viernes 19, abril 2024
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Mary: Una breve historia desde la subalternidad

Mary nació en Siquirres, Costa Rica, en el año 1970. Su padre era peón de una finca bananera y su madre se dedicaba al trabajo doméstico. De pequeña le nombraron Mario y le desearon todo lo normado para un hijo varón primogénito: que fuera una persona buena, que se convirtiera en el patriarca y proveedor de una numerosa familia.

Pero Mary creció revoltosa como su pelo acolochado, creció sabiendo que los buenos deseos de sus progenitores solo eran quimeras, pues desde muy dentro se sabía alguien distinta, alguien innombrable, alguien que se construye desde los silencios, como una hiedra que se levanta junto al muro, pero que respira y tiene tonos muy diversos. Desde ese entonces Mary sabía que ese sería su nombre y que desde allí viviría su historia.

A los 12 años, se encontró con Jorge, el hijo de un viudo que se dedicaba al cultivo del banano. La masculinidad a la que sometieron a Mary y Jorge tenía que probarse todos los días, construirse desde los puños, sin lágrimas, sin ternuras, a pura fuerza física. Pero las miradas de Mary y Jorge se encontraron con una ventana, la abrieron a puros besos y jamás la cerraron. Abrir esa ventana les costó quebrar todos los cuadros familiares, ser expulsados de sus casas, construir su amor desde la soledad y el exilio.

El padre de Jorge les dio un pequeño cuartucho para que no murieran ahogados de melancolía y a Mary muy pronto le enseñaron que si quería jugar de “mujercita”, tendría que vivir violaciones sexuales continuas, golpes e insultos por parte de uno de sus cuñados. Ella transitó desde los 12 años por los escombros y atropellos de la feminidad desde un mundo en el que ser Mujer, se paga con lágrimas y humillaciones.

Mary y Jorge lograron ahorrar lo suficiente para irse de ese cuarto y construir desde otra finca bananera, un lugar más parecido a un hogar.

A sus 19 años, Mary inició su transformación externa, empezó a parecerse a esa mujer que soñaba desde su infancia. Aunque todos sus documentos legales decían Mario, ella se presentaba como Mary, tenía su pelo largo, sus labios pintados de rojo, sus ojos delineados; ella era Mary, la peona de la finca, la muchacha sonriente y amigable. Si alguien tenía un problema, Mary le ayudaba, si alguien requería un consejo, Mary le aconsejaba, si alguien requería dinero, Mary aportaba. Para sí misma era Mary, desde la mirada de los otros era Mario el marica, el muchachito raro.

Su transformación física vino acompañada de dudas, de reclamos, de aislamiento, sus compañeros de finca solicitaron una junta con el capataz para plantear su molestia: “Pero Mario no puede entrar al baño de hombres, porque mírenlo, él NO es hombre como nosotros”.

Mary, en silencio, advertía cómo en ese lugar no conseguiría un simple espacio para hacer sus necesidades fisiológicas; en ese lugar, al igual que su casa de infancia, no había sitio para ella. Todo parecía sin salida, hasta que una de las compañeras de la bananera levantó la voz: “Están ciegos, acaso no ven que ella es mujer, igual que nosotras”.

Esa simple frase devolvió a Mary la sonrisa: atrás quedaron los cuatro intentos de suicidio, las pastillas para amansar locos que le recetó el doctor del Hospital de Limón y las interminables noches despierta que lleva el desasosiego de saberse y reconocerse como una mujer acaso invisible para la mayoría pero no para aquella compañera que ese día, en esa finca siquirreña, logró verla.

El abrazo feminista y la disidencia del género desde la bananera

El relato de Mary invita a realizar un ejercicio crítico acerca del pasado y el futuro de los feminismos, que a todas luces evocan la muerte definitiva de “la mujer” como categoría homogénea, unívoca, totalitaria y excluyente de las interseccionalidades que constituyen los cuerpos y subjetividades de las personas que comparten estas luchas por la igualdad de género. En otras palabras, “la mujer” como categoría excluyente, no será más el sujeto político de los feminismos, pues desde la diversidad de las experiencias personales y políticas se construyen los discursos enarbolados en los principios de inclusión social que invitan a la deconstrucción de un sistema sexo- género binario, patriarcal, heteronormativo, clasista y etnocéntrico, que cada vez más fallece ante los avatares y avances de nuevas voces que deconstruyen lo que antes se dio por sentado: que se nace mujer.

