Tokio, 25 Nov (ACI Prensa).- El Papa Francisco dirigió este lunes 25 un discurso a las autoridades japonesas y cuerpo diplomático en el que aseguró que la única arma digna del ser humano y capaz de garantizar la paz es el diálogo.
En su discurso, el Santo Padre explicó a las autoridades de Japón que visitó este país asiático para “confirmar a los católicos japoneses en la fe, en sus esfuerzos de caridad por los necesitados y por su servicio al país del que se sienten ciudadanos orgullosos”.
Así lo indicó el Santo Padre este 25 de noviembre al reunirse con las autoridades y el cuerpo diplomático de Japón en el Kantei, tras mantener un encuentro en privado con el Primer Ministro japonés.
Previamente, el Papa se había reunido con el emperador Naruhito de quien dijo: “le deseo todo bien e invoco las bendiciones de Dios sobre la Familia Imperial y sobre todo el pueblo japonés al inicio de la nueva era que ha inaugurado”.
Al inicio de su discurso, el Pontífice destacó que “las relaciones de amistad entre la Santa Sede y el Japón son muy antiguas, enraizadas en el reconocimiento y admiración que los primeros misioneros tuvieron sobre estas tierras” y citó al jesuita Alessandro Valignano que en 1579 escribió: “Quien quiera ver qué cosa nuestro Señor ha dado al hombre basta que venga a verlo en Japón”.
“He venido a confirmar a los católicos japoneses en la fe, en sus esfuerzos de caridad por los necesitados y por su servicio al país del que se sienten ciudadanos orgullosos. Como nación, Japón es particularmente sensible al sufrimiento de los menos afortunados y de las personas con discapacidad”, señaló el Papa.
En esta línea, Francisco recordó que el lema de su visita es “Proteger toda vida” para reconocer “su dignidad inviolable y la importancia de mostrar solidaridad y apoyo a nuestros hermanos y hermanas ante cualquier tipo de necesidad”.
“Siguiendo los pasos de mis predecesores, también quiero implorar a Dios e invitar a todas las personas de buena voluntad a seguir impulsando y promoviendo todas las mediaciones necesarias de disuasión para que nunca más, en la historia de la humanidad, vuelva a ocurrir la destrucción generada por las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki”, pidió.
Por ello, el Papa Francisco señaló que “la historia nos enseña que los conflictos entre los pueblos y naciones, incluso los más graves, pueden encontrar soluciones válidas solo a través del diálogo, única arma digna del ser humano y capaz de garantizar una paz duradera”.
“Estoy convencido de la necesidad de abordar la cuestión nuclear en el plano multilateral, promoviendo un proceso político e institucional capaz de crear un consenso y una acción internacional más amplia”, expresó.
En este sentido, el Santo Padre remarcó que “una cultura de encuentro y diálogo -marcada por la sabiduría, la visión y la amplitud de miras- es esencial para construir un mundo más justo y fraterno”.
Asimismo, el Papa explicó que Japón reconoce “la importancia de promover contactos personales en los campos de la educación, la cultura, el deporte y el turismo, sabiendo que estos pueden contribuir en gran medida a la armonía, la justicia, la solidaridad y la reconciliación que son el cemento del edificio de la paz” y puso el ejemplo del espíritu olímpico “que une a atletas de todo el mundo en una competición, que no se basa necesariamente en la rivalidad sino en la búsqueda de la excelencia”.
“Estoy seguro de que los Juegos Olímpicos y Paralímpicos, que el próximo año se celebrarán en Japón, servirán de impulso para desarrollar un espíritu de solidaridad que trascienda las fronteras nacionales y regionales, y busque el bien de toda nuestra familia humana”, dijo.
Además, el Santo Padre reconoció que en estos días ha vuelto a apreciar “el precioso patrimonio cultural que Japón, a lo largo de muchos siglos de su historia” que ha podido desarrollar y preservar, y “los profundos valores religiosos y morales que caracterizan a esta antigua cultura”.
