martes 16, abril 2024
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Prólogo a la maldad

Valga subrayar que la libertad es la búsqueda y la obtención de alguna gratificación que juzguemos materialmente y/o moralmente imperativa. Puede ser un hacer o un no hacer; es un cálculo.

En su génesis no es un dato romántico sino un hecho biológico consustancial a la condición (naturaleza) humana. Lo diré más claro: es una cualidad biológica éticamente neutra. Ese es su sello primigenio, un reaccionar permanente frente a la adversidad. 

La libertad NO es una feliz idea, sino una necesidad, un apremio, que puede terminar siendo feliz. No es un poema, sino una experiencia que puede convertirse en un bello poema o en una horrible pesadilla. 

La clave de todo, de absolutamente todo, reside en nuestro cerebro, en su cualidad por haberse adaptado y haber sobrevivido a la selección natural de las variedades genéticas en un entorno infernal. No somos especiales y seguiremos en la lucha por seguir adaptándonos y sobrevivir.

El cerebro es nuestro ethos, el que protesta para no morir, el que se inflama frente al frío y el hambre, el que busca refugio ante el peligro. Lo primigenio de la libertad no es un poema, sino un dato muy cruel. La libertad sin discurso fue nuestro grito biológico. 

Con el tiempo el cerebro se expandió y nos permitió el discurso, o sea, pudimos elaborar pensamientos complejos e interpretar nuestras experiencias. Aprendimos a leer antes que naciera la escritura. Fuimos elegantes porque leer era analizar y con ello la muerte y los otros sustos de la naturaleza fueron desafiados. 

Como hecho biológico la libertad no es una opción, sino una imposición que define nuestra genética. Tenemos que analizar para sobrevivir; no basta con pensar, sino que se requiere hacerlo con un mínimo de competencia para seguir existiendo en la eterna carrera de los mejor  adaptados. 

Ahora mencionemos a la libertad no en su génesis o hecho biológico, sino en su dimensión histórica, desde la elaboración de su discurso. Sin duda es el ideal democrático (aunque no el único) lo que más atrae del discurso histórico de la libertad.  La democracia, como hija de la libertad, tampoco escapa a la herencia de su madre, porque la democracia es una tensión que nunca se resuelve, que con el caminar va desafiando paulatinamente, de forma colectiva, las inevitables disyuntivas conocidas e inéditas planteadas por las necesidades de cada tiempo y que se visibilizan sin garantía alguna de destino. 

La libertad histórica niega las ingenuidades de “un punto final histórico” o “la muerte de las ideologías”. Son ambiciones imposibles. Poca clarividencia poseemos para  advertir qué sigue en el dramático vaivén del quehacer humano. Esta deficiencia se aminora con un tesoro que hemos ido acumulando como especie: la ética, sea religiosa o secular. Mi socialismo (o mi anarquismo, como quieran llamarlo) tiene un fundamento ético cristiano y ello me permite ser menos calculador y más empático en mi relación  con el  prójimo.

Si la libertad nace como una necesidad natural, la democracia es en todo su desarrollo una construcción social; por ello han existido y existen democracias de variado tipo. La DEMOCRACIA con mayúscula no existe ni ha existido y difícilmente existirá. La democracia es una realidad que incluye y excluye, una especie de club privado que se agranda o reduce según sea un determinado contexto. Lo ético es que la democracia se universalice.  Abundan las leyes democráticas, hasta empalagan, pero las llaves que abren las puertas de su disfrute caen en pocas manos.

El ideal democrático es uno de insurrección permanente frente al poder, todo poder, cualquier poder. Lo de Estados Unidos ahora es una insurrección democrática, ni más ni menos que por la igualdad, la libertad y la fraternidad. Así la vivo en Boston. Es un poema ejemplar compuesto de millones de versos. Nadie plantea volver a la antigua democracia griega, ni a la de Jefferson y Washington, ni a la de Churchill u otros por el estilo. Cada experiencia busca responder a sus exigencias. 

En este caso, se persigue en la Unión la desmilitarización de su policía y el desmantelamiento de su doctrina represiva que es racista, como la descolonización de las instituciones públicas que oprimen a las minorías étnicas. La base material sobre la cual se construyó el poder blanco-europeo del imperio estadounidense, se hizo al precio del etnocidio sufrido por  los pueblos originarios del norte de América,  el secuestro de africanos rendidos en esclavitud y por la descarada expropiación territorial de la mitad de México. Omito más lugares  porque la lista es larga.  