Al igual que en el pasado la categoría “hombre” se utilizó como medida absoluta de todo lo humano, dejando bajo la sombra otras interseccionalidades vinculadas al género, hoy la categoría mujeres está cambiando. Lo que convocó a las personas feministas de aquellas épocas a levantar la bandera del humanismo y de la disidencia de género ante una estructura patriarcal de las que pocas o ninguna podía escapar. Asimismo, y como parte de estos cuestionamientos que los movimientos feministas hicieron en el pasado, hoy estos movimientos están llamados a abrazar nuevas voces y nuevos relatos que reconfiguran las demandas de dichas posiciones críticas ante un sistema que continua definiendo sin mayor vergüenza, quién es humano y quién no, qué corporalidades merecen vivir y cuáles deben acallarse hasta la misma muerte silenciosa.

Las luchas feministas encontraron en la producción del conocimiento académico un espacio para incidir en el análisis crítico de aquellos meta relatos que privilegiaban arquetipos dirigidos a enclaustrar a las personas en grandes ficciones opresivas: madre, esposa, virgen, santa, bruja, loca y prostituta. Actualmente, nuevos sujetos encuentran su eco en las voces disidentes del género, por ejemplo, cuando, al evocar a las personas gestantes, no solo se hace referencia a las mujeres cis*, pues la posibilidad de gestar o de menstruar también la tienen los hombres trans*, personas trans* masculinas o no binarias, desplazando el discurso biologista a un terreno de discusión social y cultural desde nuevos lugares para construir el género.

En este sentido, abrir los planteamientos feministas para abarcar la complejidad de las relaciones desiguales, implica abrazar discursos de género más incluyentes que vislumbran el camino hacia nuevas formas de constitución de las personas, cuyas corporalidades y subjetividades se reconstruyen continuamente. En este sentido, tal como lo decía Jack Halberstam, aprendiendo de lo trans* se reconfigura lo cis*. Estos planteamientos inclusivos de los feminismos inciden en el cuestionamiento de una identidad de género vinculada a un esencialismo biológico que clasificaba a los individuos en hombres y mujeres, femeninos y masculinos. En ellos y en las luchas vinculadas con las personas disidentes del género también se cobijan las formas socio- históricas en que se han construido los discursos acerca de la identificación cis* como única, válida y deseable.

Es importante enfatizar que desde los planteamientos feministas se asume el género en su condición diversa, histórica y reivindicativa que trastoca dimensiones culturales, de diversidad y de clase social, cuestionando las estructuras de poder vigente y desmitificando desde lo más profundo la construcción del género binario y totalitario que no da cabida a la diversidad de identificaciones y expresiones de género en toda su magnitud y posibilidad.

En este sentido, cabe el cuestionamiento a los planteamientos de algunas personas identificadas con planteamientos de las Feministas radicales Trans- excluyentes (Trans Exclusionary Radical Feminist TERF). La pregunta que surge acá es si estas personas estarán conscientes de la historia de los feminismos, de las luchas reivindicativas que enaltecían máximas como “La mujer no nace, se hace”. ¿Será que los planteamientos evidentemente reduccionistas de las personas que adscriben estas posiciones se acercan más a las miradas y subjetividades que tuvieron los peones de la finca bananera con Mary al impedirle utilizar el sanitario?, ¿será que en su afán por defender posiciones que atentan contra los principios básicos de los feminismos, se han cegado de tal manera que no pueden vislumbrar un firmamento claro e ineludible, que Mary es mujer?

El reto es grande y la ecología de conocimientos que se construyen desde una bananera en Siquirres nos indican que hay cuerpos que resisten mediante acciones vivenciales y políticas que invitan a demoler de una vez por todas el sistema de género excluyente.

(*) Wendy Jiménez Asenjo, Socióloga, Doctoranda en Estudios de la Sociedad y la Cultura de la Universidad de Costa Rica.

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