miércoles 17, abril 2024
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Dimensiones de un linchamiento público

Deseo compartir algunas observaciones que tengo en mente, en tanto he podido ser partícipe de los acontecimientos  que en las últimas dos semanas han estremecido a los Estados Unidos y a buena parte del mundo. Muchas cosas de estos días hay para reflexionar, pero  ahora solo quiero referirme a dos en particular: 1. a la descentralización y autonomía del movimiento de masas y, lo que es sobresaliente,  a  su inteligente eficacia; 2. a la radicalización de las demandas democráticas  que pusieron en duda la legitimidad del Estado ante la ausencia de equidad y justicia en el afligido universo social estadounidense.

En cuanto al primer aspecto, cabe destacar que el movimiento no tuvo una cabeza que dirigiera la acción, sino una constelación inagotable de ellas y una causa muy sentida, muy conocida, que explotó como la gota espantada que derrama un cántaro con agua hirviendo. El pueblo mostró un músculo inédito en la historia estadounidense, pues siendo la masa un conjunto heterogéneo de individuos y organizaciones logró imponerse con contundencia en la conciencia de la opinión pública. Tanto así que obligó a los políticos “moderados” del “establishment” a doblar sus rodillas y abrazar la causa como en el caso de Joe Biden, cuyo prontuario en materia de equidad racial queda debiendo y que como senador del estado de Delaware (en los 80s y 90s)  tuvo parte en la criminalización  y encarcelamiento abusivo de los afroamericanos, como correctamente lo investigó el New York Times. Nadie fue dueño de la causa y la masa exhibió las bondades de la organización descentralizada y autónoma, fue la democracia en su más pleno sentido, la libertad en su filo más agudo: fue una primavera.  Las miles de reuniones por zoom o por teléfono, la belleza intelectual de producir manuales de cómo protestar, las brigadas de seguridad y primeros auxilios, el arte contestatario y otras mil respuestas, coadyuvaron a brindar un perfil propio a la justa causa. Se impuso, entonces, la pesada demanda de las reformas estructurales a todo nivel político y social.

En cuanto a lo segundo, si bien es cierto que todo empezó con el linchamiento público de George Floyd, la protesta se esparció como pólvora dada la gráfica evidencia de la cámara y pocos pudieron imaginar las consecuencias que dicho acto testimonial acarrearía.  Lo cierto, es que el trato discriminatorio no solamente es el pan nuestro de cada día del pueblo afrodescendiente, sino también de los otros segmentos sociales de color, incluidos los latinoamericanos.

Ante tanta ignominia, ¿por qué la juventud blanca y urbana abrazó con tanta pasión la protesta?, ¿por qué tanta fraternidad interétnica?, ¿por qué de la increíble solidaridad de estos jóvenes con la protesta antiracista?, ¿por qué ahora y no antes?, ¿de dónde salió el portento de motivación y entrega de quienes ni por asomo eran víctimas de una sistemática brutalidad  policial? No hay duda de que los jóvenes blancos saben e intuyen que la sociedad en la que viven es estructuralmente racista; pero también hay otro motivo aún mayor: ellos mismos.

La capas medias (blancas) de jóvenes urbanos como en alguna medida los de la geografía  rural, han crecido frustradas, enojadas y desalentadas.  No es la pobreza ni la brutalidad policial, es otra cosa.  La economía estadounidense había engordado y mucho, con excesos inéditos tragados por las gigantescas corporaciones y por Wall Street hasta hace unos pocos meses; su espectacular crecimiento se ilustraba con tasas de desempleo al mínimo histórico. Pero dichas elevaciones ocultaban su precio: un tajante descenso en el nivel de vida de la clase media (ni que decir de la pobre), como de las EXPECTATIVAS que el estudio, el trabajo y el esfuerzo deberían rendir en buena lid, incluida la gratificación existencial. La realidad es otra. El “sueño americano” yace perdido, como sumergido en un inmenso lago de objetos perdidos.  Ronda el sentimiento de que han sido estafados. Saben que el contrato social  fue roto hace tiempo.  Comprar una casa es un sueño, endeudarse para estudiar en la universidad un suicidio, el acceso a la salud y a las medicinas es draconianamente adverso, las condiciones de trabajo asfixiantes, mientras esta juventud observa estupefacta como una minúscula clase de billonarios chupa como vampiro la sangre y el sudor de estos mismos jóvenes. Pero la tormenta perfecta estaba ahí presente: la pandemia y el desempleo. En cierta forma quienes aquí vivimos de puntillas, como no queriendo quebrar cristales en nuestras vidas personales.