No es de extrañar, en consecuencia, que Black Lives Matter  sea un grito  de rebeldía en contra de la permanente colonización que sufren los descendientes de los esclavos, pero que se extiende  a otros pueblos de color y del mundo. El supremacismo blanco  es el peor de los legados de Europa a la humanidad, uno que fascistas como Trump no dudan en enarbolar.  Descolonizar nuestras mentes y cuerpos es el mayor imperativo de los pueblos de color que incluye a los mestizos que se creen blancos en Costa Rica.

Nuestras vidas son menos que un abrir y cerrar de ojos, somos como ciertas moscas que vuelan y mueren en un día, pero si hay una razón para vivir ella es la justicia. Como sociedad, los costarricenses debemos siempre renovar nuestros votos por una democracia más incluyente y libre, con equidad. 

El camino de lo bueno no tiene fin, los espíritus de buena fe buscan su norte que a veces parece perderse entre tanto desglose absurdo, entre tanta bruma que tapa el firmamento y entre tanto lamento rendido. 

Si el mal es mal, el bien es bien y existe. El bien es el bien buscado, el bien tejido y en permanente sobresalto. Todo cambia, todo se transforma. En el universo reinan la gravedad y el perenne movimiento, ¡viva la materia! Nunca nada en el espacio deja de moverse ni el silencio puede ser total. Estas son dos premisas fundamentales que, a mi entender, explican la irrupción de la pregunta en el texto cosmogónico del homo sapiens.  

En nosotros la materia deviene en pregunta ética. La maldad se ve reflejada en materialidades ingratas y obscenas: el holocausto de los infantes que mueren de desnutrición cada día, la pobreza extrema, la ignorancia, la guerra, la indigencia, el racismo, el odio a los extranjeros y emigrantes, etcétera. La maldad no es una especulación abstracta, sino una realidad que con frecuencia nos enmudece, una que los sillones de privilegio acomodan para fingir “normalidades”. 

El mundo de las palabras es un campo minado. Las autopsias semánticas se encuentran llenas de porfías verbales. El estudio forense de las palabras nos confirma que vivimos entre fantasmas inútiles que nos inundan y asfixian pero que, por otra parte, también evidencian que la vida real fluye y que ella se transforma de manera incesante a pesar de tanto cadáver que aportan desde la gramática. A eso llamo mi esperanza, al oleaje de todas las palabras que yacen en el infinito mar de la vida y la muerte. 

Así las nociones de “izquierda” y “derecha” son rudimentos de poco valor científico, difíciles de tomar en serio para explicar la realidad. Si decidiéramos utilizar una categoría binaria que explicara mejor la política, esa sería la de “la muerte y la de la vida”, porque así como la paz con justicia es vida, el FMI con sus abusivas prerrogativas es muerte.

En el fondo, lo que generalmente más aflige al ser humano no es otro asunto que el de la pobreza y la guerra y todos sus derivados. Cuando no hay un techo seguro, cuando en una familia el alimento y la medicina escasean y cuando la esperanza se convierte en amargura, no otra cosa vive el pobre que su desventura. Y en nuestra patria hay mucho de ella (la pobreza) y demasiada pesadumbre, demasiada violencia en contra de la mujer, las minorías sexuales y mucha execrable xenofobia contra los nicaragüenses, más un deplorable abandono de los Pueblos Indígenas, pues aparejada a las carencias básicas crece un ánimo de prejuicio y abultada desesperanza, todo multiplicado por mucho, sobre todo, en las zonas costeras de nuestra geografía y en las míseras barriadas de las ciudades. 

La maldad es la injusticia social, la maldad personal es la de convertirse en enemigo de lo bello y de la sensatez, es conspirar contra uno mismo y contra el prójimo. La bondad es encarnar el bien, todo lo que se pueda, pues todos somos hijos de los límites y las circunstancias. Cuando una democracia nos sosiega y nos duerme, no otra cosa indica el firmamento más que la estancia de un cielo encapotado presto al infortunio.

