viernes 29, marzo 2024
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El paradojal destino de la sociología contemporánea (II): Eugenio Rodríguez Vega in memoriam

“El método científico consistente en la construcción de TIPOS investiga y expone todas las conexiones de sentido irracionales, afectivamente condicionadas, del comportamiento que influyen en la acción, como “desviaciones” de un desarrollo de la misma “construido” como puramente racional con arreglo a fines. Por ejemplo, para la explicación de un “´pánico bursátil” será conveniente fijar primero cómo se desarrolla la acción fuera de todo influjo de afectos irracionales, para introducir después, como “perturbaciones”, aquellos componentes irracionales. De igual modo procederíamos en la explicación de una acción política o militar: tendríamos que fijar, primero, cómo SE HUBIERA esa acción de haberse conocido todas las circunstancias y todas las intenciones de los protagonistas y de haberse orientado la elección de los medios – a tenor de los datos de la experiencia considerados por nosotros como existentes- de un modo rigurosamente racional con arreglo a fines. Sólo así sería posible la imputación de las desviaciones a las irracionalidades que las condicionaron. La construcción de una acción rigurosamente racional con arreglo a fines sirve en estos casos a la sociología- en méritos de su evidente inteligibilidad y, en cuanto racional, de su univocidad- como un TIPO (tipo ideal),mediante el cual comprender la acción real, influida por irracionalidades de toda especie(afectos, errores), como una desviación del desarrollo esperado de la acción racional…De ESTA SUERTE, pero sólo en virtud de estos fundamentos de conveniencia metodológica, puede decirse que el método de la sociología “comprensiva” es “racionalista. Este procedimiento no debe, pues, interpretarse como un prejuicio racionalista de la sociología, sino sólo como un recurso metódico; y mucho menos por tanto como si implicara la creencia de un predominio en la vida de lo racional” Max Weber ECONOMÍA Y SOCIEDAD Fondo de Cultura Económica México 2012, p. 7.

Más allá de las formulaciones teóricas de sus maestros fundadores y de los resultados de los primeros trabajos de investigación empírica, en especial aquellos que alcanzaron cierta notoriedad, es un hecho evidente que la sociología en sí misma ha experimentado un paradojal destino, pasando de ser aquella especie de filosofía social, destinada a fortalecer el consenso social y a describir el modus operandi de la estructura de la sociedad, durante un largo proceso que la hizo convertirse en un instrumento múltiple para el estudio, y la explicitación de las grandes tensiones que han venido sacudiendo a las sociedades contemporáneas, al menos desde los tiempos de la gran revolución francesa, y en medio de las grandes paradojas del “progreso” que trajeron los procesos contemporáneos de  industrialización y urbanización aceleradas, los que no sólo transformaron la vida cotidiana de las gentes, sino su vida en general, sus maneras de percibirla y asumirla, trayendo a la superficie –por así decirlo- las evidencias de la complejidad creciente de la convivencia social humana y de su abordaje científico, no sólo desde la sociología sino desde las disciplinas de la economía, la geografía, la antropología las que, al igual que la sociología en estricto sentido, se ven enfrentadas a enormes desafíos, los que por momentos parecen hacer nulos los esfuerzos de responder a los requerimientos, cada vez más complejos y diversos de la especie humana, hoy enfrentada a cambios que serán irreversibles, especialmente aquellos ocurridos lo largo de los últimos dos siglos.

Ahora, en nuestro tiempo histórico, nos encontramos con que la gran  mayoría de la población vive en grandes urbes, como resultado de las migraciones rurales y los grandes procesos de conurbación, con los que la naturaleza específica de su vida social ha cambiado varias veces, de manera violenta e inusitada, arrasando las viejas costumbres, instituciones y prácticas culturales, y dando lugar a otras nuevas que no siempre responden a las demandas crecientes de un mínimo bienestar, ni tampoco a la necesidad implícita de explicar el sentido de la convivencia social humana, en un planeta cuyos recursos han demostrado no ser ya inagotables en menos de una generación, en tanto que los conflictos de la más diversa índole han alcanzado grados de violencia insospechados, a partir de la mecanización y uso de herramientas científicas en el destructivo despliegue de la guerra, especialmente en el conflicto armado (operaciones efectivas de combate). No sólo surgió la sociología comprensiva weberiana casi como una respuesta forzada al enfoque positivista inicial, sino que también afloraron distintas expresiones de una multiforme “sociología del conflicto”, tanto dentro de la tradición marxista con el abordaje de los temas de la ideología y la lucha de clases, como en la  que encuentra su asidero en el funcionalismo más proclive al estudio de la recurrencia del conflicto y su especificidad, como también una sociología del conocimiento que aparece, en medio de un gran debate, sobre todo en el marco la tradición filosófica alemana, en los primeros años del siglo anterior, acerca de la “naturaleza” del conocimiento y su producción en los intersticios de la vida social (v,g,r Karl Mannheim IDEOLOGÍA Y UTOPÍA 1929), la necesidad de su validación por parte de los distintos estamentos, estratos o clases sociales  acerca del fenómeno la “cultura culta”, pasando por el de la cultura en general, la producción y validación social del conocimiento científico, teniendo en cuenta el importante papel que cumplen los científicos como estamento social organizado para la producción y el resguardo de su acervo, la distribución diferenciada o desigual del “conocimiento” sistemático en el orden de lo político entre las élites, asumidas como minorías selectas, y el que asume o recepta  la gran mayoría de la población, siempre carente de la información y de los medios que le permitan convertirla en conocimiento efectivo sobre la complejidad creciente de esas temáticas, las que tienen serias incidencias en su vida cotidiana.