No me sorprendió ver a jóvenes trabajadores (ingenieros incluidos) de Google y Microsoft, de Facebook y Twitter, unirse a esta insurrección cívica. La distribución de la riqueza entre el 1% más rico y el resto de la población es procaz y obsceno y lo sabe todo el mundo. Vox populi es que también el sistema ha desatado una angustia existencial. “¿para qué laboramos hasta dos trabajos, si poco a poco se muere uno mental y físicamente”, es lo que se confiesan entre sí las jóvenes generaciones de la cultura digital. Este sentimiento producto de un sistema social  moralmente quebrado, que hace del joven blanco una especie de siervo de la gleba del siglo XXI, robándole expectativas y vitalidad, no es todavía un reclamo completamente deletreado en la protesta pero que subyace con luces prendidas en un fondo  real y dinámico.

Son los recovecos de la libertad.  Esta es la pista para explicar la fantástica sinergia de blancos y negros juntos junto a las otras minorías étnicas se abrazaron como un fuego. Si algo distingue la presente lucha de la dada en los 60s es que, por primera vez, la mayor parte de la mayoría blanca se identifica con el canto libertario de los afrodescendientes. Si a lo dicho se agrega la letanía de consignas y políticas de Estado de corte filofascista enarboladas por Trump, se entenderá del por qué de tanta y profunda efervescencia, asunto que permitió una alianza moral y política entre diversos bloques sociales.

El supremacismo blanco fue y es una ideología de dominación colonial donde, por dicha, no es el pigmento de la piel lo que impide optar por lo moralmente correcto.  El punto es entender de dónde proviene la opresión de todos y comprender por qué somos oprimidos; los de color y los blancos, hombres y mujeres, trabajadores del campo y la ciudad, discapacitados, gays, lesbianas y trans, en fin, toda esa multitud de gente con la que Jesús de Nazaret hubiera marchado. Black Lives Matter como ningún otro movimiento ha inspirado la comunalidad internacionalista sea en Londres o Sao Paulo. Ya los sabemos en  los Estados Unidos. La agenda es una: descolonizar nuestras mentes, nuestros cuerpos y a nuestros pueblos.

Entendimos que el experimento estadounidense estaba colapsando por su pecado histórico original ( la esclavitud) y la salvajada expoliadora que se conoce como neoliberalismo. Como los volcanes que se toman su tiempo para explotar, la Historia paciente aguarda y su reloj no detiene. La Historia no conoce de un punto final, fluye y fluye sin horizonte que lo limite pues ello es el destino de la Libertad. No hay imperio  que por poderoso que sea se jacte vestirse de eternidad. La lucha por la Libertad, claro, requiere avivamientos, de momentos de inflexión  y de nuevas visualizaciones. Se iluminó en conciencia la masa cuando Trump convocó al ejército a reprimir, una inaudita amenaza a todo el pueblo, pero particularmente dolorosa para los negros y otras minorías étnicas, como la nativa que ha sido  subyugada casi hasta el exterminio. Todo ello hizo recordar  como cierta la naturaleza colonial de la opresión étnica  que se vive al interior de los 50 estados, territorios, incluida la colonia que es Puerto Rico.

