jueves 18, abril 2024
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Las cambiantes fronteras culturales

Al calypsonian caribeño Walter Ferguson, en su centenario, allá en su Cahuita querida, “cabin in the wata”. Rogelio Cedeño Castro

I

La existencia de la frontera o de las fronteras culturales como un hecho evidente, y  que por sí mismo es algo que está en el aquí o en el allá de nuestra cotidianidad, como también dentro de los espacios geográficos dentro de los que nos desplazamos, de manera habitual o frecuente, como un conjunto de elementos que aparecen ante nuestros ojos, mostrándosenos en sus múltiples particularidades y paradojales detalles, los que sin embargo, habiendo perdido nosotros la capacidad para el asombro y la curiosidad escrutadora de nuestros primeros años, hacen que muchas veces no atinemos a percibir la abrumadora presencia de sus componentes o signos más explícitos de este tipo de fronteras que se contraponen o subsisten con otras demarcaciones de orden político administrativo o ecológico, y mucho menos captamos las que sólo a través de un sutil ejercicio de la observación alcanzamos a evidenciar, podría decirse que de tanto coexistir con ellas se nos tornan, de cierta manera, invisibles o imperceptibles.

Las fronteras ecológicas tienden a manifestarse tanto en las áreas rurales como en las urbanas, resultando que su presencia en las grandes o medianas ciudades sólo se hace evidente a través de una cuidadosa observación del entorno humano, entre las gentes que conviven en los espacios urbanos. Las ciudades operan como verdaderos rodillos compresores con los que se busca homogenizar, desde diversas dimensiones en el orden de lo cultural, político y hasta lo económico, especialmente en materia de consumo, a sus habitantes los que a su vez van transformando esos espacios, mientras de manera simultánea son transformados por ellos.

Algunas ciudades centroamericanas como San José de Costa Rica o David, en la provincia panameña de Chiriquí, han sido despojadas de viejo patrimonio arquitectónico de un manera tal, durante un período de pocas décadas, que se tornan irreconocibles para algunos de sus moradores de más edad, sus construcciones y parques más tradicionales han sido cambiados, con el pretexto o la idea de la modernización, prevaleciente durante la segunda mitad del siglo XX, por lo que la arquitectura de tipo colonial o  la neoclásica con el art nouveau incluido, propia del republicanismo de la segunda mitad del siglo XIX y la primera del siglo XX, presente en casi toda América Latina, ha quedado para ser contemplada en las fotografías. Otras ciudades como Granada y León de Nicaragua, han quedado como una valiosa muestra del patrimonio cultural de siglos pasados, el que continúa siendo muy valorado y protegido por sus habitantes y autoridades locales. En medio de todo esto las fronteras culturales se tornan mucho más difíciles de trazar o de percibir, en términos de algunas de sus manifestaciones más emblemáticas.

En tanto que, en ciudades como León o Granada de Nicaragua, las manifestaciones culturales propias de los pueblos originarios ha terminado por ser absorbidas dentro de los crecientes conglomerados urbanos, impactados por las más diversas oleadas migratorias, en otras como David o en la misma capital panameña subsiste una sorda lucha entre los pueblos originarios, como los ngöbes o los kunas, y el entorno económico, además del político administrativo de los estados nacionales, dentro de la que estos pueblos luchan por mantener su hábitat dentro de las urbes o áreas rurales vecinas, pero también por conservar los elementos más característicos de su identidad. Basta con detenerse a observar lo que sucede en los centros comerciales o malls (una expresión anglosajona, cada vez más empleada en nuestros países), para darnos cuenta que estos pueblos están viviendo grandes tensiones, dentro de lo que podría resultar a la larga una conversión postrera.

Mientras que las mujeres gnöbes siguen fabricando, de manera artesanal, sus trajes tradicionales y hablando su propia lengua, los grandes centros comerciales ya los están fabricando y vendiendo en gran escala. Es así como los elementos, o maneras propias de la reproducción simbólica de una cultura, empiezan a ser rebasados por la producción industrial de las textileras.

