Por años y más años, el referente del comportamiento de los precios para registrar los índices de la inflación ha sido motivo del desvelo del Banco Central de Costa Rica. No sólo por un mandato de su ley orgánica; también porque allí han advertido las secuelas peligrosamente desequilibrantes para la economía del país que traería el despatarre de los precios.
Pero el despatarre de los equilibrios sociales también puede ser el factor secuencial de elevados índices de desempleo, máxime si su presencia se prolonga en el tiempo. Como lo han advertido numerosos economistas llamamientos al BCCR para que igual al celo que pone para velar el comportamiento de la inflación, se ocupe de la vela del desempleo.
El desempleo tiene presencia en nuestra sociedad con índices preocupantes. En 2008 los registros del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos reportaban un desempleo del 4,9%, bastante como para llamar la atención e invitar a la precaución. Pero alguna desaprensión en las políticas de Estado hubo que para el tercer trimestre de 2014 ese valor había ascendido a 14% según la Encuesta Continua de Empleo.
Hoy las cosas andan parecidas. Para finales de 2019 el desempleo rozaba el 12% de una fuerza laboral nacional de 2.480.000. Algo muy preocupante es que cerca del millón de personas sobrevive en la informalidad (593.000 hombres y 419.000 mujeres) y que unas 60.000 personas se cansaron de una inútil búsqueda de ocupación formal.
Eso es una masa suficientemente grande como para advertir que las angustias y restricciones que les azota, puedan convertirse en un factor disparador de la agitación social. Y este riesgo, en esos números, puede escapar a las posibilidades de manejo de un estallido social. Es una realidad preocupante que lastra la realidad social y económica del país, con signos de marchar hacia el agravamiento a medida que ha pasado el tiempo.
Mucha floritura verbal ha acompañado a los gobernantes y a sus colaboradores. De los estímulos al agro, al comercio, a la construcción y al turismo como grandes generadores del empleo, se ha hablado en abundancia. Pero con resultados flácidos, insuficientes para sostener los equilibrios sociales. Quizás porque la creación de empleo no ha sido una prioridad nacional para las administraciones que han coexistido relativamente indiferentes –digamos-. Lo apuntó recientemente el economista Guillermo Zúñiga al invitar al Banco Central a imponerse el abordaje del tema del desempleo con el mismo desvelo con que sigue la inflación.
Mientras sigamos en esa relativa indiferencia, esos altos índices de desempleo amenazarán con desencadenar desequilibrios sociales tanto o más graves que la inflación.
Sin embargo, algo parece asomar rumbos del cambio. La llegada a la presidencia del Banco Central del Dr. Rodrigo Cubero enciende un faro de esperanzas. En una reciente presentación de objetivos de su mandato reconoció que no solo importa reactivar la economía –como está ocurriendo “a pasito lento”-; también apuntó a la necesidad de propiciar un clima idóneo para la inversión empresarial y la generación de empleo (teletrabajo, jornadas laborales flexibles, flexibilización de cuotas a la seguridad social) y acometer el desafío que plantea el “desacople” que hay entre las necesidades que tiene el mercado de trabajo y la calidad de la mano de obra que concurre a él. Un reto que pasa por las instituciones dedicadas a la formación de mano de obra.
Nada es nuevo en la radiografía de Cubero. Lo que sí puede generar el prestigio que le acompaña, su autoridad profesional y el ascendiente que mantiene con el Jefe de Estado es la decisión de formalizar los compromisos con la creación de empleo como una resultante de la directriz presidencial que haga de esta cuestión una prioridad nacional.
Si el país –sus autoridades gobernantes, particularmente- no toman este reto en serio, en verdad que el desempleo puede tener peores efectos que el descontrol de la inflación.
(*) Álvaro Madrigal es Abogado y Periodista
