—Y cuando no hace calor está muy caliente. Estados Unidos de América se lo buscó: merecidamente tienen a Trump, pero sin COVID, mucho COVID, sólo La Gran Manzana picó a cerca de 30 mil gusanos que ya pasaron a otra dimensión. Son muy afortunadas estas gentes abaleadas y renacidas allá en el paraíso infernal…
El profesor E. A., había sido un catedrático afamado de Filosofía y Letras en la principal universidad pública de mi país. Yo fui su alumno aventajado y discípulo más amado, pero hacía ya cinco años se había vuelto loco cuando su mujer huyó con un poeta nicaragüense de tercera, truhan y casanova.
—Es de destacarse, querido Ruffo, que también cuando no hace frío se está uno incómodo, sobremanera congelado.
—¡Sin duda alguna!
—Tanto como el gringo loco del peluquín zanahoria, el presidente de aquí es la desgracia afortunada para esta república Banana Split, pronta a cumplir 200 años de esclavitud abarrotando al mundo de helados barco de banano.
—¡No pueden quejarse, un postre exquisito my teacher!
—Este de aquí sabe del arte maquiavélico de gobernar como el Papa de criar cochinillos, aunque en su Gabinete de ministros es un ducho veterinario, al punto de no castrar al chivo de Hacienda, un verdugo con el pueblo empujándonos tributos hasta la garganta. ¡Paloma Negra Chavela!
—Le comprendo, Maestro. Ahora las cosas van al revés. ¡Vivimos en un mundo notablemente ridículo!
***
Esa fue mi última visita al sanatorio Chapuí porque mi ex profe «se creyó goma de mascar colocándose furtivamente en medio de las llantas traseras de un camión cargado de camotes que iba en reversa en el parqueo del nosocomio psiquiátrico».
Así lo relató La Extra en su edición de ayer.
¡Y al enterarme lloré lágrimas de fuego a menos 30 grados Celsius!
—El banco de la Cosa nostra es todo el Vaticano y en su bóveda real retozan los cardenales con tiernos niños aturdidos con Diazepam. Los mueven las monjas proveedoras de los orfanatos romanos. Me lo reveló esa bella dama —mi entrañable mentor enajenado señaló a una alta y elegante mujer en la sala de televisión que aseguraba a viva voz era Cleopatra.
—¡Soy Cleopatra, el poder total de la Vía Láctea, más les vale sigan mis instrucciones!, —vociferaba ante por lo menos una treintena de pacientes acojonados en sus sillas que, presas de un terror rayano en la cordura, miraban en todas direcciones aguardando entrara Julio César con sus legiones.
«Cleopatra» sabía cómo nadie el arte de dominar a los locos porque, según mi antiguo profesor, por tres lustros había fungido de subdirectora de ese legendario centro de disminuidos psíquicos. Cuando vino el tiempo de jubilación de su jefa, nombraron a una colega suya de menor jerarquía y experiencia y eso bastó para verla caer en las lunas de la locura.
—¿Sabes algo, mi pupilo?
—¿Qué, mi maestrito?
—Este minipresidente con sus dos dedos de frente debe ser postulado para El libro Guinness de los récords, ¡ni un macaco exhibe cerebro así!
—Pero estimadísimo, es casi imposible: corromperían a la junta de notarios testigos y este gobernante en disminución terminaría como el más sabio del mundo. Y es harto sabido ese lugar sólo está reservado para Albert Einstein.
En sus escasas treguas de tímida lucidez, este genio caído en la demencia más pasmosa mostraba algún resabio de su anterior celebrada cordura: «Nuestro mandatario es el gran espejo del pueblo. Si esta pobre nación necesita retocar su rostro idiota con mueca eterna de felicidad inflada, pues únicamente debe ver a su Elegido».
—¡Sin duda alguna, puedes establecerlo así!
—¡He dicho soy Cleopatra y deben sometérseme desde ahora si no les apago la tele!
Y los locos, de rodillas ante «su reina» suplicaban no cometiera ese atroz crimen tecnológico de dejarlos sin las cuarenta y ocho pulgadas de la pantalla plana. Ladraban, maullaban, balaban, rugían y graznaban como cuervos impidiendo tan ominosa acción.
—Soy un Bubble Yum de tutti frutti en las fauces del presidente macaco cogobernando con el virus más famoso de toda la historia. Algunas veces, mascando el poder, confundido, sin querer me traga y le traspaso hasta el retrete. ¡Nunca constaté un saco de estiércol como ese, ni los cagaderos de los elefantes en África!
—Tendrá su consejo de nutricionistas progres bien remunerados -tercié.
—¡Cómo ningún rey consentido en su exclusiva burbuja, ya puedes jurarlo!
—¡Lo juro!
—Y en esta ‘universidad’ nos tienen con un régimen dietético agresivo y obsceno de tres tiempos con sopa de batatas y bananas como postre y los domingos de premio un helado barco de banano tricolor, en alusión al Bicentenario de esta República Banana Split.
—¡Cleopatra, les digo que soy Cleopatra hijos de la gran puta!
La rubia dama extrajo debajo de sus enaguas un grueso tubo de hierro y, al ver aquello, los locos corrieron desbandados como aterrados ñus cruzando el río.
Una docena de fornidos enfermeros con cascos azules y camisas de fuerza irrumpió en el amplio salón de entretenimiento. La sirena no paraba de aullar, todo tornó en un pandemónium de antología.
Mi profe y yo corrimos hasta la mesa de ping-pong quitando a golpes a dos locos reacios que jugaban sin percatarse de la situación. La volcamos retrocediendo hasta un ángulo del recinto usándola de escudo ante el millar de objetos que llovían en todas direcciones.
—¡Ha llegado la blanca Guardia Pretoriana de mi amado, ahora sabrán lo que es obedecer a Roma! -anunció finalmente Cleopatra.
—Esté usted tranquilo, mi Ruffo, sólo se trata de la clase de Historia Universal -me aclaró el profe.
—Es toda una notable lección magistral, Maestro. De Cassius Clay un periodista deportivo dijo: «baila cual mariposa y pica como abejón».
—¡Gran filósofo!
—¡Cómo ninguno!
Y no podíamos sustraernos a tanta emoción académica que había tomado el control de aquel salón. Mi Maestro me haló del brazo y nos sumamos a la bola de estudiantes sublevados contra el implacable poder de Roma.
FIN
***
Del libro inédito de relatos «Golpes bajos» que publicaré este año.
Ya pueden conseguir directamente mi obra «Los perros también soñamos». Información a través de mi WhatsApp: 506 85-28-84-87. Veragua Ediciones, 20 relatos, noviembre de 2019. Precio para Costa Rica: 7,000 colones incluye correo certificado. $20 totales para el extranjero.
(*) Frank Ruffino es Periodista y Escritor
¡Gracias estimadísimo colega!