jueves 25, abril 2024
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La crisis política que sofoca la crisis financiera

De cal y de arena

Si tuviésemos un régimen parlamentario, hace rato se habría producido la caída del gabinete del presidente Alvarado Quesada. La sumatoria de fracasos, torpezas e improvisaciones, la inepcia para la acción política con que debe acometerse la gestión de gobierno, más la orfandad de liderazgos en el régimen –a partir del mismo don Carlos- habrían sido motivo bastante para impulsar el voto de censura con que los parlamentos expresan su hastío para con el gobierno.

Ciertamente, el desplome de las finanzas públicas, el deterioro de los equilibrios sociales y el agotamiento del modelo de Estado ante los desafíos de estos tiempos, son una realidad que precede por años la asunción del poder por el presidente Alvarado, a lo que se ha de sumar la llegada del covid-19  con las características de grave afectación que tiene. Pero en todo este complicado escenario –con y sin la pandemia- el mandatario puso en evidencia carecer de las habilidades necesarias para afrontar tan delicadas circunstancias.

Siempre he creído que salió electo por efecto de “un golpe de carambola” resultante de los temores hacia algo que evidenciaba ser una plataforma de complejos  contornos y grises motivaciones,  personalizada en Fabricio Alvarado, y que el candidato del PAC capitalizó en razón de ser “algo menos peor”.

No es aventurado decir que don Carlos fue una improvisación política (que no sería la primera en la historia nacional), pero sí una de las aventuras más riesgosas pues por esa misma carencia de colmillo político no supo proveerse de las vigas de apoyo con las que construiría su plataforma de gobierno. La llegada de Rodolfo Piza al Ministerio de la Presidencia fue un compromiso personal que no arrastró los respaldos de la Unidad Social Cristiana que le eran necesarios a su administración: fue efímera e ineficaz su presencia. Y los dos o tres ministros de militancia ajena al PAC, tampoco le han inyectado oxígeno político.

La titubeante marcha del gobierno Alvarado consiguió cierto grado de estabilidad cuando a los pocos meses de gestionar la presidencia, la crisis fiscal mostró su crudeza y le llevó a comprometerse con las propuestas de ley para sanear y fortalecer las finanzas públicas, tiempos en que en el Congreso –y afuera también, en los estamentos empresariales- acopió respaldos nada despreciables pero tampoco gratuitos en punto a la demanda de firmeza irreductible en la corrección de los factores desencadenantes del colapso de las finanzas públicas.

En las agrupaciones sindicales otra era la regla con que se medía al gobierno reputándosele como enemigo de la clase obrera y proclive a recargar los costos de las correcciones en los empleados públicos y las estructuras operativas del Estado.

Con los tiempos las incoherencias conceptuales dentro del gabinete, fueron desgranándolo. Y dejando al descubierto cuán dificultoso le resultaba la incorporación de figuras de reemplazo idóneas por su formación, experiencia y prestigio.

No fue preciso mucho tiempo para percibir que la impericia política estaba presente con sello de firmeza en este gobierno, casi que como un mal irremediable por cuanto su origen está en la misma personalidad de Carlos Alvarado Quesada. Sobre sus hombros lleva los galones que corresponden a un general al mando de las tropas. Pero, con el tiempo un general que ha puesto de manifiesto una total incompetencia para estructurar el ejército de recursos humanos, políticos y materiales imprescindible para encarar los retos y –fundamentalmente- para ganarse la confianza de los ciudadanos.

En estas circunstancias, en un régimen parlamentario, ya se habría producido el voto de censura con que caen los gobiernos.

Pero nuestro régimen es presidencialista y no hay más que atenerse a sus reglas de juego.

Unas reglas que en las circunstancias en que estamos no permiten esperanzas de gestión exitosa: el abordaje de las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional lo está poniendo de manifiesto, con un conjunto de propuestas que han merecido la crítica de políticos, académicos, empresarios y dirigentes  gremiales porque sus contenidos son devastadores para una economía ya desfalleciente y porque no profundiza con sentido de urgencia e inmediatez en las causas del colapso de las finanzas públicas ni reparte con criterio de equidad los costos de las correcciones.

Ni el presidente Alvarado ni quienes le acompañan en la elaboración de la propuesta inicial para negociar con el FMI, parecen percatarse de que lo que tienen entre manos es –muy evidentemente- un problema político que exige inspiración política. Estamos, pues, ante una nueva expresión de la impericia política característica de este gobierno.

¿Hay espacio para confiar en un reconocimiento de los graves errores incurridos?

Sólo si la Asamblea Legislativa recupera el rol que le corresponde al primer poder de la República en circunstancias de una crisis tan grave –llenando el vacío que está dejando la inepcia política del Poder Ejecutivo- podría estructurarse una enmienda de fondo, de contornos realistas y realizables, eficaz en sus contenidos, vigorosa ante la necesidad de corregir las causas  del colapso, con la cual ir a tocar las puertas del FMI.

El Parlamento daría una prueba contundente de responsabilidad si acude a llenar por la vía de la emisión de leyes apropiadas, el vacío que está originando la incompetencia política del Poder Ejecutivo. Y tiene a la mano fuentes inspiradoras muy bien calificadas para estructurar esos proyectos y emitir las leyes. Si algo ha brotado con abundancia en estas semanas es la existencia de una rica cantera de profesionales expertos en las ciencias económicas y sociales, de quienes han surgido propuestas para solución de estos problemas y que bien pueden asesorar a la Asamblea Legislativa, ya que fueron desestimados por el gobierno central.

Lamentablemente el presidente Alvarado Quesada no quiere admitir sus errores y limitaciones, causa de buena parte de esta crisis. Don Carlos no quiere darse cuenta de que carece de las armaduras necesarias para gobernar. Me recuerda la fábula del rey desnudo que escribió Hans Cristian Andersen y que alude a un gobernante que no se percataba de sus limitaciones, ni siquiera del ardid que le habían tejido algunos cortesanos para hacerle creer que andaba revestido de un ropaje de fina textura cuando la verdad es que andaba en cueros.

(*) Álvaro Madrigal es Abogado y Periodista

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2 COMENTARIOS

  1. Minimiza la gran participación de representantes del PUSC Y EL PLN, en ambos poderes (Ejecutivo y Legislativo) en la forma de un «GOBIERNO DE UNIDAD NACIONAL», que ahora, ¡ante los resultados!, se arrepienten de haber conformado. Formaron un «batido» donde las banderas se mezclaron, y al iniciarse la próxima campaña electoral, pretenden que el pueblo olvide.

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