En estos días en que la Liga Deportiva Alajuelense se apresta a celebrar el centenario de su fundación, es oportuno relatar un hecho a primera vista insospechado -así como bastante desconocido-, que enlaza la historia de ese gran equipo de fútbol con el desarrollo de nuestras ciencias agrícolas.
En efecto, en meses recientes terminamos de escribir el libro Alexander Bierig, entomólogo y pintor, junto con Floria Barrionuevo y María Enriqueta Guardia, expertas en artes plásticas; esperamos que la Editorial Tecnológica lo publique en los próximos meses. Ese insólito y polifacético alemán llegó a Costa Rica a mediados de 1938 desde Cuba, invitado por su paisano y colega Fernando Nevermann para recolectar abejones de la familia Staphylinidae. Sin embargo, lamentablemente, mientras estaban en esas faenas una noche, Nevermann fue víctima de los perdigones provenientes de la carabina de un cazador, y murió tres días después en el hospital de Limón. Esta tragedia estremeció a nuestra sociedad, pues era una persona muy querida, exitoso empresario bananero y profesor de entomología en la Escuela Nacional de Agricultura (ENA).
Al quedar vacante su plaza, y a falta de entomólogos calificados en el país, Bierig fue invitado a sumarse al elenco de profesores de la ENA. Viajó a Cuba para arreglar sus asuntos allá, y muy pronto retornó a Costa Rica para asumir las labores que habían quedado truncas al morir su amigo. A partir de entonces se desempeñaría con gran solvencia, lo que le permitió consolidarse como un destacado docente e investigador, como lo sustentamos de manera amplia y detallada en nuestro libro. Ello justificó que, al fundarse e iniciar labores la Universidad de Costa Rica (UCR) en 1941, de manera automática Bierig fuera nombrado como miembro del claustro de profesores de la nueva Escuela de Agricultura, embrión de la Facultad de Agronomía.
Por esos tiempos había en la ENA un muchacho ateniense, Luis Ángel Salas Fonseca, graduado en 1938 como bachiller en Ciencias Agrícolas, así como ingeniero agrónomo a inicios del año siguiente. Aunque su tesis, Cultivo y manufactura del tabaco en Costa Rica, no se relacionaba con la entomología, sintió una fuerte atracción por el estudio de los insectos, y en particular por su control o manejo cuando algunas especies se convierten en plagas agrícolas.
Fue por ello que, al ser contratado como auxiliar de investigación, inició un estudio de campo sobre el falso medidor o langosta medidora (Mocis latipes), seria plaga del arroz; cabe acotar que se trata de la larva de una mariposa nocturna o polilla, y no de un chapulín. Y, tan generoso fue Salas, que entregó algunos de sus datos a Bierig para que los incluyera en un boletín destinado a agricultores. Con gran honestidad intelectual y profesional, Bierig reconoció con toda claridad en su publicación el aporte del joven prospecto. Fue así como empezó a forjarse un indisoluble vínculo entre ambos, al punto de que después fue nombrado como asistente del alemán.
Ahora bien, Salas nació el 1° de junio de 1915 e ingresó a la ENA en 1934 -poco antes de cumplir los 19 años-, y para entonces el bachillerato en Ciencias Agrícolas se obtenía en tres años. Por tanto, debía haberse graduado al finalizar el ciclo lectivo de 1936, pero lo hizo en 1938. ¿Cómo explicar este retraso, si era un estudiante tan inteligente y capaz? Las respuestas podrían ser varias, pero sin duda hubo una de mucho peso y que hasta colores tenía: rojo y negro.
En efecto, desde 1935 había dedicado buena parte de su tiempo a la práctica del fútbol, cuando esto se hacía no por dinero ni fama -como ocurre hoy-, sino por el puro gusto de hacerlo, por genuina pasión, y por el sentido de arraigo o pertenencia a una comunidad, un pueblo o una provincia. Y no era un jugador cualquiera, sino que Salas -quien estudió la primaria y la secundaria en la ciudad de Alajuela- sobresalió como guardameta titular de la Liga Deportiva Alajuelense, que hasta entonces había ganado apenas un campeonato, el de 1928.
De hecho, en el libro Memoria. Liga Deportiva Alajuelense, escrito por el extinto profesor Armando Mórux Sancho y publicado en 1995, hay dos fotos del equipo de esos años, y en ambas aparece Salas. Corresponden a los elencos que campeonizaron en 1939 y 1941, es decir, la segunda y tercera vez que el equipo fue el monarca en su historia, con el gran mérito de que en 1941 lo hicieron de manera invicta. Es cierto que fue un torneo muy corto, de apenas una vuelta y con otros seis equipos participantes (Club Sport La Libertad, Sociedad Gimnástica Española, Club Sport Cartaginés, Club Sport Herediano, Orión F.C. y Universidad de Costa Rica), pero la Liga ganó todos los partidos, y con bastante holgura.
