño tanque y trepaban las ventanas», relató el exmandatario.

García huyó escalando una pared de su casa y pasó por los techos de cinco viviendas vecinas hasta llegar a una donde se escondió por varios días. Posteriormente salió del país y se autoexilio en Colombia y Francia, hasta que en el 2000 el gobierno de Fujimori se desmoronó en medio de escándalos de corrupción. García pudo retornar a Perú en 2001 luego que la justica desestimó por falta de evidencias las acusaciones en su contra.

Luego de volver de su autoexilio, García dio uno de sus discursos más recordados. “Perdono a todos los que me gritan, perdono a todos los que me injuriaron,  perdono a todos los que me dejaron, los perdono en nombre  del Perú. No sé a dónde me conduzca la vida, no sé si me lleve a la muerte, pero aquí estoy entregando todo lo que soy otra vez  al servicio de la patria”, dijo la noche del 27 de enero del 2001, en la céntrica Plaza San Martín, de Lima,  repleta de seguidos. Todo ese discurso ahora suena premonitorio.

Ese año se postuló para las elecciones y quedó segundo en primera vuelta con 25,7% de los votos.

Segundo mandato

Volvió a presentarse en los comicios del 2006. En esa ocasión planteó una agenda moderada, que nada tenía que ver con la radical del siglo pasado. «No soy un vendedor de ilusiones, tenemos la experiencia», repetía en sus mítines.

Los analistas consideraron que su resurrección política se debió, además, a sus extraordinarias cualidades como candidato, que le permitieron contrarrestar los fantasmas de su primer gobierno y mostrarse como alguien con más habilidades políticas.

Un cable filtrado por Wikileaks en el 2010 reveló que para la diplomacia estadounidense consideraba a García  “arrogante, desconfiado” y con “un ego colosal”.

“En público tiende a impresionar con la pose majestuosa presidencial, sacando pecho, con la cabeza alta y brazos y manos gesticulando en una formal y casi coreográfica manera de un líder”, apuntó el cable secreto de cinco páginas, enviado poco después de iniciado su segundo mandato, por el entonces embajador de Estados Unidos en Lima, James Curtis Struble.

García también fue definido como “un maestro que vive y respira política, es realmente un consumado orador”  que piensa y se expresa con claridad.

“Aparentemente, no tiene la ambición de cambiar el mundo, de reordenar las realidades políticas y económicas de acuerdo a una nueva visión de Latinoamérica o de crear un nuevo socialismo o al hombre bolivariano” añadió Struble. En ese momento se lo consideraba “un socio fiable de Estados Unidos, que juega un papel constructivo en una complicada Sudamérica caracterizada por el resurgimiento del populismo y periódicos estallidos de tensión”.

En su segundo mandato, García aprovechó la nueva oportunidad que le ofrecieron los peruanos. Redujo la pobreza y realizó grandes obras sociales y de  infraestructura. Perú comenzó a crecer económicamente, como lo sigue haciendo actualmente.

Sin embargo, las acusaciones por supuestos actos de corrupción cercenaron sus nuevas aspiraciones presidenciales en el 2016. En esos comicios solo obtuvo 5,8% de votos, su peor resultado en cuatro elecciones.

Desde entonces dividía su tiempo entre Lima y Madrid. En medio de las investigaciones que involucraban a exfuncionarios de su gobierno en el caso Odebrechet,  García volvió desde España el 15 de noviembre del 2018 para un interrogado. La diligencia no se llevó a cabo y, en cambio, dos días después, el 17, se ordenó su impedimento de salida del país.

Esa misma noche ingresó a la embajada de Uruguay en Lima para solicitar asilo, denunciando una persecución política en su contra.  El 3 de diciembre, el pedido fue negado por el gobierno de Tabaré Vázquez y García tuvo que regresar a su casa.

Sitio en la historia

 “Confío en la historia. Yo soy cristiano, creo en la vida después de la muerte. Creo en la historia. Y si me permite, creo en tener un pequeño sitio en la historia de Perú”, dijo en su última entrevista radial.

Es decir, según García, cualquier cosa que le sucediera no borraría lo que había hecho en su carrera política, ni siquiera la muerte.  «Confío hoy en la Historia, y creo tener un pequeño sitio en la historia del Perú», dijo en su última entrevista radial.

Padre de seis hijos, también tenía un nieto. Se le conocieron oficialmente tres mujeres. Su primera esposa desde 1975 fue Carla Buscaglia, quien le dio una hija. Sin embargo, aun estando casado con Buscaglia tuvo una primera hija en 1977 con la argentina Pilar Nores, hija de Rogelio Nores Martínez, quien fue gobernador de la provincia de Córdoba, con la que procreó cuatro hijos. Comenzó, posteriormente, un amorío en el 2006 con la economista Elizabeth Cheesman con quien tuvo su sexto hijo.

