viernes 19, abril 2024
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Odio y pasiones que no deben reaparecer

De cal y de arena

Esta semana, los diputados de la Asamblea Legislativa aprobaron la derogatoria de las leyes que declararon al ex presidente Rafael Ángel Calderón Guardia traidor de la Patria. Fue un voto unánime, facilitado sin duda por la serena reflexión acerca de los acontecimientos de aquellos años de la década de los 40 y cuando las pasiones han dejado de animar las resoluciones de los hombres de Estado  para posibilitar la reflexión de lo que aquella gran figura legó a sus compatriotas.

Con una significación más que todo simbólica, porque la figura y la honra de Calderón Guardia ya habían sido restituidas en su integridad, esta decisión del Parlamento fue el último eslabón de la cadena de enmiendas con que la historia forjada por sus adversarios y también por sus partidarios, ha abierto paso a la restauración del significado de este prominente ciudadano.

Cometió errores, algunos seguramente de gran dimensión. Pero la profunda huella de las iniciativas suyas para generar la inserción del Estado en la institucionalidad de las reformas sociales y el efecto transformador propio de esta verdadera revolución en la vida de los costarricenses y en la forma de ser y de hacer del Estado, selló la suerte de la enmienda que ahora se consagra en esta votación de la Asamblea Legislativa.

Don Otilio Ulate, ex presidente de la República y uno de los más recios adversarios y crítico de filosa pluma, expresó: “El alma del Dr. Calderón Guardia sigue viviendo en el corazón de sus conciudadanos y en las páginas de la historia… La característica que más define la personalidad del Dr. Calderón Guardia es su amor al prójimo, la que más acerca a los hombres a la eternidad”.

Y es que como el mismo ex presidente lo dejó escrito en “A la luz de la moral política”, al Dr. Calderón Guardia le llegó de la cuna el dulce amor al prójimo. “Todos en su alma encontraron albergue, recibieron pan, tuvieron a su lado la salud del cuerpo y del alma”.

Diez años pasó en el exilio en México. Retornó a su amada tierra en 1958, al calor de los auspicios de una política de reconciliación nacional del entonces presidente Mario Echandi, cuyo mandato y una mayoría de costarricenses entendieron que había llegado la hora de promover el saneamiento de las heridas, un propósito que había consignado en su plan de gobierno con que acompañó la candidatura, a la cual don Rafael Ángel comprometió su apoyo y el de su partido, el Republicano.

Fue en esos comicios de 1958 cuando se marcó la reincorporación del Partido Republicano Nacional (el partido del calderonismo) a la vida política nacional. Presentó su propia papeleta y consiguió el segundo contingente parlamentario, atrás únicamente de Liberación Nacional. Él y su hermano Francisco, fueron elegidos diputados.

Cuatro años después, en 1962, se postuló como candidato a la presidencia de la República. Años después, siempre desde la primera línea de acción política, jugó un papel determinante en la designación del profesor José Joaquín Trejos Fernández como candidato de una coalición política que resultó victoriosa en los comicios de 1966. De él fue su embajador en México.

Falleció en 1970, siendo declarado en 1974 Benemérito de la Patria en una votación en la que los diputados consignaron que “interpretamos fielmente el sentir de un pueblo agradecido sin distingos de banderías políticas”.

Evidentemente, en un proceso tan amplio como debidamente reflexionado como el que marcan los homenajes y reconocimientos de que fue objeto el Dr. Rafael Angel Calderón Guardia, la derogatoria de las leyes que le habían declarado traidor de la Patria tenía sobrada pertinencia y necesidad histórica.

Hermosos pasos todos estos que evidencian el propósito de reconciliar a la sociedad costarricense tras aquellos acontecimientos de los ’40.

Guardando las debidas distancias, ojalá que las pasiones que están agitando la vida de este país en torno a la crisis económica, fiscal y política no la arrastren a una reedición de las convulsiones que arrastraron a una nueva versión de maniqueísmo.

(*) Álvaro Madrigal es Abogado y Periodista

 

 

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