En ambas ocasiones Salas fue el arquero titular, y lo acompañaron jugadores como el célebre Alejandro Morera Soto -entrenador del equipo en 1941, además-, Salvador Soto Villegas (Indio Buroy), José Luis (Chime) Rojas Ulloa, Arturo (Tica) Chavarría, Ricardo Barquero, Agapito González, Carlos Arroyo, Enrique (Quique) Solera Oreamuno, Guillermo Flores, Tomás Alfaro, Manuel (Melico) Valverde, Manuel (Melis) Montoya, Álvaro y Jorge (Lalo) Rojas Espinoza, José (Minino) y Mario Riggioni Suárez, Víctor Julio (Ñato) Monge, Evelio Martínez Soto, Rogelio Fernández, Rodrigo (Chino) Romero, Claudio (Chopita) Padilla, Héctor Cordero, Fernando Paniagua, Ramón Arroyo, Antonio Castro y Guillermo Coto Elizondo (Memo Coto). Este último fue el padre de los grandes futbolistas Walter, Guillermo y Carlos Luis (Cabicho) Elizondo Gómez.
De esta nómina, son célebres tres nombres en la vida pública del país, además de Salas. Morera sobresalió nada menos que en el FC Barcelona, en España, y en su madurez fungiría como gobernador de la ciudad de Alajuela y como diputado. Por su parte, de los hermanos Rojas Espinoza, que eran coterráneos atenienses de Salas, Jorge fue magistrado de la Corte Suprema de Justicia, mientras que Álvaro -quien el próximo agosto alcanzará los 100 años- fue viceministro de Agricultura y Ganadería. Es decir, fueron deportistas porque así lo demandaban su vocación y sus habilidades naturales, pero quienes también -muy temprano en nuestra historia deportiva-, entendieron que el fútbol es pasajero y entonces decidieron prepararse para trascender a otros planos, y así saber servir a sus conciudadanos en otros ámbitos.
En tal sentido, como asistente del científico alemán Bierig, Salas se convertiría en un genuino discípulo de su mentor. De hecho, en el Museo de Insectos de la UCR se conservan numerosos especímenes en cuyas etiquetas aparecen los nombres de ambos, como evidencia de las giras de recolección efectuadas juntos. Después dictaría los cursos de Entomología Introductoria y Entomología Económica, mientras Bierig enseñaba los de Taxonomía de Insectos y Control de Plagas. Asimismo, quizás aconsejado por su maestro, emprendió estudios de postgrado en la prestigiosa Texas A&M University y, culminados sus estudios en 1944 con una maestría en entomología, regresó al país para incorporarse como profesor e investigador en la UCR.
En 1947 aceptó una oferta del gobierno de Venezuela, donde incluso alcanzó la jefatura de la División de Entomología y Zoología del Instituto Nacional de Agricultura, perteneciente al Ministerio de Agricultura y Cría. Y, otra vez de vuelta a nuestro país, reasumió sus labores en la Facultad de Agronomía, donde no se limitó a sus actividades docentes en los campos de la acarología y la nematología, sino que -al igual que lo hiciera Bierig con él-, a formar a sus relevos generacionales en ambas disciplinas. Además, supo contribuir en actividades de gestión académica y universitaria, especialmente al fungir como decano de la Facultad, puesto que ocupó por seis años.
Debido a que soy biólogo de formación, nunca fui su alumno, aunque tomé dos cursos de entomología en la citada Facultad, y después me especialicé en el manejo integrado de plagas, el mismo campo suyo. Fue por ello que tuve la fortuna de conocerlo, al igual que de alternar con algunos de sus discípulos más destacados, como el venezolano Francisco (Paquito) Freitez Ruiz, Róger López Chaves, Ronald Ochoa Pérez y Hugo Aguilar Piedra, los dos primeros hoy ausentes, lamentablemente. Si bien lo traté muy poco, siempre palpé en él calidez y sabiduría. Asimismo, su sonrisa, algo tímida pero muy sincera y espontánea, revelaba la inmensa bondad que había en el corazón de este hombre virtuoso.
Aunque por entonces yo ignoraba que había sido futbolista, sí recuerdo que era de complexión fuerte, aunque no muy alto, y que tenía unas manos grandotas -¡buen manudo, como nos dicen a los nacidos en Alajuela!-, que transmitían reciedumbre cuando uno recibía un apretón como bienvenida o despedida en su laboratorio. Ahora pienso que esas manos, sumadas a la visión, agilidad, reflejos y arrojo que todo buen guardameta debe poseer, de seguro evitaron numerosos goles y dieron lugar a muchas victorias a la Liga, en aquella época en que el fútbol era tan ofensivo y, con gran frecuencia, los porteros tenían que poner a prueba todas sus habilidades y hasta su propia integridad física.
Por eso hoy 1° de junio de 2019, día del 104 aniversario de su natalicio, y a tan solo dos semanas de celebrar el centenario de nuestra amada Liga Deportiva Alajuelense, con admiración, cariño y gratitud en este artículo evoco a don Luis Ángel, un ejemplar ciudadano, así como un auténtico benemérito de la ciencia, la academia y el deporte.
(*) Luko Hilje Q.
(luko@ice.co.cr)