jueves 25, abril 2024
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Ikaro entre nosotros

El lienzo renacentista de Pieter Brueghel, Paisaje con la caída de Ícaro, explora un monumental detalle. En su borde derecho, abajito, se observa una minúscula figura humana, la de Ícaro, ahogándose, cuyo rostro ni se ve, pero quien es víctima de uno de los desastres aeronáuticos más legendarios de la mitología griega.

Ícaro fracasó. Voló muy cerca del sol y la cera se derritió. Sus alas se esfumaron. Muere, irremediablemente, sin que la cotidianidad del bucólico paisaje altere su ritmo y su afán.

Deliberadamente la muerte de Ícaro no es el tema central de la pintura. ¿Cuál es? La atención de nuestros ojos se dirige hacia los barcos y hacia las sólidas ciudades que posan a la distancia, hacia el campesino inmerso en el arar del día, sin distraerse por nada más. Ícaro, en su desgracia, es ignorado, sin que medie maldad alguna. Quizá sea buena noticia saber que nuestros “grandes fracasos” en el fondo y a la larga no interesan a nadie o a muy pocos roban el sueño, porque uno pertenece más al reino de los olvidos más que a ningún otro. ¿Vale la pena morir por los veredictos de la opinión ajena? ¿Por los de Dios? En nuestras mentes a veces alucinamos “normal” de que somos el centro del universo, de que la gente debe leer nuestras mentes y saber lo que queremos ¡Hechicería de la mala! La oscuridad y el olvido a todos nos aguarda.

Los hechiceros de Dios conocen de esta angustia existencial. Se extienden en la presentación de un Dios maquiavélico, obsesionado con nuestros fracasos (pecados), embarcado en una justicia transaccional (quid pro quo) que deja de lado el mérito de la compasión. Se nos ofrece, tontamente, el centro del universo. Por otra parte, desde mi patio, me adhiero una especie de “cristianismo existencial”; desde ahí es que yo prefiero asumir en toda su magnitud la evidente y relativa fragilidad humana, que lejos de ser una catástrofe, es una invitación a la generosidad y a la compasión. Seamos solidarios, ya no podemos seguir pagándole al FMI nuestra deuda. Es inmoral seguir pagando. Hay que luchar ahora; es la diana de la insurrección. El FMI es un cáncer que debe ser extirpado, como este virus, para que podamos vivir. Malévolo es cargar sobre los empleados públicos la culpa y los deberes en la presente angustia. Porque si hay una mea culpa que endilgar débase al capitalismo, todavía más insufrible en su reconversión neoliberal.

Todo el mundo quiere un final feliz y pronto, pero creo que no existimos dentro de dichas perspectivas. Las coordenadas del humanista y el místico deben ser otras. Hay que aprender a amar al bien por el mismo bien y sin esperar recompensa. No hay que postergar la Revolución. Eso nos pide el presente trance. Arar el camino a Dios, con un silencio genuino y desinteresado, es la ruta que seguir entre los creyentes, sabiendo de antemano uno que somos polvo del viento y aire del olvido. Para los fundamentalistas el anonimato frente a Dios es un horror que se paga con suplicios. Desde mi punto de vista, olvido e intrascendencia, no son ningún problema; la apuesta es amar como Jesús nos amó, en el breve espacio que tenemos, como lo hizo el propio Maestro.

(*) Allen Pérez es Abogado

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