Existe un paralelismo entre los pueblos colonizados y constantemente neocolonizados dentro de las fronteras de la Unión con las experiencias de otras naciones que fueron y siguen siendo colonizadas por la esquizofrenia capitalista. Tenemos un enemigo común: el cruel orden económico global, con sus guerras, su terrorismo, su miseria espiritual. El supremacismo blanco  es  una doctrina clásica de la opresión de las naciones y testimonio de ello es lo que ahora ocurre en la tierra de Malcolm X.  El antirracismo es una causa global y profundamente antineocolonial.

Si bien los titulares de la presente coyuntura se resumen en “Black Lives Matter”, en el linchamiento de George Floyd, también existe a la par de ello una pléyade de demandas democráticas pertinente a otras etnias de color; expresa incluso un profundo cuestionamiento del status quo en su conjunto. La movilización enhiesta y decidida de las masas le propinó un duro revés a los siniestros planes de Trump, quien se refugia colérico en una Casa Blanca amurallada. Las masas agrietaron el poder opresor, dividieron a los generales y políticos, sacudieron a la prensa y al mundo, cabalgata épica que no es otra cosa más que una formidable victoria.

(*) Allen Pérez es Abogado

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2 COMENTARIOS

  1. Cuando uno lee un escrito de un inmigrante en EEUU como Allan,no deja de preguntarse uno :
    que habra visto el articulista en EEUU para emigrar a ese pais ? Obviamente no se encuentra satisfecho de lo que creia era el mejor lugar del mundo,donde vivir y formar familia.Es inexplicable que con estas experiencias que nos cuentan, millones arriesgan su vida por irse a vivir al imperio de todas partes del mundo,razas y religiones. Es un enigma !!

  2. Don Javier: Muy amable por su atento comentario. Déjeme comentarle lo siguiente: Siempre digo que soy un ciudadano del mundo, pero que no obsta para decir que en mi corazón llevo tres amores de gente y circunstancias: Costa Rica, Nicaragua y los Estados Unidos. Por este último, por el imperio, he sentido un entrañable afecto, pues siempre lo he considerado (cabe decir, desde experiencia personal) un granero de posibilidades intelectuales y espirituales hermoso. Ello no significa que sea imperialista, que suscriba las diversas versiones y variaciones de tono del supremacismo blanco, asidero fundacional de un cuerpo federal que se plasmó a contrapelo en una famosa declaración de independencia, pues esta discrepancia entre la letra y la realidad me llevó a ser decididamente antiimperialista aquí y afuera.
    Enfrentar y denunciar al imperio es fundamental; es recordar la impiedad infligida sobre millones de africanos hechos esclavos y la explotación inmisericorde del obrero y los inmigrantes, es tener presente los pesados prejuicios que hieren la humanidad del hispano y del latino aun la de los nacidos aquí. La Historia no es de un punto final. El colonialismo impuesto a nuestros pueblos americanos se transformó en neocolonialismo impuesto a punta de verborrea democrática que en el análisis final le traicionaba. Los derechos democráticos no se alcanzan sin lucha y aquí menos, en mi hogar. Yo lo sé, lo he vivido. La democracia estadounidense no es una democracia a secas. Es una democracia imperial, aquí y afuera. La democracia imperial ha sido y es desde su nacimiento una locomotora a toda velocidad, prácticamente sin freno y sin pausa. Es una democracia en extremo compleja que combina muchos principios liberales clásicos e ideales libertarios con estructuras sociales abyectas y repugnantes que al oprimido no permite bajarse del mismo tren solo ocasionalmente. En efecto, es de vértigo el experimento imperial estadounidense. Vivo en Cambridge porque la vida intelectual es muy superior a la de Costa Rica, hay más mundo y más ideas revolucionaria. Mi espíritu se adapta mejor aquí. Me duele que en Costa Rica los intelectuales vivan debajo de mesas y muchos hasta son lamebotas de del status quo. La mediocridad a unos obliga al exilio.

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