Hace ya un siglo, el debate que fue surgiendo sobre la aplicación de los métodos de la sociología comprensiva de Max Weber al estudio de las singularidades históricas, dio lugar a una atmósfera cultural que tuvo muy variadas consecuencias para el desenvolvimiento de la nueva disciplina, en medio de un período histórico de grandes convulsiones sociales con el despliegue de las potencialidades del capitalismo y el industrialismo, desde las últimas décadas del siglo XIX, las dos grandes guerras mundiales y las situaciones revolucionarias a que dieron lugar. Si bien la sociología seguía ocupando un lugar muy importante en la explicación y la perpetuación del orden social existente, los estudios de la sociología de la religión y de los componentes del ethos de algunas de ellas en la construcción de las mentalidades que hicieron posible el surgimiento del capitalismo y de la modernidad occidental, la aparición del tema de la intersubjetividad y el del protagonismo, en alguna medida volitivo, de los diferentes actores sociales  involucrados dieron un cierto vuelco a la visión mecanicista del orden social establecido, tan característico de la sociología francesa y de la estadounidense posterior, en términos de algunas de las más importantes formulaciones del estadounidense Talcott Parsons(1902-1979), quien si bien fue un estudioso de la obra de Weber en sus primeros años formativos, cuando incluso residió en Alemania para estudiarla y conocerla in situ llegando a formular su trabajo doctoral a analizar en parte las ideas del sociólogo alemán (v.g.r Georges Ritzer TEORÍA SOCIOLÓGICA CLÁSICA), no adoptó en su análisis el tema de la intersubjetividad, al menos dentro en su famoso sistema funcional (estructural-funcionalista) o sistema de la acción de las variables pautas, destinado a ser aplicado en el estudio de los temas propios de la antropología, la sociología y otras disciplinas de las ciencias sociales contemporáneas, pero que también trajo consecuencias para la visión sociológica del ser humano, condicionado por esas estructuras tan rígidas del funcionalismo estructural, con sus sistemas social, cultural y de la personalidad.

El capitalismo de la modernidad con su racionalidad instrumental basada en el cálculo matemático y en la existencia de un cierto orden jurídico bien establecido se conformó como una individualidad histórica, unos factores que era preciso comprender, y que nos obligan ser cuidadosos cuando se emplean términos como “capitalismo” (s) y de las “clases” o “estatus de clase”, propios de la contemporaneidad, de fines del siglo XIX, principios del XX, y en el tiempo transcurrido desde entonces.

Los tipos ideales, como una parte de metodología de las ciencias sociales que formuló Max Weber, dentro de su “sociología comprensiva”, fueron elementos esenciales en la elaboración de los alcances su célebre estudio acerca de ¿cómo la religión, dentro de su evolución particular en el mundo occidental, había jugado un papel importante en la génesis de un capitalismo como el que conocemos en la escena contemporánea?, no precisamente aquel capitalismo “aventurero” o basado incluso en fenómenos como la “piratería” y el “saqueo”:  a manera de ejemplo nos encontramos con lo que Max Weber llamó “el espíritu del capitalismo” que fue una herramienta teórico metodológica importante para la elaboración de las hipótesis acerca de la la manera en que la ética calvinista habría dado lugar a la emergencia de un cierto tipo de ascesis, mucho más propicio en su despliegue que el ascetismo católico medieval para que surgiera ese “espíritu del capitalismo”, al que hemos venido haciendo referencia.

Mientras intentaba reflexionar en voz alta, que es lo que he venido haciendo a lo largo de estas páginas, vino a mi memoria el recuerdo de mi amigo Eugenio Rodríguez Vega(1925-2008), a quien de alguna manera hago responsable de que me internara en los caminos tortuosos y complejos de la sociología, no tanto por nuestras conversaciones siempre amistosas a lo largo de muchos años, sino por la lectura de sus APUNTES PARA LA SOCIOLOGÍA COSTARRICENSE(1953) que publicó, por primera vez, allá por 1954, sin duda una contribución germinal a la reflexión sociológica en nuestro medio, un texto que llegó a mis manos cuando era muy joven en los primeros años de la década de los sesenta. Valga esta mención a su recuerdo como una muestra de gratitud.

(*) Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor.

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2 COMENTARIOS

  1. Ya no hay gente como don Eugenio. Un hombre culto en todo sentido. Servidor público, educador, y de gran honestidad intelectual.
    La mediocridad se ha apoderado de nuestras instituciones, ahora cualquiera es diputado o contralor, solo se requiere ser servil.

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