miércoles 24, abril 2024
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Neocronología a prueba de fes

A lo largo de los últimos meses estamos asistiendo a un cambio de paradigma que, según como se mire, hace años que ha empezado. Se está desmoronando el orden establecido, y tras él reclama su espacio una nueva cosmovisión civilizadora, donde parece que Occidente deberá renunciar a su hegemonía. Y este episodio empieza con el Concilio Vaticano Segundo, que es cuando el Papa de Roma reconoce la diversidad religiosa alternativa a la cristiana, tras el descalabro fascista de la Segunda Guerra Mundial. Antes, sucumben múltiples imperios y, antes, una autoridad judía que se ha debido reordenar alrededor de un Estado de Israel cuyo proceso de aceptación no ha seguido los pasos deseados por sus protagonistas, al menos del modo en que se concibieron.

Estamos pues, a las puertas de una gran transformación, en la que se abren paso nuevas voces, mientras retoman su autoridad voces calladas por la opresión colonial, ejercida desde Occidente. Pero, precisamente por esta razón, debemos estar atentos, y actuar con responsabilidad, o de lo contrario se desencadenará un conflicto de legitimidades indeseable, a costa de la justicia universal. Por ello, es necesario volver a la historia, y explorar cómo, cuándo y porqué hemos llegado a esta situación. Y un camino es, pese a parecer a simple vista insólito, el repensar la base de los calendarios que estructuran la historia. Existe, de un modo evidente pero muy mal aceptado, un pasado falsificado, en el cual se ha creado un relato que, pese a haber realizado una función aglutinadora, ahora se ha convertido en un problema. Y es el relato sagrado de las grandes religiones, que se han alejado de su origen común.

Hará unos siglos manipular la historia era una tendencia razonada y razonable, en que se labraba una cosmovisión simbólica junto a un proyecto imperial. De una simbología astral se pasó a un texto sagrado, que derivó en una antigüedad mítica, en la que se crearon grandes arquetipos fundacionales para cada nación, cultura y religión. El poder gobernante sedujo a las conciencias, y las inconsciencias colectivas se sedujeron a sí mismas, del mismo modo que se hace, sistemáticamente, hoy en día. Pero, pese a esta gran evidencia, que parece irremediable, ya no tiene sentido seguir por este camino (o no debería tenerlo). En cambio, sí lo tiene dejarlo al descubierto, para rehacer el derecho a la conocer la historia natural humana, y comprender la gran humanidad, errática, que se esconde tras ella, así como los grandes sacrificios que ha provocado para crear una pretendida civilización que, sin duda, se puede y se debe mejorar.

Resultado de la universalización de una historia consensuada, que en realidad nos ha sido impuesta, nos aferramos, erróneamente, a la idea de una idea de la historia a la que no queremos renunciar, hecha a medida de los poderes que la dominan, y a un calendario con unos documentos falsos o manipulados que han ocupado los grandes archivos, las grandes bibliotecas y los grandes museos de todo el mundo. Pero, sobre todo, nos aferramos a una múltiple y variada identidad nacional idealizada que también es el resultado de una adulteración, a gran escala. Negamos la evidencia de una construcción simbólica interimperial, porque parece imposible que pueda ser real, y profundizar en ello no es una opción lógica porque implica descapitalizar las bases históricas que caracterizan a las comunidades humanas, y no estamos dispuestos a hacerlo. No sabemos renunciar a la historia escrita y abrir el paso a otra de la que apenas sabemos nada, y delata nuestra ignorancia. Nos obliga a hacer un esfuerzo que sobrepasa y mucho la capacidad real de repensar el sentido común colectivamente.