II

La región del Caribe, caracterizada por la existencia de su inmenso mar interior, cuya abrumadora presencia muchos siguen ignorando u omitiendo aún, para seguir hablando sólo de un Océano Atlántico que nos separa de Europa, ese mar de los caribes o de las Antillas, con su rosario de islas pequeñas y grandes que lo delimitan, con los extensos litorales del área continental centroamericana y colombo-venezolana, que también lo bordean y con sus llanuras, nevados y volcanes  se caracteriza por la más insólita combinación de factores que lo llevan a ser un área o frontera del ser humano y la naturaleza, caracterizada por la mayor diversidad y colorido que podamos imaginar.

Es por eso que, cuando el escritor y político dominicano Juan Bosch (1909-2001) publicó, en 1971, su extraordinario y ambicioso libro  “DE CRISTÓBAL COLON A FIDEL CASTRO: el caribe frontera imperial” no hizo otra cosa que llamarnos la atención sobre esa riqueza de elementos que lo llevaron a ser una, o muchas fronteras ecológicas a la vez, siempre entreveradas con las fronteras políticas de los imperios europeos que pusieron su huella en sus territorios insulares y continentales, mientras luchaban entre sí para imponer su dominación e influencia cultural, además de una gran variedad de fronteras culturales donde lo étnico, lo lingüístico y cultural, tomado en estricto sentido, le imprimen esa diversidad por excelencia que llevó al escritor cubano Alejo Carpentier(1904-1980) a calificar al Caribe como el Mediterráneo de América Latina, un lugar de encuentro de una multitud de pueblos originarios, los que casi desaparecieron como resultado de la genocida dominación imperial, y  que con el paso de los siglos, devino en un hábitat que encontraron las más diversas oleadas de emigrantes, voluntarias o no, las que hicieron del área del Caribe su tierra de promisión, aún aquellos que como los africanos vinieron como esclavos y sufrieron los horrores de esa forma de explotación, con el paso de los siglos su aporte cultural vino a ser un componente esencial del paisaje regional, algo así como una nota dominante.

Tanto en las islas como en las áreas continentales, las fronteras culturales con que nos encontramos a cada paso que damos, constituyen un abanico de creatividad y de infinita variedad de expresiones. Las ciudades como La Habana y Cartagena de Indias, en el Caribe Colombiano, vinieron a ser la expresión de la riqueza arquitectónica de la colonización española, pero también un crisol de la presencia de la cultura de origen africano, especialmente con Cuba que es ante todo un país o un territorio de las españas gallegas, asturianas, vascas o catalanas pero también de las áfricas que terminaron por asentarse allí, con su presencia de lo yoruba, angola, congo, mandinga y otras  muchas otras culturas, mientras los originarios caribes y taínos desaparecieron del horizonte. Son ciudades que no perdieron su patrimonio cultural, especialmente en lo arquitectónico, y que son una muestra viviente de esas fronteras culturales a las que dio lugar ese Caribe, frontera imperial de que nos hablaba Juan Bosch.

Ahora bien, esas fronteras culturales han sido siempre cambiantes desde los siglos de la dominación colonial española, francesa, inglesa u holandesa, sobre todo en los territorios insulares donde se  produjo una gran variedad de expresiones lingüísticas, con los distintos criollos del inglés, del francés y del castellano, e incluso del holandés que mezclado con otras lenguas dio lugar a una nueva: el papiamento de las islas de Curazao y Aruba.

De esta manera, nos encontramos en el Caribe de Nicaragua, Costa Rica y Panamá, con una serie de expresiones de esa gran variedad lingüística y cultural, asumida en el sentido más amplio del término de lo que es la frontera cultural. Las distintas expresiones del kriol del inglés se unen a las lenguas de los pueblos originarios como los miskitos, sumos, ramas, bribris, cabécares, teribes y otros, dando lugar a la existencia de un bilingüismo y hasta trilinguismo entre sus habitantes.