“La buena relación entre las distintas religiones no solo es esencial para un futuro de paz, sino también para capacitar a las generaciones presentes y futuras a fin de que valoren los principios éticos que sirven de base a una sociedad verdaderamente justa y humana”, añadió.
Además, el Papa Francisco recordó que “la dignidad humana debe estar en el centro de toda actividad social, económica y política” y agregó que “se necesita fomentar la solidaridad intergeneracional y, en todos los niveles de la vida comunitaria, se debe mostrar preocupación por aquellos que son olvidados y excluidos”.
“Pienso particularmente en los jóvenes, que a menudo se sienten abrumados al enfrentar las dificultades del crecimiento, y también en los ancianos y las personas solas que sufren aislamiento. Sabemos que, al final, la civilización de cada nación o pueblo no se mide por su poder económico sino por la atención que dedica a los necesitados, así como en la capacidad de volverse fecundos y promotores de vida”, afirmó.
Al finalizar, el Papa los alentó a continuar con “sus esfuerzos por dar forma a un orden social cada vez más protector de la vida, cada vez más respetuoso de la dignidad y de los derechos de los miembros de la familia humana”.
Homilía del Papa Francisco en la Misa en el Tokio Dome de Japón
Este 25 de noviembre el Papa Francisco celebró una Misa en el Tokio Dome de Japón en la que reiteró su llamado a que la Iglesia se convierta en un hospital de campaña que proteja toda vida y dé testimonio de compasión y escucha simple en una sociedad donde las exigencias hace que no sean pocas las personas que viven socialmente aisladas, incapaces de comprender el significado de la vida y de su propia existencia.
A continuación la homilía completa del Papa Francisco:
El evangelio que hemos escuchado es parte del primer gran sermón de Jesús; lo conocemos como el “Sermón de la montaña” y nos describe la belleza del camino que estamos invitados a transitar. Según la Biblia, la montaña es el lugar donde Dios se manifiesta y se da a conocer: «Sube hacia mí», le dijo Dios a Moisés (cf. Ex 24,1). Una montaña donde la cima no se alcanza con voluntarismo ni “carrerismo” sino tan sólo con la atenta, paciente y delicada escucha del Maestro en medio de las encrucijadas del camino. La cima se hace llanura para regalarnos una perspectiva siempre nueva de todo lo que nos rodea, centrada en la compasión del Padre. En Jesús encontramos la cima de lo que significa ser humanos y nos muestra el camino que nos conduce a la plenitud capaz de desbordar todos los cálculos conocidos; en Él encontramos una vida nueva donde experimentar la libertad de sabernos hijos amados.
Pero somos conscientes de que, en el camino, esa libertad de hijos puede verse asfixiada y debilitada cuando quedamos encerrados en el círculo vicioso de la ansiedad y de la competitividad, o cuando concentramos toda nuestra atención y mejores energías en la búsqueda sofocante y frenética de productividad y consumismo como único criterio para medir y convalidar nuestras opciones o definir quiénes somos y cuánto valemos. Una medida que poco a poco nos vuelve impermeables o insensibles a lo importante impulsando el corazón a latir con lo superfluo o pasajero. ¡Cuánto oprime y encadena al alma el afán de creer que todo puede ser producido, conquistado o controlado!
Aquí en Japón, en una sociedad con la economía altamente desarrollada, me hacían notar los jóvenes esta mañana en el encuentro que tuve con ellos, que no son pocas las personas que están socialmente aisladas, que permanecen al margen, incapaces de comprender el significado de la vida y de su propia existencia. El hogar, la escuela y la comunidad, destinados a ser lugares donde cada uno apoya y ayuda a los demás, están siendo cada vez más deteriorados por la competición excesiva en la búsqueda de la ganancia y en la búsqueda de la eficiencia. Muchas personas se sienten confundidas e intranquilas, están abrumadas por demasiadas exigencias y preocupaciones que les quitan la paz y el equilibrio.