Veamos dos ejemplos paradigmáticos. En el caso de los castellanos, no es sencillo renunciar a la narrativa de la glorificada Reconquista y, sobre todo, a la del Imperio Español, por no decir el Siglo de Oro. Y, en el caso de los catalanes, no es sencillo renunciar a cuatro siglos de Generalitat de Catalunya, presididos por el brazo eclesiástico, así como a la larga genealogía de la Casa condal barcelonesa, a los épicos almogávares o a la milenaria raíz románica, de la misma forma que les ocurre a los franceses, los ingleses, italianos, etc., con sus respectivos fundamentos nacionales. Todo existió, pero de una forma más breve, más cercana y menos cristiana, romana y latina. El poder de los Anjou, y el de los Aragón, que se repartieron el Reino de Jerusalén, apunta a otra explicación, relacionada con la transición de la Orden del Templo de Salomón a la de San Juan Bautista, y al traspaso de los poderes de Oriente hacia Occidente. La Roma italiana se basa en una usurpación histórica, tal como lo es el origen del latín y la figura de Cristo, y todo tiene que ver con el poder de un gran linaje internacional que (hará unos cinco siglos) ocupó casi todo el mundo. La iglesia cristiana, el Papa y los grandes emperadores (desde el Oriente al Occidente), así como los monarcas y condes europeos, crearon un pasado propio que borró su raíz tártara, persa, egipcia y hebrea; para construir una legitimidad política sobre los pueblos que custodiaban, a través del relato histórico que reescribieron. Nada es lo que parece, ni es tan legítimo, honesto y real como nos han hecho creer. Y esto es demasiado grande, demasiado indeseado, demasiado preocupante… para creerlo, y precisamente ahí reside su fuerza, su capacidad de contener las conciencias más críticas, por muy liberadas de complejos que estén.

Detrás de esta reconstrucción hay un espacio para la controversia, que es inevitable. Pero se trata de una hipótesis razonada, estructurada con las pruebas científicas de la Nueva Cronología de Fomenko y Nosovskiy, en que se abre la puerta a la idea de comprender la realidad con otros ojos, invitando a todas las mentes abiertas a colaborar en su exploración. Tras ellos existe el trabajo de otros eminentes científicos, como Isaac Newton, Nikolái A. Morózov, Wilhelm Kammeyer o Uwe Topper y Heribert Illig. Ésta es la idea del libro La vía cronológica, escrito por la misma mano que la de este artículo. En base a este trabajo colectivizado vivimos en un falso pasado, dilatado. Y en esta dilatación se han creado falsos imaginarios, como el de una cristianización popular de unos poderes de raíz judía, que en realidad antes fueron egipcios, persas y tártaros.