III

La geografía física con sus llamados “accidentes geográficos” o sinuosidades de relieve, como son los grandes ríos y los profundos valles entre las inmensas cordilleras del continente, son importantes factores que determinaron la existencia de las fronteras culturales, al dar lugar a importantes diferenciaciones en el plano de la cultura misma, tal y como sucedió en Colombia y en otros países de nuestra área continental, a lo largo de varios siglos, con el surgimiento de poderosas identidades regionales. ¿Quién no ha escuchado hablar, en el caso de ese enorme país sudamericano, de la cultura paisa, de las identidades paisas y de los departamentos apaisados del eje cafetero, tan entroncado a la sección occidental de la cordillera de los Andes, en los altiplanos de Colombia? un espacio donde la cordillera se parte en tres brazos, separados por los ríos Cauca y Magdalena en su largo recorrido hasta el Mar Caribe.

Estas imbricaciones entre las fronteras físicas y las culturales hacen que no podamos absolutizar las unas o las otras, ni tampoco las fronteras de los estados nacionales que no necesariamente reflejan, o son compatibles con las otras delimitaciones, no siempre explícitas, al menos en términos de su percepción por parte de muchos sectores de la población. Las fronteras de la Mesoamérica prehispánica, como una importante área geográfica de frontera cultural, a lo largo de muchos siglos, fueron siempre cambiantes y dinámicas, por muy diversos factores: entre ellos las migraciones suscitadas por cambios climáticos o los conflictos, el desplazamiento de unas culturas por otras y el crecimiento demográfico, erigido en algunos momentos en un factor explosivo que terminó por amenazar también las fronteras ecológicas. El extendido “mundo maya”, y las culturas del valle de México, o las de la región del actual estado de Oaxaca, constituyen una demostración de lo que estamos afirmando, lo cierto es que Mesoamérica se fue extendiendo hasta el actual territorio de Costa Rica, de manera gradual pero también persistente, dando lugar al surgimiento de la Gran Nicoya que comprende todo el territorio del Pacífico de la actual Nicaragua y el de Guanacaste, sin que por ello su influencia cultural dejara de sentirse más hacia el sur, tal y como lo demuestran la presencia del jade y la otras piedras, de procedencia mesoamericana, en todo el territorio de la actual Costa Rica.

El drama, a veces casi silencioso, que se origina a partir de las siempre cambiantes fronteras culturales, y de las invisibilidades de los otros diferentes a que dan lugar, como resultado de las acciones violentas de otros grupos humanos que irrumpen en la escena, cada cierto tiempo, en las áreas rurales como resultado de la agricultura capitalista intensiva, con sus procesos de expropiación violenta y el agotamiento de los recursos naturales, pero sobre todo a partir de las migraciones forzadas y las manipulaciones en torno a la propiedad de la tierra, muchas veces en medio de conflictos bélicos, los que obligan a las poblaciones afectadas a abandonar sus tierras, so pena de perder la vida, tal como ha sucedido en el Valle del Cauca y otras regiones de Colombia, o a partir de las manipulaciones leguleyescas de abogados interesados para despojar a las comunidades “indígenas” o afrodescendientes de sus tierras ancestrales, tal y como ha venido sucediendo con los bribris, broram y cabécares de Costa Rica o con los gnäbe bugles y terebés de Panamá, los que han quedado reducidos a vivir en porciones insignificantes del territorio de las llamadas reservas, unos territorios que por ley les habían sido asignados desde hacía ya muchas décadas, es como si esas leyes no existieran ni tampoco el Convenio 169 de la OIT, fue precisamente dentro de ese forcejeo que el líder bribri Sergio Rojas Ortíz fue asesinado, con una gran dosis de violencia, hace pocas semanas. Para no perder la vida deben abandonar los rasgos propios de su identidad cultural, dejar de ser ellos mismos dentro de sus fronteras culturales, las que desaparecen para dar lugar a la homogenización propia del estado nacional y sus fronteras territoriales, con su monopolio en el ejercicio de la violencia legítima (Max Weber, dixit).

(*) Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor.

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1 COMENTARIO

  1. De Víctor Polini La historia de América desde sus inicios: de la invasión colonizadora de la muy » culta » Europa, hasta nuestros días ha sido un ininterrumpido azote a las culturas autóctonas, una usurpación de las riquezas naturales y minerales y un exterminio de todo aquello que pudiera ser clave para el desarrollo de las naciones americanas.

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