(*) Allen Pérez es Abogado

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3 COMENTARIOS

  1. Estimado Allen: En días pasados me hiciste reflexionar sobre el tema de la libertad, a propósito de un artículo mío sobre la mentira, cuya ausencia cada vez mayor, y como sin que tomemos casi ninguna conciencia de ello nos vamos sumergiendo en las aguas confusas de un totalitarismo muy sutil, sin violencias aparentes. Un universo ficticio donde algunas gentes, de «izquierda» o «derecha» pontificales, sienten la necesidad de erigirse en los catones de nuestro tiempo, a semejanza de la Roma Antigua, repartiendo distinciones de santidad o herejía. Fue entonces, cuando te hice referencia a Étienne de La Boétie(1530-1563) quien su «Discurso de la servidumbre voluntaria», decía: » Sólo hay una cosa que los hombres, no sé por qué, carecen de fuerza para desearla: ¡la libertad, tan grande y tan dulce! Desde que se la pierde, todos los males la siguen, y sin ella todos los bienes, corrompidos por la servidumbre, pierden enteramente su aroma y su sabor. Los hombres parecen desdeñar la libertad, pues si la desearan, la tendrían». Ahora vos, en la Nueva Inglaterra de la Pandemia y el resurgir de la lucha por los derechos civiles, en medio de las luchas cívicas planteadas por el racismo y la necesidad de reafirmar la libertad en medio de una democracia sólo de nombre, nos planteas un desafío que intento tomar. Volveré sobre el tema, lo prometo.

  2. El título de este artículo PRÓLOGO A LA MALDAD es ya en sí mismo toda una provocación y una promesa de que tendremos que entrarle a fondo al tema de la maldad, de la insania, de la locura y la inconsciencia que nos nos han llevado a los límites de nuestra especie, tanto en términos biológicos como sociales, donde la tan negada libertad se vuelve un imperativo, incluso categórico (Kant). En su novela VIDA Y DESTINO (cuya publicación, en vida del autor, fallecido en 1964, nunca permitió el régimen soviético en su fase posestalinista) el escritor soviético Vasili Grossman nos recuerda que a pesar de la brutalidad y la barbarie de los totalitarismos la libertad siempre vuelve a surgir, recordándonos entre otros hechos el heroísmo y la determinación de los protagonistas levantamiento del Guetto de Varsovia, en 1943, una lucha que se libra incluso contra toda esperanza.

  3. En tu último artículo escribistes:
    “La rutina y la monotonía de la vida cotidiana se encargan de hacer casi imperceptibles ante nuestros ojos, esos elementos destructivos e impregnados de falacias, los que solemos pasar por alto para aceptar que el mundo en el que vivimos, o en el creemos vivir es el mejor de los universos que puedan existir para los seres humanos, evitando el riesgo de que nos acusen de haber perdido la razón, si nos atrevemos a decir por ejemplo que dudamos de la afirmación de que la distancia entre dos puntos es la línea recta. Es bastante conocido el hecho de que, dentro de la abundante producción textual de la filos.”
    Esa es una angustia mía de todos los días, especialmente cuando converso con la gente o cuando me desempeño en el movimiento social. Así, de otra manera, lo he descrito:
    “Valga decir, que la política habita el universo de los lenguajes falsos (con sus símbolos míticos) y el de las reales e ilimitadas contradicciones materiales de la historia. Diríase, de otra manera, que la realidad política o del poder tiende a ser comentada, no pocas veces, con mentiras y delirios; se maquilla, se falsifica, se impone como lo hizo Stalin. Lo simbólico es el primer campo de batalla en todos los escenarios de la vida, porque sus planicies, sus escarpadas montañas y sus ilimitados espejismos -que todo lo han abarcado- no cesan en desubicarnos y perdernos. Nada se salva de las ambigüedades simbólicas. De ahí que la conciencia de clase sea una fatiga difícil, permanente de nunca acabar, porque a cada instante se avanza y retrocede en un marasmo de singularidades infinitas. El lenguaje está hecho de sedimentos múltiples que se pierden en el tiempo, cuya desnudez es posible atisbar si los deconstruimos. Me uno al espíritu del filósofo Derrida: deconstruir los discursos (narrativas interesadas) es deconstruir lo que se nos aparece como realidad y que nos indica la realidad real en las relaciones de dominio y poder.”
    La conciencia de clase y las acciones que inevitablemente ocurren van aparejadas a la liberación del lenguaje para claridad del oprimido, de todos nosotros.

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