 “Se nos fue, tristemente, medio siglo de historia con un testigo privilegiado que tenía una memoria prodigiosa para evocar sus actos, sus encuentros con personalidades y hasta incidencias de la política menuda. Se nos fue, qué lástima, sin dejar un testimonio ordenado de su paso por la vida nacional. Se fue planteando nuevos retos a la búsqueda de la verdad y a la justicia, una búsqueda que habrá de sobrevivirlo”, dijo el diario peruano La República.

No se puede obviar su relevancia histórica. Fue dos veces presidente en elecciones libres. El pueblo lo llevó limpiamente al poder.

Con su suicidio  García apeló a una corte distinta a la del juez de primera instancia al que le tocaba ver su pedido de detención preliminar. Puso su causa en manos de la historia la que, al final, lo juzgará o lo absolverá.

(*) Demetrio Olaciregui Q. es periodista panameño, ex corresponsal de diversos medios de comunicación en países latinoamericanos.

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2 COMENTARIOS

  1. ALAN GARCÍA AYER Y HOY: EL SABOR AMARGO DE LA MENTIRA Y LA TRAICIÓN.
    Rogelio Cedeño Castro.
    Alan García Pérez representó en 1985, de una manera circunstancial, lo que ningún otro dirigente del aprismo peruano pudo alcanzar, ni siquiera Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979) quien siempre vivió de manera austera, y promulgó la avanzada Constitución del 79 poco antes de morir, las esperanzas regionales de un ascenso de la lucha contra el neoliberalismo y el tema de la impagable deuda externa latinoamericana que empezaba a crecer como alud imparable, todo ello al alcanzar la presidencia de la república del Perú, después de más de cinco décadas de luchas, prisiones y ostracismo, alianzas diversas y golpes de Estado. Aquellos cinco años de su primera gestión, de retórica progresista alrededor de la consigna de sólo destinar el 10% del PIB, terminaron sin pena, ni gloria aunque asustaron un poco a la vieja oligarquía, la que buscó representarse a través del escritor arequipeño y converso religioso a la magia del mercado, Mario Vargas Llosa, convertido en el ideólogo de la derecha neoliberal, aunque el que aprovechó la ocasión, en una segunda vuelta electoral fue un ingeniero de origen japonés, quien ya en la presidencia de la república dio un golpe de estado derogó la constitución de 1979, para instaurar una de corte neoliberal.
    El Alan García, que hace ya poco más de un día, decidió privarse de su vida, de manera violenta, deja atrás todo un destello de malos y amargos recuerdos, de traiciones y desfiguraciones de la realidad, las que dieron al traste con el viejo partido aprista peruano. La conversión del APRA en un partido burgués más se dio apartando a viejos dirigentes históricos como Armando Villanueva del Campo y otros, los que fueron sustituidos por una legión de deshonestos oportunistas, los que no sólo impulsaron el neoliberalismo y la represión hacia los movimientos populares obreros, campesinos e indígenas, sino que se hundieron en las miasmas de la corrupción buscando su beneficio personal.
    Con una admirable dosis de oportunismo e instinto político de supervivencia, Luis Alberto Monge y otros dirigentes del Partido Liberación Nacional de Costa Rica prefirieron mostrarse omisos frente a las primeras veleidades, supuestamente izquierdistas de Alan García, si aquel se estaba preparando para traicionar el antimperialismo de su viejo partido, los del PLN ya no estaban para antimperialismos de ninguna clase, si es que alguno había quedado por ahí rezagado, no había que desagradar a Washington ni siquiera con la sospecha, ya la vieja socialdemocracia latinoamericana había empezado su largo viaje sin retorno hacia la derecha y en beneficio del más feroz capitalismo financiero, una empresa que los tiene al borde del fascismo, como el de aquellos socialdemócratas alemanes de 1919, que propiciaron el asesinato de Rosa Luxemburgo y el aplastamiento de la revolución alemana: Podemos concluir que ni siquiera en aquellos días ahora lejanos, se aparecieron los del PLN por la capital peruana para acompañar a los líderes del “partido hermano”, con hermandades así no hacen falta enemigos nos dice un viejo refrán.
    El traidor Alan García no sólo traicionó al APRA, en cuyo viejo local de la Avenida Alfonso Ugarte de Lima está siendo velado, sino que al igual que el resto de los presidentes peruanos se hundió en la corrupción más desvergonzada, apropiándose de recursos que no les pertenecen, pobre pueblo peruano hoy como ayer condenado a empezar la lucha de cero, a semejanza de Sísifo.

  2. La clase política peruana ha tocado fondo, con todos los figurones presidenciales en la cárcel, no tienen ninguna cara decente para presentar ante el electorado; no conformes con eso, ahora quieren hacer del farsante de Alan García un mártir, de tal manera que se les facilité seguir utilizando la descompuesta y putrefacta maquinaria de un APRA que se olvidó de sus orígenes, desde hace mucho tiempo, para seguir engañando a un pueblo que vive en la mayor de las miserias.

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