jueves 25, abril 2024
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Cuento corto: Un día cualquiera

De repente, un día se levanta, se despereza y se mete al baño, sale a desayunar con su esposa, el día luce radiante, ya llega el chofer oficial bien acicalado, él con su postura de hombre agradable, lo invita a desayunar. Conversan de cosas baladíes, esas cosas que hablamos para no estar en un silencio angustiante: hablar quita la timidez, dicen, termina y se va a cepillar los dientes, se despide de su esposa e hijos, sube al carro y comienza el nuevo día, viaja a poca velocidad, se lo recomendó un colega que lo antecedió en su puesto. Él es obediente, siempre lo fue, dice la mamá, desde el catecismo que se aprendía de memoria para recitarlo al padre Mora allá en Pavas. Mientras observa por la ventana las gentes sin techo recogiendo cartones y cobijas, desperezándose en el primer bullicio de la ciudad, piensa en lo mal que lo deberán pasar sin techo ni comida, pero recuerda la frase del padre Mora: “los pobres siempre los tendréis contigo”, Jesus dixit. Los ventanales aún cubiertos por persianas metálicas sucias, con grafitis tipo kínder, se pregunta cómo es posible que nadie pinta las persianas metálicas, bueno, casi nadie. Los pregoneros de periódicos pocos porque ahora casi todo es virtual y sin caros, vociferan titulares a diestra y siniestra, los vendedores de lotería empiezan a colocar su cajón, los limpiabotas del parque central marchan a ofrecer sus buenos oficios a los marchantes burocráticos que se dirigen automáticamente hacia los trabajos. La ciudad es de pronto un conglomerado donde el individualismo dentro de la colectividad (sic) es la regla, jóvenes en uniforme colegial, frescos y sonrientes, se dirigen a aprender para ser alguien, si es que eso es verdadero, de todas maneras quedarse en casa sería un tedio insoportable. La madre no los aguantaría una mañana jugando con el celular o escuchando música por los auriculares a todo volumen e ignorando el entorno. Ya abren algunas sodas céntricas, la gente llega poco a poco, el café va impregnando el medio ambiente, la gente se entusiasma, llegan más. Al doblar escucha las campanas de la catedral llamando a rebato, algunas mujeres prematuramente envejecidas con vestidos oscuros, suben lentamente las gradas de la catedral, van muy despacio, llegan más y las imitan, se pregunta si valdrá la pena eso, como se lo preguntaba al padre Mora en Pavas hace treinta años, un bullicioso grupo de travestís desveladas las hace apurar el paso hacia la casa de Dios. Ya hay filas de taxistas limpiando sus vehículos, mientras se moviliza la fila es mejor limpiarlo, ahora con Uber no se sabe cuando se irá el camarón. Las calles se van llenando de carros, mucho más carros de lo que pueden soportar las calles, se entremezclan con los buses que van pletóricos de parroquianos que van al yugo, bueno ahora es más bien un lujo, trabajar es un lujo, hoy como siempre cuesta tener un trabajo. Recuerda al ver una desteñida valla publicitaria, ¿cómo fue a ganar ese puesto? Él fue colocado ahí por llenar un espacio, ni siquiera el Big Chef creyó que lo conseguiría, tanto así que se apresuró a complicar más el país y se esmeró en caerle mal a los habitantes, que lo habían elegido por enojo contra el otro, sacándolo del margen de error de las encuestas a la mayor votación en la historia. Pero bueno, llega Mercurio retrógrado y zaz, se presenta el duelo: pro gais y pro aborto, contra una promesa neotestamentaria llevada a ultranza, una liga de iglesias que le para el pelo hasta al obispo Calvo y calvo, gana por dos cabezas por efecto mediático.

Ensimismado, llega a su oficina, lo aborda una horda de periodistas con celulares y grabadoras manuales, el chofer los evita como siempre y entra por la rampa secreta: ya está a salvo de la realidad, sube a su despacho y se dirige al baño, los huevos con tomate y gallo pinto  nunca fueron su fuerte.

Al regreso, sentado frente a él, su mano derecha lo saluda, entonces él como saliendo del letargo de dos años le grita: “¡a este país se lo llevó el carajo!”.

(*) Dr. Rogelio Arce Barrantes es Médico

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