Como bálsamo reparador suenan las palabras del Señor a no inquietarnos y a confiar. Tres veces con insistencia nos dice: No se inquieten por su vida… por el día de mañana (cf. Mt 6,25.31.34). Esto no significa una invitación a desentendernos de lo que pasa a nuestro alrededor o volvernos irresponsables de nuestras ocupaciones y responsabilidades diarias; sino, por lo contrario, es una provocación a abrir nuestras prioridades a un horizonte más amplio de sentido y generar así espacio para mirar en su misma dirección: «Busquen primero el Reino de los cielos y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura» (Mt 6,33).
El Señor no nos dice que las necesidades básicas, como la comida y la ropa, no sean importantes; nos invita, más bien, a reconsiderar nuestras opciones cotidianas para no quedar atrapados o aislados en la búsqueda del éxito a cualquier costo, incluso de la propia vida. Las actitudes mundanas que buscan y persiguen sólo el propio rédito o beneficio en este mundo, y el egoísmo que pretende la felicidad individual, en realidad sólo nos hacen sutilmente infelices y esclavos, además de obstaculizar el desarrollo de una sociedad verdaderamente armoniosa y humana.
Lo contrario al yo aislado, encerrado y hasta sofocado sólo puede ser un nosotros compartido, celebrado y comunicado (cf. Audiencia general, 13 febrero 2019). Esta invitación del Señor nos recuerda que «necesitamos “consentir jubilosamente que nuestra realidad sea dádiva, y aceptar aun nuestra libertad como gracia. Esto es lo difícil hoy en un mundo que cree tener algo por sí mismo, fruto de su propia originalidad o de su libertad”» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 55). De ahí que, en la primera lectura, la Biblia nos recuerda cómo nuestro mundo, lleno de vida y belleza, es ante todo un regalo maravilloso del Creador que nos precede: «Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno» (Gn 1,31); belleza y bondad ofrecida para que también podamos compartirla y ofrecérsela a los demás, no como dueños o propietarios sino como partícipes de un mismo sueño creador. «El auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás» (Carta enc. Laudato si’, 70).
Frente a esta realidad, como comunidad cristiana somos invitados a proteger toda vida y testimoniar con sabiduría y coraje un estilo marcado por la gratuidad y la compasión, la generosidad y la escucha simple, un estilo capaz de abrazar y recibir la vida como se presenta «con toda su fragilidad y pequeñez, y hasta muchas veces con toda sus contradicciones e insignificancias» (Jornada Mundial de la Juventud, Panamá, Vigilia, 26 enero 2019). Se nos invita a ser una comunidad que pueda desarrollar esa pedagogía capaz de darle la «bienvenida a todo lo que no es perfecto, puro o destilado, pero no por eso menos digno de amor. ¿Acaso alguien por ser discapacitado o frágil no es digno de amor?, ¿alguien, por ser extranjero, por haberse equivocado, por estar enfermo o en una prisión, no es digno de amor? Así lo hizo Jesús: abrazó al leproso, al ciego y al paralítico, abrazó al fariseo y al pecador. Abrazó al ladrón en la cruz e inclusive abrazó y perdonó a quienes lo estaban crucificando» (ibíd.).
El anuncio del Evangelio de la Vida nos impulsa y exige, como comunidad, que nos convirtamos en un hospital de campaña, preparado para curar las heridas y ofrecer siempre un camino de reconciliación y perdón. Porque para el cristiano la única medida posible con la cual juzgar cada persona y situación es la de la compasión del Padre por todos sus hijos.
Unidos al Señor, cooperando y dialogando siempre con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y también con los de convicciones religiosas diferentes, podemos transformarnos en levadura profética de una sociedad que proteja y se haga cargo cada vez más de toda vida.