El libro La vía cronológica se estructura en cuatro partes, si bien comienza demostrando la falta de rigor de los métodos de datación tradicionales, en especial el del radiocarbono. Sólo hecha esta aclaración es posible adentrarse en él. La primera parte se titula «La manipulación», y comienza con un capítulo dedicado al Institut Nova Història, o INH, en la medida en que se destaca su capacidad de abrir un debate crítico con el relato oficial, y los resultados obtenidos. Este corriente catalán explora la manipulación castellana de la historia de España, a costa de la de los catalanes, defendiendo la hipótesis razonada de que Cristóbal Colón era catalán como lo hiciera el historiador peruano Luis Ulloa, y tiene el mérito de haber rebasado una línea roja, que la Academia se niega a cruzar. Pero no llega a pisar la línea neocronológica, por múltiples razones, entre ellas la fe cultural. El proceso de la hostilidad castellano-catalana intercede en su investigación. Y se retroalimentan, del mismo modo que la susodicha hostilidad enroca con los posicionamientos españolistas, con mayor determinación. Pero este pulso no centra la atención del libro, todo lo contrario, se trabaja por encima de él y, en todo caso, se resalta la capacidad subversiva del INH, en la medida que cuestiona el conservadurismo académico que aquí se pone en evidencia, y se valora sumamente el ejercicio legítimo a la controversia razonada que ejerce. A partir de esta introducción, la atención del libro se centra en demostrar los fundamentos de la hipótesis razonada del traspaso cronológico del descubrimiento de América hacia el tercer cuarto del siglo diecisiete, justo antes de la Guerra de Sucesión Española. Para hacerlo posible, se muestra la investigación documental que explica cómo se ha manipulado la historia global, en especial las de Roma y de España, y la creación del poder “occidental”. La segunda parte se titula «La conciencia», y en ella se transcribe la capacidad de manipular la historia a partir de la lógica de sus mensajes subyacentes, pero, sobre todo, como respuesta inconsciente a dar validez a la voz oficial, para hacerse escuchar. A continuación, en la tercera parte, se presenta una síntesis de la Nueva Cronología de Fomenko y Nosovskiy en la que se resaltan los métodos de datación astronómicos y el análisis de las duplicidades históricas descubiertas con la técnica estadística. Luego, se complementa el alcance de esta investigación con la reconstrucción de la historia que los matemáticos rusos proponen, desde el análisis hipotético contrastado. A partir de aquí, una vez establecido un nuevo marco cronológico sobre el cual explorar la realidad, se introduce la reconstrucción que hace la Cronología X-185, y los patrones temporales detectados, hasta concluir una tesis razonada sobre la gran parábola de la historia resultante. Finalmente, en la cuarta parte se presenta con más detalle la reconstrucción de la historia siguiendo el hilo bíblico y, poco a poco, se va incorporando la historia oficial (reordenada) hasta el siglo dieciocho, para luego enlazarla con los eventos principales de los siglos diecinueve, veinte y veintiuno. En esta línea, se destaca la historia de las disputas interreligiosas hasta la aparición del Cristo mesiánico, donde los hechos del 1263 (Disputa de Barcelona) se desplazan al 1633; la epopeya del césar italiano-catalán Roger de Flor, del 1303 oficial, al 1673, coincidiendo con la Disputa de Tortosa del 1413 (que también se desplaza al 1673); la caída de la Orden del Templo de Salomón, del 1307, al 1677, coincidiendo con el descubrimiento de América, que salta del 1492 al 1677; y los pleitos de Colón se desplazan del 1529 al 1714. A modo de aclaración, destacar que, en el año 1413 oficial, en contra del sentido común, unos judíos conversos reúnen a los rabinos catalanes para convencerlos de la llegada del Mesías y la autoridad cristiana, cuando teóricamente este tema hacía mil años que se había zanjado. Pero la realidad neocronológica es otra. La empresa catalana fue el último episodio templario, bajo el ideal de una cruz mesiánica liderada por Ramon Llull, que construiría un meta-ideal cristiano renovado que confluiría hacia una hostilidad religiosa, colonial y europeizada. Los hechos del fin de la Orden del Templo de Salomón (del 1307) coinciden en el tiempo neocronológico con el desmantelamiento definitivo de la autoridad de Aviñón (del 1417), con el descubrimiento de América (del 1492), y con el inicio del gran pulso romano y francés para liderar el mundo, que acaba con la Guerra de Sucesión Española. El año 1307 es el 1417, el 1492 y el 1677. Pero, entre los años 1707 y 1715 los catalanes son derrotados, y se reescribe la historia. De esta manera, entre los siglos diecisiete y dieciocho se crea una decadencia judía antes de una de catalana, para esconder la pluma manipuladora del cristianismo inquisidor que desea construir una autoridad franca, hispana y romana, artificial, basada en una pretendida autoridad histórica a prueba de escépticos. Pero la historiografía lo “delata”. En todos estos episodios se trata el mismo tema: la última gran cruzada y el control del liderazgo de Europa desde el cual dominar al mundo e imponer un nuevo imperio, eminentemente colonial, cuya capital acabará reflejándose en el templo de San Pedro del Vaticano.

Detrás de todo ello se encuentra el mayor misterio de la humanidad: el del significado oculto de los textos sagrados, y el del sentido del libro de las profecías, el Apocalipsis, que no predice el futuro, sino que rebela el pasado y promueve un futuro cristiano, de la mano del proyecto colonial que hace de la espada religiosa su fundamento último y principal. Y nos habla de la transición del poder del Faraón al del Gran Kan, quien lo traspasa al Preste Juan, y éste al Papa de Roma, siempre con la perspectiva de la autoridad de un imperio celestial. Todos son el mismo rostro, con diferentes vestiduras, que honran a diferentes iconos, el último de las cuales es el Cristo mesiánico. A medio camino, está el dragón imperial que corona al rey Alfonso el Magnánimo, que resalta este artículo. Es una espada principal de la bestia del Apocalipsis.

(*) Andreu Marfull Pujadas, Profesor en Planificación y Geografía Urbana a la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, México.

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